Sábado, 8 de abril de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
Por Enrique Garabetyan
Karl Friedrich Hieronymus von Munchausen (1720-1797) era afecto a exageraciones e hipérboles. A mediados del siglo XVII, los relatos autobiográficos de este caballero alemán –que había viajado y combatido en la estepa rusa– ya eran naturalmente extraños. Sin embargo, a la hora de contarlos, Munchausen no dudaba en exagerarlos todavía más: en otras palabras, el noble era un eximio cuentero y otros autores posteriores siguieron su saga y agregaron a su novela original numerosos capítulos de imaginación y delirio. Así, el barón terminó inspirando un libro famoso, una película reciente y hasta un popular juego de rol. Pero lo que seguramente nunca imaginó este aventurero alemán es que su obra cumbre prestara el nombre a una familia de afecciones psiquiátricas que se descubren entre las más extrañas –y crueles– del mundo psi: el Síndrome de Munchausen.
En flemáticas palabras médicas, al síndrome se lo define como “la situación en la que una persona simula repetidamente, ante médicos y enfermeras, tal como si padeciera una enfermedad”. Lo que significa que el afectado suele fingir, exagerar o crear con precisión varios síntomas de algún padecimiento, muchas veces grave, en distintos centros médicos, actuándolo para diversos profesionales. ¿Para qué? En principio, sería para poder ganarse la atención, simpatía y contención por parte del equipo médico.
Ante todo, es importante diferenciar el poco distinguido Munchausen de la popular y ya (re)conocida hipocondría. La contradicción no es menor: los hipocondríacos serios creen, de corazón, tener alguna enfermedad. Mientras que los afectados por el síndrome saben cabalmente que están “sanos”, pero aparentan en forma consciente alguna enfermedad.
Este simular puede ser llevado hasta extremos impensados. Por ejemplo, realizar acciones peligrosas e increíbles como inyectarse insulina pese a no ser diabético. O someterse al contacto continuado con algún agente alérgeno, pese a saberse alérgico a él. O, directamente, infligirse una herida seria.
Luego de causado el daño y con los síntomas literalmente a flor de piel, se presentan a pedir auxilio médico, para más tarde boicotear el tratamiento prescripto. Si algún profesional de la salud le da a entender que su situación es sospechosa, posiblemente el farsante desaparezca para volver a insistir más tarde con su historia clínica de desatención a cuestas, en algún otro centro hospitalario.
No es mucho lo que se sabe a ciencia cierta sobre este síndrome. Se lo ubica entre una familia de afecciones psi similares, denominadas enfermedades ficticias o simuladas y se lo reconoce usualmente en personas adultas, pero no mayores. En ocasiones es posible identificar algún episodio de hospitalización previa reciente, sea por alguna causa médica o psicológica. Además, estas conductas autoflagelantes no son aisladas sino que se les reconoce una continuidad a lo largo de varios años y hasta décadas. Y si bien se ha identificado más en hombres que en mujeres –los casos más severos son usualmente masculinos– no ocurre lo mismo en su variante conocida como “by proxy” (algo así como “por aproximación”). Todas estas características contribuyen a que el diagnóstico de su presencia sea muy dificultoso.
Los avisos de presencia que provee una patología de este tipo son particularmente raros. Por ejemplo, durante la consulta la persona puede ofrecer una descripción completa de sus síntomas de tal naturaleza queparecen textualmente copiados de un manual médico universitario. Pero que incluyen notorias inconsistencias o vaguedades. Otro motivo de sospecha lo genera una historia clínica que suma un legajo completo de consultas e internaciones hospitalarias, sin que ningún médico haya jamás atinado a encontrarles un atisbo de solución a sus malestares y todo esto se rodea de cierta compulsión general a mentir.
La práctica profesional actual demuestra que el pronóstico para las personas que padecen Munchausen es más bien malo. En parte porque el síndrome todavía no está bien estudiado, en parte porque no hay muchas opciones disponibles; lo cierto es que los pacientes suelen rehuirle a cualquier terapia de contención. Por otra parte, aunque la acepten, no hay acuerdo sobre qué estrategia es la mejor para hacerle frente.
A todo este cóctel del paciente se le puede dar otro punto de vista: ¿qué pasa con los médicos que enfrentan estos casos? Desde el punto de vista de los profesionales, hay pocas afecciones tan complejas y problemáticas como las fingidas o autoproducidas. Independientemente del daño económico que significa el ordenar estudios innecesarios –algo que puede llegar a muchos millones de dólares–, el mero hecho de atender a estos pacientes puede generar en el médico mucha angustia, frustración y hasta problemas legales.
Sin embargo, hay que reconocer que las “fingidas” no son una familia precisamente nueva. De hecho, el propio Galeno ya hacía referencia a este tipo de pacientes hace ya un par de milenios.
En el caso particular del Munchausen, quien le puso nombre a la afección fue el psiquiatra inglés Richard Asher que en 1951 en un artículo que se publicó en la revista médica The Lancet hizo referencia a un puñado de pacientes que recorrían hospital tras hospital buscando ayuda médica sin estar enfermos. Pero, según proponía Asher, tampoco eran histéricos ni hipocondríacos, tal como se los había clasificado oportunamente. Para este profesional sus casos compartían otra patología e, inspirándose en las fabulaciones del barón Munchausen, propuso su nombre para ese síndrome.
Hay una variante –entre bizarra y terrible– de este mal: es el “Síndrome Munchausen por aproximación”, por “proximidad” o por “poder”, (“by proxy” lo denomina la literatura médica inglesa). Y se convierte en una cruel forma de abuso infantil, en la que uno de los padres –aunque con muchísima mayor frecuencia se trata de la madre– induce en su hijo/a síntomas reales, o aparentes, de alguna enfermedad. Esto puede llegar a extremos. Así se conocen casos de progenitores que manipulan análisis, fraguan síntomas y hasta le causan adrede a su retoño heridas, infecciones o daños graves.
Fue en 1977 cuando el reconocido pediatra británico Roy Meadow acuñó la versión del Síndrome de Munchausen pero “por proximidad” (SMPA). También escribió en The Lancet y contó dos casos en los que dos madres indujeron y fabularon síntomas de enfermedades ficticias en sus pequeños. Meadow levantó mucha polvareda e hizo poner el foco social sobre esta particular forma de abuso de menores durante más de dos décadas, aunque recientemente se vio envuelto por un velo de polémicas.
Según describe con precisión quirúrgica el sitio web de la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos, “un padre con Munchausen por aproximación puede simular síntomas de enfermedad en su hijo de diversas maneras: añadiendo sangre a su orina o sus heces; dejando de alimentarlo, falsificando fiebre, administrándole en forma subrepticia remedios eméticos o laxantes para provocarle ataques de vómitos o diarreas a repetición”. Y en casos extremos puede recurrir a otras agresiones como infectar a propósito una sonda intravenosa para que el chico aparente mejor, o demuestre el síntoma, de su enfermedad.Todo esto se matiza con algunos condimentos dignos de película de terror Clase B: durante la internación hospitalaria o los exámenes ordenados, la madre o padre resulta ser especialmente colaboradora por lo que enfermeras y médicos se maravillan por su poco común abnegación y entrega. Esto le permite dos cosas: por un lado, estar muy cerca del chico para fabular o sostener la continuidad del síntoma a lo largo del tiempo. Y, por el otro, aleja la probabilidad de que el equipo de salud sospeche la verdad.
Estos niños suelen ser hospitalizados por presentar grupos de síntomas que no parecen ajustarse a ninguna enfermedad clásica. E implican, con frecuencia, que deban atravesar largos exámenes, cirugías u otros procedimientos invasivos, cruentos y –por supuesto– innecesarios.
Aunque no es algo que admita precisiones, la incidencia de estos casos parecería ser escasa pero ir en aumento. La literatura conoce unos 800 casos, provenientes de más de 50 países, incluyendo varios episodios registrados en Argentina.
Un puñado de estudios indica que el uno por ciento de chicos con episodios asmáticos pueden haber sido víctimas de SMPA. Y otro trabajo de investigación realizado sobre menores con alergia a ciertos alimentos permite inferir que 16 casos de 301 incidentes reportados, podrían deberse a un episodio SMPA.
Por supuesto, se acepta que el causante del dolor sufre de un serio desorden emocional, pese a que la patología que lo afecta es prácticamente invisible. Pero lo que no es oscuro es la cifra de mortalidad, que oscila entre el 10 y 30% del total de casos.
Pistas para que un profesional de la salud sospeche estar enfrentando un caso de este tipo abundan. Pero claro, no es fácil seguirlas y llegar a la conclusión válida porque equivocarse puede significar, aparte de juicios y castigos, la responsabilidad de haber dejado sin tratar una enfermedad cierta en la persona. O en un chico. Con esta aclaración, la literatura internacio-nal aconseja tener en cuenta lo si-guiente:
u Un niño puede tener uno, o varios, problemas de salud que no responden a los tratamientos. Su problema evoluciona en forma inusual, es persistente en extremo o no responde a las explicaciones comunes.
u Los resultados de las pruebas de laboratorio y estudios son inusitados, discrepan con la historia clínica o, sencillamente, son clínicamente imposibles.
u Padres que saben mucho más de lo común sobre determinados procedimientos médicos y que los solicitan motu proprio a los profesionales que atienden a sus hijos.
u Progenitores que son muy atentos y cuidadosos y que se niegan a dejar –ni por un minuto– la sala de internación del afectado.
u Papás muy calmos ante posibles diagnósticos de una enfermedad grave. O, por el contrario, otros que se enojan y agreden a los profesionales, piden nuevos estudios y segundas opiniones. O exigen una derivación a un centro de salud más sofisticado.
u El mismo padre o madre puede ser un profesional relacionado con el mundo de la salud.
u Los síntomas de los chicos mejoran súbitamente cuando los progenitores dejan de estar a su lado o cuando se les hace acompañar por cuidadores o asistentes sociales en forma permanente.
u Una historia familiar de enfermedades o muertes inexplicables.
u Padres que no logran establecer diálogo con sus chicos internados o no los visitan o no hablan con el profesional que los trata.
u Adultos que expresan una imperiosa necesidad de adulación o que “se matan” para ser notados ante sus pares o ante los médicos.
Vale la pena anotar que hoy se está dando una especie de boom de divulgación de esta temática, y hay numerosos libros y relatos –la mayoría en inglés– escritos en primera persona, donde los protagonistas dan cuenta de su historia y revelan detalles de su vida como víctimas de este abuso.
Seguramente, mientras conjeturaba sus disparatadas historias literarias, el barón Karl von Mun-chausen no llegó a imaginarse que un día no tan lejano su nombre merecería un acápite propio en los libros de medicina.
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