Sábado, 23 de septiembre de 2006 | Hoy
HISTORIA DE LA OFTALMOLOGIA
Por ENRIQUE GARABETYAN
Cuando el cirujano Sushruta escribió su tratado Sushruta Samhita unos 400 años antes de Cristo, le dedicó parte de sus 900 páginas a sistematizar las 72 enfermedades oculares y los tratamientos ya conocidos en su época. El hindú y su escuela de discípulos fueron los primeros que propusieron en las letras del Uttar Tantrum una sofisticada clasificación de las afecciones de los ojos, describieron síntomas, hicieron prognosis y hasta repasaron los pasos de la primera operación de cataratas de la historia.
Casi en forma contemporánea, los griegos y romanos no pudieron dejar de contemplar y preguntarse acerca de este sentido y su órgano. Y lo hicieron con más especulación que empirismo. Recién los trabajos del cirujano italiano Girolamo Fabrizio, a mediados del 1500, sentaron bases fisiológicas claras, proponiendo que el ojo era una herramienta y no el foco de la vista. Además de introducir las ideas modernas sobre la estructura del órgano, comprobó que la pupila cambiaba de tamaño.
Mientras tanto, otros anatomistas renacentistas también hicieron sus aportes. Por ejemplo, Leonardo Da Vinci propuso interesantes, aunque erradas, teorías sobre la visión ilustrándolas con bellos dibujos. Según algunos autores, en las ideas de Da Vinci se sobrepusieron los flamantes y sólidos conocimientos de la mecánica óptica de la época por sobre las observaciones anatómicas.
Pero también fue él quien primero comparó al ojo con las “cámaras oscuras” a las que apenas entra un rayo de luz que refleja, en el fondo, una imagen invertida y que fue durante siglos un modelo clásico. Algunos sugieren que en sus afanes de inventor podrían rastrearse ideas que prenuncian hoy las difundidas lentes de contacto.
Una curiosidad fue marcada, tres siglos antes de Da Vinci, por el “Papa oftalmólogo”: Pedro Juliao, o Pedro Hispano, nacido en Lisboa, elegido Papa en el año 1276 y cuyo pontificado duró apenas ocho meses. Bajo el nombre de Juan XXI alcanzó dicho cargo, entre otras cosas, por haber sido el médico personal de su antecesor, Gregorio X, período que aprovechó para escribir su Tratado de Terapéutica Ocular, documento al que varios autores califican como un directo plagio de varios libros contemporáneos.
Jean Paul Marat fue un verdadero revolucionario que, junto a Joseph-Ignace Guillotin, legó su nombre a la historia. Ambos, además de compartir tareas políticas en la difícil Francia revolucionaria, eran sendos médicos. Marat también intentó una carrera científica y desarrolló numerosos experimentos y fantasiosas teorías sobre la luz y el color que contradecían, por ejemplo, las ideas de Newton. Desde el plano oftálmico, criticó el uso indiscriminado de los remedios hechos en base a mercurio, estudió diversos males específicos y hasta publicó un opúsculo sobre los efectos de la electricidad y del calor en las afecciones oculares.
Diversas formas y materiales han sido parte de los anteojos que acompañan a las personas con problemas de vista desde tiempos inmemoriales. Un texto de Plinio afirma que el emperador Nerón solía mirar los juegos del circo a través de una esmeralda. Aunque no se sabe si lo hacía para ver mejor, por moda o para protegerse del Sol. Resulta más confiable el dato que demuestra sus primeras apariciones en el norte de Italia a fines del siglo XIII. Otra versión da cuenta de que, en 1268, el filósofo inglés Roger Bacon describía el uso de las “gafas”. Finalmente, otros le asignan el descubrimiento al viajero Marco Polo, que los habría visto en la lejana China. Sin embargo, claramente son artesanos italianos, del gremio de los vidrieros, los que pueden atribuirse la paternidad occidental.
Los primeros anteojos trataron de corregir la presbicia y pasaron décadas hasta que aparecieron los que trataban la miopía. Lo cierto es que ambos se expandieron en pocos años por toda Europa.
Sin embargo, le correspondería al inventivo americano Benjamin Franklin –que hizo otras cosas aparte de jugar con un barrilete y una llave en una tarde de tormenta– combinar lentes para crear los prácticos bifocales. Aunque también su invento se tomaría casi medio siglo para difundirse.
Leonardo Da Vinci propuso una idea de la que es posible desprender el concepto de “lentes de contacto”. En concreto, Da Vinci hablaba de alterar la capacidad visual de la córnea al sumergirla en un recipiente de vidrio con agua. Pero su idea no era corregir la visión sino que buscaba entender mejor el mecanismo de los movimientos del ojo.
Las primeras lentes de contacto las desarrolló el alemán Adolf Fick, quien en 1887 intentó corregir con estos cristales delicadamente trabajados un caso de astigmatismo. Por supuesto, la falta de equipos de suficiente precisión y de materiales adecuados para fabricarlas hicieron que quedara como una curiosidad incómoda y experimental a las que apenas se podía soportar por unos minutos. Los materiales más modernos, que dieron pie a su expansión actual, datan de 1948, aunque recién en la década del ‘70 aparecerían las lentes realmente “suaves”.
Mientras tanto, también la tecnología usada por los oftalmólogos cambió en forma vertiginosa. A la aparatología habitual de imágenes y diagnósticos que bañó la totalidad de la medicina, en el caso de la oftalmología tuvo un componente clave en el láser. Ese invento sesentista tiene sus bases teóricas en el principio del XX, pero hoy, además de ser parte básica de industrias, del arte y de la tecnología guerrera, es también parte de la medicina. En la oftalmología encontró su camino en los ’70 y en los ’80, ya que es ideal para cortar y cauterizar tejidos en forma rápida y sin dañar la zona circundante. Y así, desde hace una década se volvió una de las herramientas más usadas para corregir la miopía y el astigmatismo.
Por supuesto, cuando Sushruta sentó las bases de la disciplina oftálmica, no podía prever que, 25 siglos más tarde, un bisturí láser terminaría siendo el mejor amigo de sus herederos profesionales. Sin embargo, sí sigue vigente una de sus máximas: “El mejor instrumento de un cirujano es su mano”. Eso permanece constante, aunque la tecnología haya reemplazado al primitivo bisturí de hueso afilado por un incorpóreo haz de luz colimada.
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