futuro

Sábado, 10 de noviembre de 2007

CIENCIA Y FICCION EN H.G. WELLS

Licencia para inventar

 Por Claudio H. Sánchez

El inglés Herbert George Wells (1866-1946) es considerado uno de los padres fundadores de la ciencia ficción. Más aún: es el creador de muchos de sus subgéneros más celebrados, como los viajes por el tiempo en La máquina del tiempo (1895) o la invasión extraterrestre en La guerra de los mundos (1898). Si se las compara con las de Julio Verne, las obras de Wells ponen más el acento en la crítica social y menos en las cuestiones científicas propiamente dichas. Así, los morlocks y los eloí de La máquina del tiempo reflejan la separación de clases en la Inglaterra victoriana. Y en La guerra de los mundos, la actitud de los marcianos con los terrícolas es equivalente a la que tenían las potencias coloniales con los nativos.

Esto no quiere decir que Wells no pretenda darles un soporte científico a sus relatos. En La máquina del tiempo, el protagonista explica que el tiempo es una dimensión, como lo son el ancho o el largo y, por lo tanto, debería ser posible viajar al pasado y al futuro, tal como lo hacemos hacia adelante o hacia atrás. En Primeros hombres en la Luna nos enteramos de las propiedades de la cavorita, una hipotética sustancia opaca a la gravedad que permite escapar de la tierra hacia el espacio. Y todo un capítulo de El hombre invisible consiste en una clase de óptica a cargo del protagonista.

Con todo, la ciencia en los relatos de Wells no está libre de las objeciones de obsesivos y detallistas. Aquí comentamos tres de sus relatos y sus posibles inconsistencias científicas.

EL HOMBRE INVIDENTE

El hombre invisible es una de las novelas más conocidas de Wells. En pocas palabras: un científico descubre un procedimiento para volver invisibles a las cosas, lo prueba en sí mismo y así se convierte en el Hombre Invisible. ¿Cómo es posible esto? El propio protagonista lo explica: “Si ponemos una hoja de cristal común en agua desaparecerá casi completamente, porque al pasar del agua al cristal la luz apenas se refracta o refleja. Será casi tan invisible como un chorro de metano o de hidrógeno lo es en el aire. Y exactamente por la misma razón”.

Es decir que para ser invisible hay que hacerse transparente como el aire. El mismo principio se aplica en La operación gran piedra DeGaulle, uno de los episodios del inspector Clouseau, acerca del robo de un diamante. Los ladrones (en realidad, un villano de tres cabezas y sobre todo negro) dejan caer el diamante en un vaso de agua y la piedra desaparece. Luego, el inspector se toma el agua, se traga el diamante, lo operan para sacárselo... En fin, no interesa cómo sigue la historia. Si bien todo esto es físicamente correcto, el caso del hombre invisible presenta una de las objeciones científicas más citadas de la obra de Wells. Si cada parte del cuerpo del hombre invisible es realmente transparente, también lo serán sus ojos. Más precisamente, sus retinas. En esas condiciones el pobre hombre no podrá ver, ya que la visión necesita que la luz interactúe con las células de las retinas.

Aunque la novela no menciona esta dificultad, es posible que el autor haya sido consciente de ella. En efecto, el texto cuenta qué hizo el Hombre Invisible luego de someterse al proceso de invisibilidad: “Fui al espejo y no vi nada. ¡Nada! Excepto una pequeña mancha donde debían estar mis ojos”. Esto sugiere que los ojos del Hombre Invisible eran parcialmente visibles. Tal vez, después de todo, sus retinas conservaban la capacidad de absorber la luz, lo suficiente como para permitir la visión. Sin embargo, este detalle no es mencionado en el resto de la novela, donde se da a entender que la invisibilidad era completa.

EL HOMBRE QUE NO PESABA NADA

La verdad acerca de Pyecraft trata de un hombre obeso que busca un método para bajar de peso. Para eso prueba una antigua receta hindú que surte efecto, aunque no en la forma que él quería: realmente baja de peso, pero sin dejar de ser gordo. Se convierte en una especie de globo que flota sin control. El cuento lo describe flotando contra el techo de su habitación, a pesar de los esfuerzos de un amigo para retenerlo abajo.

Aunque fuera posible reducir el peso de Pyecraft a cero, no flotaría tal como lo cuenta Wells. Para que un cuerpo flote, su peso debe ser menor que el del aire desalojado. Por ejemplo, un globo de gas de cinco litros desaloja cinco litros de aire, o sea unos siete gramos. Podrá flotar si el peso del globo, más el del gas que contiene, es menor a siete gramos.

Si suponemos que Pyecraft pesaba originalmente 150 kilos, ocuparía un volumen de unos 150 litros. El peso del aire desalojado sería de 200 gramos. Seguramente los zapatos de Pyecraft pesan más que eso (por no hablar de su ropa) y alcanzarían para mantenerlo en tierra, aunque con cierta inestabilidad: una mínima brisa podría levantarlo por el aire.

PAREN EL MUNDO, ME QUIERO BAJAR

En El nuevo acelerador, el protagonista descubre una droga que acelera miles de veces el funcionamiento del sistema nervioso. El que toma esta droga es capaz de registrar el mundo exterior a tal velocidad que todo parece detenerse: puede percibir el aleteo de una abeja; suelta un vaso y puede verlo suspendido en el aire y recogerlo antes de que caiga un milímetro; el sonido de una orquesta suena para él anormalmente grave. El efecto dura unos pocos segundos, pero al que toma la droga le parecen horas.

Esta aceleración presenta varios problemas. Por un lado, está la cuestión de la energía. Al moverse a gran velocidad, los protagonistas consumen mucha más energía que lo normal. El protagonista menciona esta objeción, pero subestima la dificultad diciendo que “comerá el doble o el triple, y ya está”. En realidad, el consumo de energía sería mucho mayor. El texto menciona una velocidad de seis o siete kilómetros por segundo. Para que una persona de 70 kilogramos alcance esa velocidad debe consumir unas trescientas mil calorías. Aunque hubiera alguna dieta capaz de proveer esa energía, los procesos químicos de la digestión llevan su tiempo y no tienen por qué acelerarse por efecto de la droga.

Un problema que sí menciona Wells es el del calor desarrollado por fricción cuando los protagonistas se mueven a gran velocidad: ellos corren tan rápido que sus ropas comienzan a chamuscarse. Seis o siete kilómetros por segundo es un poco más rápido que un tren de alta velocidad. No parece probable que en estas condiciones la fricción con el aire desarrolle tanto calor como para chamuscar la ropa. Pero eso podría ocurrir si en el movimiento se rozara accidentalmente el piso, las paredes o algún otro objeto sólido, como sucede en algún momento en el cuento.

Otro problema relacionado con la velocidad es el de la fuerza. Los protagonistas toman objetos, los levantan y los mueven de aquí para allá. Para hacer esto a gran velocidad se necesita mucha fuerza. Por ejemplo, para levantar un objeto de un kilo de peso hay que hacer una fuerza mayor a un kilo. ¿Cuánto mayor? Eso depende de cuánto se lo quiera levantar. Más alto y más rápido, más fuerza hay que hacer.

Para levantar el objeto a un metro de altura en un segundo, se necesita una fuerza de 1,2 kilo. Para hacerlo en medio segundo, la fuerza necesaria es de 1,8 kilogramo. Para hacerlo en una décima de segundo, 21 kilos. En una centésima, 2000 kilos. Y si se lo quisiera levantar a un metro de altura en una milésima de segundo, que es el tiempo sugerido en el cuento de Wells, se necesitaría una fuerza de doscientas toneladas. Desarrollar esa fuerza no es cuestión de velocidad del sistema nervioso.

La idea de detener el tiempo de esta forma es usada en Clockstoppers, una película de 2002 dirigida por Jonathan Frakes. Aquí no se usa una droga sino un reloj especial, aunque el efecto es el mismo: se acelera la percepción del tiempo de modo que todo lo demás parece detenerse. Y caben las mismas objeciones. En un pasaje de la película, los protagonistas, acelerados, manejan un auto. El auto se mueve a velocidad normal para ellos, lo que significa miles de kilómetros por hora desde el punto de vista del tiempo normal. No se entiende por qué la aceleración afectaría a un objeto inanimado como un auto que, de todas formas, consumiría todo su combustible en una fracción de segundo.

Un reloj similar al de Clockstoppers aparece en Paren el mundo, me quiero bajar, uno de los segmentos del episodio Especial de Noche de Brujas XIV, de Los Simpson. Pero a ellos les perdonamos las objeciones.

Compartir: 

Twitter

 
FUTURO
 indice
  • Nota de tapa> Nota de tapa
    Jugate conmigo
    Videojuegos argentinos
    Lejos de la mirada condenatoria (y facilista) que los acusa de ser...
    Por Eugenio Martinez Ruhl
  • CIENCIA Y FICCION EN H.G. WELLS
    Licencia para inventar
    Por Claudio H. Sánchez
  • LIBROS Y PUBLICACIONES
    Vida de consumo
  • AGENDA CIENTíFICA
    Agenda científica

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.