“17P/HOLMES”, LA SENSACIóN ASTRONóMICA DEL MOMENTO
› Por Mariano Ribas
Y de pronto, algo apareció en el cielo, en la norteña constelación de Perseo. Y allí donde nada había, ahora hay un manchón de luz, redondo y difuso. Un fantasma celestial que se ha convertido en la sensación astronómica del momento: hace algo más de una semana, y de golpe, el cometa Holmes aumentó un millón de veces su brillo. Y entonces, aquella lejana “bola de nieve sucia” que vaga entre las órbitas de Marte y Júpiter dejó de ser una modestísima vista sólo reservada para grandes telescopios para convertirse en un objeto visible a ojo desnudo desde el Hemisferio Norte. E incluso, aunque con bastante más dificultad, también desde buena parte de la Argentina. “Es el cometa más extraño que se haya encendido en la escena celeste en todas nuestras vidas”, se llegó a decir en las páginas de la revista Sky & Telescope. Curiosamente, y lamentablemente, el extraordinario cometa Holmes ha sido olímpicamente ignorado por la mayoría de los medios locales. Pero su historia, su presente y su futuro inmediato son tan interesantes, que sería una pena dejarlo pasar así nomás. Lo que sigue son las claves para entender y disfrutar de un cometa literalmente “explosivo”.
Y todo comenzó en la noche del 6 de noviembre de 1892. Como tantos otros astrónomos aficionados, de ayer y hoy, el británico Edwin Holmes estaba pegado a su telescopio, disfrutando de Júpiter y algunas bonitas estrellas dobles. Al rato, decidió echarle un vistazo a un clásico del cielo: la galaxia de Andrómeda. Pero en el camino tropezó con una mancha de luz que no era la famosa galaxia: “¿Qué es eso? Hay algo raro ahí”, parece que dijo en voz alta. Tan es así que su esposa, que estaba cocinando, lo escuchó y se acercó a ver qué pasaba. Y lo que pasaba era un cometa. Un nuevo cometa que no sólo no estaba allí el día anterior, sino que además, así, de golpe, se veía a ojo desnudo. Inmediatamente, el orgulloso amateur se puso en contacto con astrónomos del Observatorio Real de Greenwich y otros sitios. Y todos empezaron a seguirle el rastro al recién llegado: claro, ahora bautizado “cometa Holmes”. Las observaciones revelaron que tenía una órbita de 7 años en torno del Sol, y que en su punto más cercano a nuestra estrella (el “perihelio”) apenas rozaba la órbita de Marte. Lo más raro del caso es que en el momento del descubrimiento el cometa hacía ya 5 meses que había alcanzado su máximo acercamiento al Sol, y un mes desde su mayor aproximación a la Tierra, momentos en los que, justamente, cabría esperar su mayor esplendor (porque el calor solar sublima sus hielos, liberando los gases y polvo que forman las cabezas y colas de los cometas).
¿Por qué se había encendido de golpe? Nadie lo sabía. En las semanas siguientes, el Holmes fue perdiendo brillo. Y ya en diciembre dejó de observarse a simple vista. Y cuando ya sólo estaba al alcance de los telescopios, vino el segundo batacazo: el 16 de enero de 1893, y ya en clara retirada, el cometa volvió a encenderse de golpe. Si el primer episodio había resultado sorprendente para los astrónomos de finales del siglo XIX, el segundo ya era verdadera y absolutamente desconcertante.
Después de su misteriosa “erupción” de 1892, el cometa 17P/Holmes –tal su etiqueta formal– pasó todo el siglo XX tranquilo, oscuro, sin estridencias. Apenas uno más de los tantísimos cometas pálidos y lejanos que se pasean por el barrio solar, y que noche a noche están en el cielo sin que los veamos (a simple vista). Pero hace diez días, la extraña criatura se despertó de su largo sueño de 115 años. De golpe y furiosa. Otra vez.
Nadie hablaba del cometa Holmes hasta el 23 de octubre. Pero todo cambió en la madrugada del miércoles 24, cuando Juan Antonio Henríquez, un astrónomo aficionado español, lo notó muchísimo más luminoso. Con el correr de las horas, observadores de Europa y Asia fueron testigos de una escalada de brillo brutal e imparable: en cuestión de doce o trece horas, el Holmes había pasado de una magnitud visual de 17 a 3, tal como pudo estimar el japonés Seiichi Yoshida, uno de los máximos observadores de cometas del mundo. En buen criollo, el cometa había aumentado su brillo un millón de veces. Tremendo. Y así, en la noche del 24 al 25 de octubre, la constelación de Perseo cambió su aspecto a simple vista: ahora, tenía una nueva “estrella”, amarilla y brillante.
La novedad se desparramó como un rayo por toda la comunidad astronómica del mundo: el Holmes se convirtió en la noticia en todos los portales de internet especializados. Y llovieron reportes de observadores de todo el planeta. Muchos dijeron que era “el cometa más extraño” que hayan visto en sus vidas. No el más brillante, ni el más espectacular (en ese aspecto, el McNaught, que todos vimos en enero de este año, le gana por varios cuerpos), pero sí el más raro. Y no les faltaba razón: además de su “estallido”, el Holmes fue creciendo día a día en el cielo, pasando de ser un punto luminoso, a un manchón cada vez más grande. Y muy redondo, tal como muestran las incontables fotografías que circulan en internet. Y esto nos dice mucho: sea por lo que fuere, el cometa tuvo una impresionante erupción global que lanzó al espacio grandes cantidades de polvo y gas (en menor medida). Materiales eyectados que, a modo de cáscara en expansión, reflejan la luz solar. A propósito, un datito nada despreciable: a pesar de que el núcleo del cometa sólo mide 3 o 4 mil metros, esa cáscara esférica que lo rodea (“coma”) ya mide unos impresionantes 200 mil kilómetros de diámetro: más que el propio planeta Júpiter.
Desde su estallido, el cometa Holmes ha mantenido su brillo prácticamente sin cambios. Y durante varios días más se seguirá viendo fácilmente en los cielos del Hemisferio Norte, clavado en la constelación de Perseo. Por telescopios y largavistas, es verdaderamente impactante: una gran “burbuja” de color blanco-amarillento suave, con un centro mucho más brillante (el núcleo del cometa) del que se desprende cierta nubosidad hacia un lado (los materiales que, justamente, brotan del núcleo del cometa). La pregunta se hace obvia: ¿Y en la Argentina? Sí, podemos verlo, pero no es tan fácil. Dada nuestra latitud, no estamos en la mejor de las butacas para verlo: de hecho, en ciudades como Buenos Aires, Córdoba y Rosario sólo se asoma hacia las 2 de la mañana, justo por el Norte, a escasos 5 grados de altura sobre el horizonte. Y eso, sumado a la contaminación luminosa urbana complica mucho su observación a simple vista. Pero con binoculares es muy fácil de ver, siempre como un manchón difuso. En las provincias del norte del país, la situación es mejor, dado que –a la misma hora y lugar– se lo ve bastante más alto sobre el horizonte. En síntesis: cuanto más al norte y lejos de las ciudades, mejor.
Nadie sabe muy bien por qué el cometa Holmes ha tenido estallidos de brillo tan extraordinarios, tanto en 1892 como ahora. Pero una de las mejores explicaciones tiene que ver con la frágil y porosa estructura de los cometas, que no son otra cosa que mazacotes de hielo, roca y polvo, débilmente unidos por la gravedad. Tal vez, parte del “suelo” del cometa colapsó, y de golpe dejó a la intemperie materiales internos frescos, expuestos a la luz solar. La sublimación y liberación masiva y repentina de gases y nubes de polvo explicarían el asunto. Al menos, en parte. Y atención: “los paralelismos entre el estallido actual y el de 1892 son extraordinarios”, dice el astrónomo norteamericano John Bortle, una eminencia mundial en cometas. Y agrega lo más jugoso: “el episodio de noviembre de 1892 tuvo una réplica dos meses y medio después, así que tenemos que estar atentos a un posible estallido secundario hacia fin de este año”. Habrá que estar atentos, al fin de cuentas, hasta podría ocurrir que el “cometa explosivo” sea “doblemente explosivo”. Sólo el tiempo dirá.
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