Sábado, 17 de noviembre de 2007 | Hoy
ARQUEOLOGIA: MINIFALDAS, FIGURAS Y JUGUETES DEL YACIMIENTO SERBIO PLOCNIK-VINÇA
Por Federico Kukso
Tal vez sea su coqueteo y obstinación con el pasado, su cercanía con la tierra y lo maleable, su ímpetu inagotable o el cotidiano acento en la búsqueda permanente lo que hacen que la arqueología –en todas su vertientes y subcategorías– sobresalga en el trasfondo científico. Ninguna ciencia como ella logra volver interesante algo supuestamente seco como las cuevas –capaces de despertar la imaginación, cautivar al curioso y hacer bombear de adrenalina al explorador– y yacimientos perdidos entre valles. Hallar en ellos un minúsculo artefacto –un palito mordido, un garabato furtivo o un muñeco tallado– es siempre una bomba, un pequeño gran descubrimiento que sacude la percepción y por un breve lapso provoca que el observador advierta que su vida –y la vida de todos los seres vivientes que pisaron este planeta– es momentánea, efímera, con fecha de vencimiento.
Por eso bien puede decirse que el yacimiento serbio de Plocnik es el epicentro de los últimos terremotos en la materia. Descubierto accidentalmente en 1927 mientras se estaba construyendo una línea ferroviaria desde la ciudad de Nis a la capital de Kosovo, Pristina, al parecer este antiguo asentamiento de 12 hectáreas ubicado cerca de la ciudad de Prokuplje, al sur de la actual Serbia, y bordeado por ríos sirvió como punto de parada de muchos pueblos de distintas épocas, si bien resaltan más los restos de los miembros de la cultura “Vinça”, la civilización prehistórica más grande de Europa y una de las cunas de la Edad de los Metales, un trecho (pre)histórico que se extiende del V al I milenio a.C.
Hornos de cocción para los metales (con pipas de arcilla con centenares de agujeros minúsculos en ellas para la salida del aire), figuritas de animales, sonajeros y pequeñas vasijas hasta ahora resonaban como los tesoros desenterrados y rescatados por los arqueólogos y sus palas en la zona (si bien las excavaciones comenzaron durante el período de entreguerras, recién retomaron su curso en 1996). Y ahora se suman nuevos elementos que obligan a los historiadores y demás investigadores a cambiar sus fechas y límites impuestos –arbitrariamente– a las edades anteriores a la invención de la escritura: un cincel metálico y un hacha encontrados pegaditos a una vivienda del período Neolítico (la última etapa de la Edad de Piedra) que, según parece, corresponderían al VI milenio a.C., adelantando así casi unos mil años el primer período de la Edad de los Metales, el “Calcolítico” en Europa o “la Edad del Cobre”, aquella época distante que media entre el Neolítico y la Edad del Bronce y que marca el primer período en el que los seres humanos dominaron el metal.
Pero lo llamativo del asunto es que el cincel y el hacha no sólo obligan a borrar y reescribir fechas, sino que junto a otra serie de artefactos ponen al descubierto ciertos rasgos de la personalidad de las mujeres prehistóricas. “De acuerdo con las figuras que hemos encontrado, las mujeres jóvenes vestían con esmero, con los mismos tops y minifaldas que cualquier chica de hoy en día. Y con brazaletes para los brazos”, explica el arqueólogo Julka Kuzmanovic-Cvetkovic.
El hallazgo demuestra que desde hace tiempo los objetos son consumidos (o utilizados, más bien) no exclusivamente por su función. El eterno debate que entretiene a los diseñadores (¿forma o función?, ¿función o forma?, ¿forma y función?) se planteaba antes de que alguien siquiera soñara con las pirámides de Egipto.
La evidencia muestra que los chicos también eran tenidos en cuenta por esta sociedad que habitó en el lugar entre el 5400 y el 4700 a.C. y que acentuaba el lujo y valoraba la apariencia, la estética y la moda. “Buscaban la belleza y producían 60 tipos diferentes de cerámica y figuras, no sólo representando sus divinidades, sino también por mero entretenimiento”, indica Kuzmanovic.
Las conclusiones e hipótesis de los arqueólogos hablan también de una clara división del trabajo y una marcada organización. Las casas contaban con estufas y agujeros especialmente diseñados para arrojar la basura; los muertos eran enterrados en algo parecido a una necrópolis; la gente usaba ropa de lana y cuero y ya domesticaban animales, hasta que un gran incendio los borró de la historia. O casi. Sólo quedan de ellos sus objetos y utensilios que cuentan ahora sus historias, antojos y caprichos estéticos.
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