Sábado, 28 de octubre de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
Como si no hubiera lugar para todas ellas en las frías profundidades del universo, a veces las galaxias tienen la mala costumbre de irse a las manos: coquetean, se rozan, se tironean, se desgarran, se atraviesan y hasta se funden unas con otras en un lentísimo abrazo final y unificador. Los enfrentamientos en el ring del canibalismo galáctico son desiguales: galaxias menudas versus galaxias pesadas, choques de hasta tres contendientes, combates de millones de años de duración, en fin, riñas de proporciones colosales que más que hechos presentes son postales temporales de un pasado lejano y evocador.
Por Mariano Ribas
De tanto en tanto, en distintos rincones del universo, las galaxias coquetean, se rozan, se tironean, se desgarran y hasta se funden unas con otras en un lentísimo abrazo final y unificador. Son dramas cósmicos de proporciones aterradoras: caóticas danzas gravitatorias de miles de millones de soles e inmensas marañas de gas resplandeciente y polvo tan oscuro como el carbón. Estructuras colosales que se despliegan y se retuercen durante cientos de millones de años, ocupando escalofriantes abismos astronómicos. Decir se dice fácil, pero cuesta entenderlo realmente. Afortunadamente, existen máquinas prodigiosas que, con toda contundencia, nos acercan a aquellos lejanísimos escenarios: hace unos días, el veterano Telescopio Espacial Hubble volvió a pegarnos duro, justamente, con una soberbia imagen del “choque” de un par de galaxias (conocidas como las Antenas). Sin embargo, esa postal no fue ni la primera ni la única. Hay montones. Y se entiende, porque, en todas sus alucinantes variantes, los encuentros galácticos no son tan raros a escala macrocósmica. Hasta nuestra propia Vía Láctea marcha derechito hacia una colisión directa contra otra gran vecina. La flamante foto del Hubble es una excelente excusa para echarles una mirada a otras imágenes no tan conocidas, pero igualmente significativas a la hora de entender la historia y evolución de estas fabulosas islas de estrellas.
Para empezar, claro, la tan publicitada imagen del espectacular dúo formado por las galaxias espirales NGC 4038 y NGC 4039, mucho más conocidas como Antenas (el nombre proviene de unas especies de colas que se extienden desde sus cuerpos principales, ver tapa). El apretado dúo galáctico está a “sólo” 63 millones de años luz de la Vía Láctea, y eso lo convierte en el más cercano de su tipo. En realidad, las Antenas se conocen desde hace décadas y el mismo Telescopio Espacial Hubble ya las había fotografiado en 1997. Pero no tan bien como ahora. A decir verdad, y más allá de su evidente belleza y espectacularidad, la foto recientemente publicada es apenas una suerte de “fotograma” en una película que comenzó hace 200 o 300 millones de años, cuando ambas comenzaron a interactuar gravitacionalmente, a causa de su cercanía. Una atrae a la otra, y el resultado es una lenta fusión que, dentro de otros cientos de millones de años, terminará forjando una única súper galaxia, probablemente de forma elíptica. Durante este lento y paciente proceso, se generan brutales corrientes de masas gases (de color rosado en la foto) y polvo (marrón) que chocan violentamente y colapsan, dando lugar a rápidos, furiosos y masivos alumbramientos estelares (parches azules). Millones de nuevos soles.
En realidad, y esto vale para toda colisión entre galaxias, no hay un verdadero choque, porque las distancias entre las estrellas que forman una galaxia cualquiera son tan enormes, que las chances de un solo choque interestelar son bajísimas. Más que chocar, las Antenas se están atravesando.
Para la astronomía, también vale aquello de “el pez grande se come al más chico”: en los grandes cúmulos galácticos, el “canibalismo” suele ser bastante habitual. Y es simple: gravedad mediante, las galaxias más grandes y masivas suelen atraer y devorarse a las más pequeñas. Y uno de los ejemplos más claros y vistosos es el de la elegante galaxia espiral NGC 2207, que ya está comenzando a paladear a la pobre IC 2163. Esta foto fue tomada por el Hubble hace unos años, y comparada con la de las Antenas nos muestra una etapa más temprana en el proceso de las colisiones galácticas: una suerte de fatal coqueteo previo. Pero dentro de 500 o 1000 millones de años, ya nada quedará de IC 2163.
El caso de NGC 2207 e IC 2163 es evidentemente desigual, y casi injusto. Pero hay otros mucho más parejos: a 300 millones de años luz de la Vía Láctea, en pleno Cúmulo de Coma, dos grandes galaxias espirales, conocida en conjunto como NGC 4676, están subidas al ring. Son dos pesos pesados que, si bien todavía no han chocado definitivamente, vienen cruzándose y tironeándose desde hace rato. La prueba está en las larguísimas colas que les dan su nombre informal: los “ratones”. Son dos estelas que miden decenas de miles de años luz de largo, y están formadas por millones de estrellas y nubes de gas y polvo que han sido recíprocamente arrancadas de sus cuerpos principales. La foto del Hubble (de 2004) también nos muestra otras galaxias de fondo, que parecen contemplar pasivamente la escena. Teniendo en cuenta sus movimientos y velocidades, los astrónomos estiman que ambas galaxias se rozarán, y hasta chocarán, varias veces durante los próximos millones de años. Y, finalmente, se convertirán en un único ¿súper ratón?
Hay otras galaxias que, si bien no están en etapa de colisión, muestran, con pelos y señales, huellas de episodios muy traumáticos: mirando más lejos (a 420 millones de años luz), y hacia otra dirección del cielo (la muy boreal constelación boreal de Draco), el Hubble tropezó con Arp 188. Es un extrañísimo especimen que a todas luces tiene muy bien ganado su apodo: el “renacuajo”. Es una galaxia espiral que arrastra una impresionante cola azulada, de 280 mil años luz de largo (el triple de su cuerpo). Una fina hilera de estrellas y gases que le fueron arrancadas por una vecina que le pasó por delante. Y que ahora, después de haber pegado una vuelta, aparece muy por detrás de Arp 188: la lejana silueta de la intrusa se insinúa a través de sus brazos (en la parte de arriba y a la izquierda de la foto). Con el correr de los millones de años, las estrellas y los gases que forman esa larga estela se irán dispersando. Y al igual que los verdaderos renacuajos, finalmente, Arp 188 perderá su cola.
Las galaxias también chocan de a tres (y más también). En las noches oscuras y transparentes de otoño, los astrónomos aficionados del Hemisferio Norte suelen apuntar sus telescopios a un rinconcito de la constelación de Pegaso. Allí los esperan cinco manchitas apenas visibles, incluso para grandes instrumentos. Son las galaxias del famoso “Quinteto de Stephan”. Los análisis espectrales de su luz (especialmente el llamado “corrimiento al rojo”) revelan que las tres del centro están verdaderamente juntas en el espacio, a unos 300 millones de años luz (las otras dos, sólo coinciden en la línea visual). Muy juntas: en realidad, dos están en plena colisión y una tercera les anda siguiendo los pasos muy de cerca, como queriendo entrar en la lucha. Y ya está pagando un alto precio por adelantado, porque uno de sus brazos espiralados está completamente estirado en dirección al par, y desgarrado en parte. Teniendo en cuenta las distancias que nos separan de la escena, vale la pena aclarar que lo que muestra la foto no es lo que está ocurriendo ahora, sino lo que ocurría hace 300 millones de años (porque ése es el tiempo que tardó la luz en llegar a la Tierra). Y esto mismo vale para todas las imágenes: no vemos presente, sino pasado remoto. Así que ahora, las cosas deben estar en un estado mucho más avanzado. Y hasta es posible que el trío ya haya formado una única galaxia.
Galaxias que apenas se acercan y se rozan, galaxias que comienzan a chocar y galaxias chocando. Pero la galería del cielo también nos presenta choques ya terminados: a 75 millones de años luz, en el famoso cúmulo de galaxias de Fornax, la regordeta NGC 1316 muestra claros signos de haberse tragado, al menos, a otra. En esta foto, tomada por el Hubble en 2005, esta gran galaxia elíptica aparece salpicada por enormes y gruesos filamentos de polvo. La presencia y la singular disposición de esos materiales sugiere que son los restos de una o más galaxias espirales, más pequeñas, que han sido devoradas por NGC 1316.
Los encuentros, roces, y colisiones galácticas no son eventos novedosos para la astronomía, ni mucho menos tan excepcionales (como se ha dicho últimamente en referencia al híper publicitado caso de las Antenas). Sin embargo, tampoco son comunes: se estima que se da uno o dos casos cada 100 galaxias (y en el universo hay miles de millones de galaxias). Pero las tasas de interacción y fusión eran muchísimo más altas durante la infancia del cosmos. La prueba está en que algunas fotos de cúmulos galácticos ubicados a unos 10 mil millones de años luz (y que, por lo tanto, nos muestran lo que pasaba por entonces, cuando el universo sólo tenía el 20% de su edad actual) revelan múltiples choques. Más importante aún: los cosmólogos sospechan que fue así como se formaron las galaxias actuales, gracias a la fusión de otras más chicas. Y eso justamente es lo que puede verse en esta flamante –y vaya a saber por qué, mucho menos publicitada– imagen de la Galaxia Tela de Araña, situada a 10.600 millones de años luz de la Vía Láctea. Ni más ni menos que una galaxia en construcción, a partir de la fusión de otras más pequeñas. Impresionante por donde se lo mire.
Y por casa, ¿cómo andamos? A primera vista, parecería que la Vía Láctea está muy tranquila dentro del Grupo Local, una colección de unas 40 galaxias vecinas. Y, sin embargo, ahora mismo está comenzando a devorarse a la Galaxia enana de Sagitario, una pálida y modesta isla de estrellas (descubierta a mediados de los ’90), ubicada del otro lado de nuestro centro galáctico. Y hay buenas razones (fundamentalmente, restos dispersos) para pensar que a lo largo de su historia se ha llevado por delante a varias más. ¿Y el futuro? Todo indica que de aquí a unos cientos de millones de años, su intenso tirón gravitatorio terminará por capturar, desgarrar y engullir a sus dos galaxias satélites: las Nubes Mayor y Menor de Magallanes (dos manchas que podemos ver, a ojo desnudo, y mirando hacia el Sur, en cielos bien oscuros y limpios). Pero habrá un gran choque. Actualmente, la Vía Láctea y Andrómeda, otra monumental galaxia espiral algo más grande que la nuestra, están separadas por 2,5 millones de años luz. Pero esa brecha se está achicando a 500.000 km/hora. Y todo indica que dentro de unos 3000 millones de años ambas chocarán. Y luego de una larga interacción, fusión y metamorfosis (que tal vez tome otros 1000 millones de años), ambas terminarían formando un impresionante monstruo galáctico. Tal vez, por aquel lejanísimo entonces, nuestros descendientes, sean lo que fueran, asistan al parto de aquella formidable criatura de forma redondeada. Y hasta podrían bautizarla “Vía Andrómeda”.
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