Sábado, 17 de junio de 2006 | Hoy
2003 UB313, EL PLANETA QUE ESPERA
Los diez dedos, los diez mandamientos, el diez como expresión de la perfección (para el misticismo matemático de los pitagóricos), el diez como sinónimo de buen juego y creatividad futbolística... Se mire donde se mire, este número se erige como la cima a alcanzar. También en el cielo: el anuncio del descubrimiento de un supuesto décimo planeta en el Sistema Solar sacudió el año pasado la fijeza de las definiciones astronómicas y disparó la polémica. Hoy cunde la confusión: ¿cuántos planetas giran alrededor del Sol? ¿Nueve, ocho o veinticinco? ¿Plutón es tan planeta como la Tierra o Júpiter? Un despiole de aquellos causado por un mundo helado y lejano conocido áridamente como 2003 UB313.
Por Mariano Ribas
Allí espera, silbando bajito. Es un pequeño mundo helado que está casi cien veces más lejos del Sol que la Tierra. Y por eso, vive sumergido en una triste y eterna penumbra. Por ahora, sólo tiene un crudo nombre de catálogo: 2003 UB313. Aunque también hay quienes lo conocen como “Xena”. Fue descubierto el año pasado, y la verdad es que no goza, ni por asomo, de la popularidad que tienen Marte, Saturno o Júpiter. Pero muy pronto, este recién llegado podría convertirse en un personaje de primera línea en la cartelera astronómica. Y con todas las de la ley, porque es más grande que Plutón. Y Plutón, por ahora, y más allá de las polémicas, sigue siendo considerado el noveno planeta del Sistema Solar. Por lo tanto, razonan muchos astrónomos, 2003 UB313 debería ser el décimo. El tan deseado y largamente buscado décimo escolta de nuestra estrella. De todos modos, el tema es sumamente complejo. Tan complejo, que la propia Unión Astronómica Internacional todavía no ha dado su veredicto, aunque no puede faltar mucho. Anticipándose a la esperada decisión oficial, Futuro dialogó con el doctor Michael Brown, el astrónomo norteamericano que dio la gran sorpresa. Pero antes, repasemos la breve historia y el escueto perfil de aquel mundito que, a todas luces, tiene muy buenas chances de calzarse la camiseta número 10 de la pandilla planetaria.
Desde 1992, los astrónomos vienen descubriendo, uno tras otro, pequeños objetos helados –de apenas unos cientos de kilómetros– en las fronteras de nuestro sistema planetario. Al día de hoy ya suman más de mil, y forman una suerte de anillo de escombros congelados conocido como “Cinturón de Kuiper”. Esta colección de cuerpos marginales tiene su borde interior poco más allá de la órbita de Neptuno. Y se extiende bastante más lejos que la de Plutón. En realidad, el propio noveno planeta forma parte de esa familia. Está literalmente mezclado con todos esos objetos, y aunque es bastante más grande, se les parece bastante. Claro, nadie se imaginaba semejante escenario allá por 1930, cuando Plutón fue descubierto por el gran Clyde Tombaugh, un invencible astrónomo amateur. Más bien, daba toda la impresión de que era un cuerpo solitario. Pero, evidentemente, no es así.
Lo cierto es que, debido a su tamaño, prácticamente ninguno de los “Objetos del Cinturón de Kuiper” (KBOs) podría considerarse un verdadero planeta. Más aún, desde hace varios años muchos astrónomos dudan de que esa palabra sea adecuada incluso para el propio Plutón, que con apenas 2300 kilómetros de diámetro es sensiblemente más chico que nuestra Luna (3476 km). Y que además, claro, está obviamente emparentado con esa familia de cuerpos menores. De todos modos, hasta el día de hoy, la Unión Astronómica Internacional, la máxima autoridad mundial en la materia, nunca le bajó el pulgar a Plutón. Así que, oficialmente, sigue siendo el planeta número 9. Por lo tanto, no era descabellado pensar que, si aparecía algo más grande orbitando al Sol (en el “Cinturón de Kuiper”, o en cualquier otro rincón del Sistema Solar), bien podría ser etiquetado como el número 10. Y apareció.
Sí, apareció. Y fue descubierto por un equipo de astrónomos encabezados por el doctor Michael Brown, del Instituto de Tecnología de California (Caltech). Desde hace varios años, Brown y los suyos vienen “cazando” KBOs en las fronteras del Sistema Solar. Es un programa de búsqueda y rastreo que cuenta con apoyo de la NASA. Y al día de hoy ha cosechado casi 100 trofeos, (entre ellos, el famoso Sedna, de 1700 km de diámetro, y que hace un par de años fue erróneamente anunciado por muchos medios de comunicación como el décimo planeta). Pero el ejemplar más interesante de la colección, sin dudas, dio la cara el 21 de octubre de 2003, cuando fue fotografiado por un telescopio (de 1,2 metro de diámetro) del Observatorio de Monte Palomar. La verdad es que en ese momento sólo se trataba de un puntito, perdido en un mar de estrellas de fondo. Y nadie lo notó.
Pero quince meses más tarde, el 5 de enero de 2005, los astrónomos volvieron a fotografiar esa misma zona del cielo (un pequeño parche de la constelación de Cetus), y fue entonces cuando, con gran sorpresa, observaron que aquel punto había cambiado de lugar respecto de las imágenes de 2003. Inmediatamente después, y para hacer observaciones mucho más finas, Brown y sus compañeros recurrieron a otros instrumentos. Y cuando ya no quedaron dudas, el flamante objeto fue designado 2003 UB313.
La cosa empezó a tomar color durante los meses siguientes, cuando, a partir de su lentísimo movimiento en el cielo, los astrónomos pudieron medir su impresionante distancia: 2003 UB313 estaba (y, esencialmente, sigue estando) a unos 14.500 millones de kilómetros del Sol. Dos veces más lejos que Plutón. Y sigue una órbita tan inmensa, que tarda 560 años en completarla. Usando una escala más amistosa, podríamos decir que si la distancia Tierra-Sol fuese de un metro, 2003 UB313 estaría a 97 metros. Una enormidad, al menos, en términos planetarios. De hecho, 2003 UB313 es el objeto más lejano que jamás se haya observado en el Sistema Solar.
Hasta ahí los numeritos no estaban nada mal. Pero la bomba estalló cuando, conocida la distancia, y a partir de su brillo aparente, los orgullosos científicos estimaron que su criatura medía entre 2500 y 3000 kilómetros. Más que Plutón (2300 km). Era un dato muy pesado. Tan pesado, que parece que alguien que sospechaba algo hackeó la página de Internet de Brown y su equipo. Y por eso, se vieron obligados a contar la buena nueva apenas unos meses más tarde, en julio del año pasado, bastante antes de lo que tenían previsto (la idea, lógicamente, era revisar una y otra vez todos los datos). Varias publicaciones especializadas (como las revistas Sky & Telescope y Astronomy) se hicieron eco del asunto. Y anunciaron, con cierta prudencia, el descubrimiento del “décimo” planeta, así, entre comillas. La NASA fue un poco más lejos, y directamente evitó las comillas. Para la agencia espacial estadounidense es un planeta hecho y derecho. Pero, como veremos más adelante, no todos están de acuerdo.
Desde el preciso momento en que fue anunciado, 2003 UB313, informalmente bautizado por sus descubridores como “Xena” (por el personaje de la serie Xena, la princesa guerrera), fue el blanco obligado para los grandes telescopios. El mismísimo Hubble le dedicó una miradita, y ajustó al máximo sus dimensiones: 2003 UB313, Xena, o como nos guste llamarlo, mide 2400 kilómetros de diámetro. Un valor algo menor al calculado inicialmente, pero ya absolutamente confiable. Y todavía superior al de Plutón. Otro monstruo óptico, el súper telescopio Gemini Norte (de 8 metros de diámetro), en Hawai, confirmó la presencia de metano helado en su superficie. Igual que Plutón. Los especialistas coinciden en que, como el resto de los KBOs, ambos serían bolas de roca y hielo. Pero no todas son semejanzas entre ambos mundos: Plutón es ligeramente rojizo, mientras que su hermano mayor es blanco-grisáceo.
Como tantas otras veces, los astrónomos amateurs se anotaron un gran poroto en esta historia. Puede resultar curioso, pero los descubridores del “planeta 10” (por ahora, nosotros también vamos a optar por las comillas) nunca lo observaron con sus propios ojos, sino a través de imágenes digitales. Los primeros seres humanos que sí lo vieron, pegando el ojo en el ocular del gran telescopio del Observatorio McDonald, en Texas, fueron unos voluntariosos observadores aficionados. Uno de ellos, un tal Louis Berman, recuerda aquella inolvidable noche de octubre de 2005: “era un punto de luz tan pálido, que nos costó muchísimo verlo”. Y no le falta razón: 2003 UB313 es 5 millones de veces más pálido que cualquiera de las famosas “Tres Marías”.
Evidentemente, este notable descubrimiento no hizo más que echar más nafta al debate sobre qué es y qué no es un planeta. Todo un tema en la astronomía actual. Específicamente, en cuanto a los límites inferiores de tamaño. Está claro que a un asteroide o un KBO de 100 o 300 km no le da el cuero para ser un planeta. Más teniendo en cuenta que, tradicionalmente, esa palabra se viene aplicando a cosas grandes como la Tierra (12.756 km), o incluso mucho mayores, como Júpiter (143.000 km). También tradicionalmente siempre se aceptó a Plutón como un planeta. Y por eso mismo, ahora debería aceptarse a 2003 UB313 como el décimo. Pero resulta que varios moradores del Cinturón de Kuiper les pisan los talones a los dos. Y bien, ¿dónde está el corte?
Justamente allí está el problema: la Unión Astronómica Internacional (IAU) no lo ha establecido. Probablemente, porque hasta principios de los años ’90 nunca se imaginó que iban a aparecer multitudes de clones de Plutón. Para enfrentar la cuestión, la IAU ha formado un grupo especial de 19 especialistas, que vienen trabajando desde hace un par de años. Pero hasta ahora nada ha trascendido. De todos modos, parece que a fines del año pasado hubo una suerte de ensayo. Y por una ligera mayoría (11 de los 19 expertos) se impuso la idea de denominar “planeta” a cualquier cosa que gire directamente alrededor del Sol, con un diámetro de 2000 km o más. Bajo ese punto de vista, Plutón sería sin dudas un planeta. Y 2003 UB313, también.
Otros integrantes de ese mismo comité se inclinarían a favor de mantener arbitrariamente a Plutón, y cerrar la lista ahí. O de “desplanetizarlo”, y dejar sólo 8 (de Mercurio a Neptuno) más los asteroides y los KBOs. Finalmente, la postura que puede resultar más insólita es tomar un parámetro menos arbitrario, y más físico: un planeta podría ser todo cuerpo que orbite al Sol, pero sólo lo suficientemente masivo como para que su gravedad lo mantenga con una forma más o menos esférica y estable. Si ésa es la línea a seguir –cosa aparentemente difícil–, cualquier objeto sólido de 600 km de diámetro para arriba alcanzaría aquel ansiado status astronómico. Si así fuera, de golpe, la lista de planetas del Sistema Solar podría aumentar a... ¡veinticinco!
Es cierto: en materia de planetas, el panorama luce bastante confuso. Pero también luce saludable, y hasta bienvenido: al fin de cuentas, la ciencia suele atascarse de tanto en tanto, para acomodarse a los nuevos descubrimientos. Y luego, sigue su imparable marcha, fortalecida.
En lo inmediato, todo indica que la definición de “planeta” será uno de los temas centrales que se tratarán durante el próximo encuentro de la Unión Astronómica Internacional, que se celebrará en agosto en Praga. Allí también podría jugarse la suerte final del querido Plutón. Y por supuesto, de 2003 UB313, el planeta que espera. A lo lejos, y silbando bajito.
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