ASTRONOMIA: LA ESTRELLA MAS ANTIGUA JAMAS OBSERVADA
› Por Mariano Ribas
Nació cuando el universo recién comenzaba a gatear, apenas unos cientos de millones de años después del Big Bang. Y durante su larguísima vida, ha sido testigo de innumerables alumbramientos y muertes estelares. Hoy, es un sol rojo y muy viejo. Pero todavía late. Allá a lo lejos, a varios miles de años luz del Sistema Solar, perdido irremediablemente en el mar de estrellas que forman nuestra Vía Láctea. Hasta hace poco, nadie había reparado en esa antigualla cósmica. Pero ahora, y de la mano de uno de los telescopios más poderosos de la Tierra, un grupo internacional de astrónomos la rescató del anonimato, delineó su perfil, y lo más importante: con precisión quirúrgica, determinó su impresionante edad. La investigación dio lugar a un paper que acaba de publicarse en el prestigioso Astrophysical Journal. Y Futuro dialogó con la principal autora del trabajo. A continuación, exploramos los detalles más jugosos del resonante caso de la estrella “más vieja jamás observada”.
Al acercarse al final de sus vidas, cuando las reservas de hidrógeno de sus corazones comienzan a flaquear, las estrellas se convierten en versiones grotescas de sí mismas. Se hinchan lentamente, hasta aumentar cientos de veces su diámetro original (y millones de veces su volumen), y sus ultraexpandidas superficies se enfrían, hasta llegar a temperaturas de “apenas” 2500 o 3000º C. Es una inevitable metamorfosis que las convierte, tarde o temprano, en “Gigantes Rojas”. Ese es el destino que le espera al Sol, dentro de 6 mil millones de años. El cielo está lleno de estos ancianos colosos estelares. Y algunos hasta pueden verse fácilmente a ojo desnudo. En estos días, por ejemplo, podemos salir al encuentro de la famosa estrella Arturo: hacia la medianoche, se ubica a mediana altura sobre el horizonte del Norte. Su intenso brillo y su color rojizo–anaranjado la hacen verdaderamente inconfundible. Y bien, por definición, las Gigantes Rojas son cosas muy, muy viejas. Y justamente, mirando cosas muy viejas fue como apareció la novedad astronómica del momento.
Desde hace tiempo, un equipo de astrónomos europeos y norteamericanos, encabezados por la doctora Anna Frebel (del Observatorio McDonald, en Texas), viene siguiéndoles el rastro a estrellas ancianas en distintos rincones de la galaxia. Y para la pesquisa, cuentan con un aliado de lujo: el “Kueyen”, ni más ni menos que uno de los cuatro telescopios que forman el Very Large Telescope, el fabuloso observatorio europeo instalado en el desértico Norte de Chile. Con la ayuda de este superojo, Frebel y los suyos estudiaron una estrella que enseguida daría que hablar: “Se llama HE 1523-0901, está a 7500 años luz del Sistema Solar, y la encontramos mientras mirábamos con Kueyen en dirección a la constelación de Libra”, cuenta la astrónoma estadounidense. Y agrega: “HE 1523, como solemos abreviarla, es una típica estrella gigante roja, como tantas otras que hemos observado anteriormente, y a partir de su luminosidad estimamos que es un poco menos masiva que el Sol, probablemente tenga el 80 por ciento de su masa” (a no confundirse: masa, no volumen, porque HE 1523 es inmensamente más grande que el Sol). Frebel y sus colegas sabían que tenían una estrella vieja. Pero ¿cuán vieja exactamente? Créase o no, en cierto modo, fue la propia estrella la que los ayudó a revelar su impresionante edad.
A la hora de desmenuzar el espectro de la luz de la estrella, los astrónomos encontraron algunos detalles especiales y sumamente significativos: entre otros elementos, la estrella mostraba trazas de uranio y torio, dos elementos radiactivos. Y justamente, ésa era la llave para conocer la antigüedad de HE 1523: no bien nace una estrella, su dotación de elementos radiactivos primigenios comienza a “decaer” a un ritmo sostenido (mutando hacia otros elementos más livianos). Y si se conoce ese ritmo, más la cantidad actual del elemento en cuestión y de otros derivados, es posible calcular el tiempo transcurrido desde el comienzo con notable precisión. Es más o menos lo mismo que hacen los arqueólogos al datar objetos y huesos con la famosa técnica del carbono 14. El punto es que para datar estrellas, esos elementos radiactivos deben tener “vidas medias” muy largas (la vida media es el tiempo en que la cantidad de un elemento radiactivo se reduce a la mitad). Y qué mejor que el uranio, cuya vida media es de 4500 millones de años, y el torio, con 14 mil millones de años. “Siempre es difícil calcular con precisión la edad de una estrella –explica Frebel– porque, entre otras cosas, hace falta detectar y medir las mínimas cantidades de elementos radiactivos, como el uranio y el torio. Y además, eso es algo que sólo podemos lograr con los más grandes telescopios, como el VLT”.
Bueno, se terminó el suspenso, va la cifra. Y sin anestesia: según Frebel, “HE 1523 tiene 13.200 millones de años, por lo tanto, es la estrella más antigua que jamás hayamos visto”. Para tener una idea más clara, alcanza con decir que es casi el triple de la edad del Sistema Solar. O prácticamente la misma edad de nuestra galaxia. De hecho, esta estrella es casi tan vieja como todo el universo (cuya edad actual se calcula en torno de los 13.700 millones de años). Nació cuando el cosmos sólo tenía el 4 por ciento de su edad actual. Apenas 500 millones de años después del Big Bang, cuando las galaxias recién iban tomando forma. Y todavía está allí, brillando. Aunque, es cierto, ya está en la etapa final de su vida, que la llevará a colapsar, y a convertirse inexorablemente en una “enana blanca”, un cadáver estelar ultradenso. Pero todavía está: “HE 1523 es una estrella relativamente fácil de ubicar, porque tiene una magnitud visual de 11,2”, cuenta Frebel. En buen criollo, eso significa que, aunque sea demasiado pálida para verse a ojo desnudo (por culpa de los 7500 años luz que nos separan de ella), está perfectamente a tiro de un telescopio de aficionado.
Para el final, una cuestión que, en principio, parece contradictoria: en el comienzo de los tiempos, casi todo en el universo era hidrógeno y helio. Entonces: ¿cómo es posible que una estrella de aquel entonces tenga uranio y torio, elementos pesadísimos que no se gestaron a partir del Big Bang? Frebel aclara la aparente paradoja: “Esos elementos pesados que encontramos, aún hoy, en esta estrella, fueron producidos por una supernova, o sea, la explosión de una estrella que vivió incluso antes, y que ‘contaminaron’ el medio interestelar a partir del cual se formó HE 1523”.
Una verdadera reliquia astronómica acaba de ser revelada. Y es impresionante: al fin de cuentas, esa criatura de edad imposible ha visto nacer y morir a montones de estrellas. Ha marchado a la par de la historia de la Vía Láctea. Y ha sido testigo de la imparable expansión del universo. Allí está. Allí ha estado casi siempre, desde el mismísimo amanecer del tiempo. Aquel viejo sol rojo.
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