Sábado, 6 de mayo de 2006 | Hoy
NEUROLOGIA: EL CURIOSO CASO DE LA MUJER QUE RECUERDA PRACTICAMENTE TODO
Por Luis Magnani y Esteban Magnani
El doctor James Mc Gaugh, del departamento de Neurología de la Universidad de California, Estados Unidos, recibió en 2000 un mail de una persona con problemas de memoria. Lo particular de “A. J.”, como se la conoce actualmente ya que su nombre verdadero es secreto, es que su memoria no estaba desvaneciéndose sino que, más bien, la estaba asfixiando con recuerdos de su vida que aparecían sin que pudiera controlarlos. Desconfiados, Mc Gaugh y sus colaboradores estudiaron el caso durante cinco años. Recientemente, publicaron un paper en la revista Neurocase en el que describen el caso pero no aciertan a dar explicación alguna sobre este personaje semi-borgeano, en clave de Funes, el memorioso.
Los primeros recuerdos de A. J., que nació en 1965, son de cuando intentaba dar unos pasos en su cuna. Según se explica en el informe, desde entonces se empiezan a hacer más firmes hasta 1974, año a partir del cual puede indicar el día de la semana de cualquier fecha, decir qué hacía, dónde estaba y si ocurrió algún evento importante como, por ejemplo, la explosión del transbordador espacial Challenger.
Según ella, la clave está en las fechas, que son las que desatan el proceso: alcanza con que aparezca unos instantes frente a sus ojos o en sus oídos para que se transporte automáticamente a ese día, comience a recordar y a seguir recordando el día siguiente y el siguiente y así, en una secuencia imparable e incontrolable que “le divide la mente en dos” y la deja exhausta. Siempre según cuenta, hay momentos de su vida en los que se encuentra, de repente, recorriendo su pasado entero en su cabeza y esto la vuelve loca. Por si le faltara algo para sentirse rara, su “particularidad” asustaba a la gente o provocaba irritación y curiosidad, por lo que la ponían a prueba.
El doctor Mc Gaugh y su equipo, según explican en el informe, le hicieron muchas pruebas. Entre las más obvias estaba la de decirle fechas y que ella indicara el día de la semana que le correspondía o que indicara en qué fecha había caído Pascua en los últimos 20 años. Para la inicial sorpresa de los investigadores los errores en las respuestas fueron mínimos pese a que debía dar las respuestas en el momento. Otra fuente de control, aunque más débil, son los diarios personales que conserva desde los 10 años con obsesivas anotaciones que esperaba la liberaran de los recuerdos.
Finalmente, los neurólogos tuvieron que aceptar que se encontraban frente a un caso jamás registrado con anterioridad y decidieron llamarlo “hyperthymestic syndrome” (algo así como “síndrome de hipermemoria”). Por desgracia para ellos, no cuentan con mucho más: después de tanto tiempo no han avanzado más allá de la descripción de lo que ocurre; poco y nada saben respecto de las causas y el cómo. Paradójicamente, es posible que esto se deba a que los diversos tests existentes apuntan a detectar la escasez de memoria y no el exceso. Y en el caso de A. J. chocan muy pronto con su techo.
La memoria de A. J., si bien es un enigma neurológico, da algunos indicios desde lo psicológico. Según asegura, sufrió un trauma a los 8 años cuando su familia se mudó de la Costa Este de Estados Unidos a la Costa Oeste y por eso empezó a “organizar sus recuerdos”: listas de amigos perdidos, fotos de su casa y recuerdos intencionales para fijarlos en su memoria. A. J. afirma que los recuerdos que guarda desde entonces son más nítidos; que en 1978, a los 12 años, se dio cuenta de que su memoria era particularmente detallada y a partir de 1980 simplemente “se volvió automática”. La familia recién se dio cuenta de esta capacidad de A. J. cuando ella andaba por los 20.
A. J. tampoco fue una alumna brillante: apenas si aprobaba con gran esfuerzo; más bien, “odiaba” la escuela y la autoridad, aún le cuesta recordar las fechas históricas y tiene dificultades en aritmética, lenguaje, ciencias, geometría. Nunca pudo aprender con facilidad “de memoria” cosas tan simples como un poema; para recordar algo, ese algo debe estar relacionado con sus emociones. Seguramente, sus maestros se sorprenderían al saber que sí recuerda los nombres de todos los que le enseñaron en un aula.
Entre los 25 y 27 no trabajó porque “estaba muy deprimida”. Después lo hizo en la oficina de un abogado donde su memoria para los eventos notables y las fechas era una ventaja real; más tarde fue la asistente de un ejecutivo hasta que se casó. Su meta siempre fue ser ama de casa y cuidar de su familia y se considera un “monstruo del orden”. En su historia clínica sólo hay algunas migrañas y uso de Prozac, más algunos problemas gástricos ocasionados por los nervios.
Un dato llamativo es que recuerda el momento de aparición de sus fobias, que suman una veintena: por ejemplo, la que tiene contra las palomas comenzó cuando una la golpeó en la cabeza el 16 de julio de 1988.
La memoria de A. J. es automática y profundamente personal, siempre relacionada con su propia vida y con los hechos que le interesaron. Ella se refiere a sus experiencias de vida como a “una película mental que nunca se detiene”. Es guardiana y prisionera de su incontrolable habilidad, pero puesta a elegir, asegura que preferiría mantenerla. Al menos no llega necesitar 24 horas para recordar cada día, como sí le ocurría a Funes, el memorioso.
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