Sábado, 26 de enero de 2008 | Hoy
ASTRONOMIA: LA SONDA MESSENGER REGRESA A MERCURIO
El mensajero estuvo haciendo nuevamente de las suyas en el espacio. Pero no nos referimos al popular programa de conversación virtual sino a la sonda espacial norteamericana Messenger que visitó, después de tres décadas, la superficie de Mercurio, obteniendo novedosas fotografías de su paisaje.
Por Mariano Ribas
Silbando bajito, y sin las estridencias de otras misiones espaciales a planetas más populares, la sonda Messenger pagó una vieja deuda de la astronomía: después de más de 30 años, volvió a Mercurio. Fue un fugaz sobrevuelo a aquel mundo pequeño y demacrado, que arde de día, se congela de noche, y que por debajo de su corteza rocosa, cubierta de cráteres a más no poder, esconde un gran corazón de hierro.
La nave de la NASA transmitió a la Tierra más de mil valiosísimas imágenes del planeta, incluyendo vistas absolutamente inéditas (que no habían sido fotografiadas por su única antecesora, la Mariner 10, de 1974-75). Y también, cataratas de datos y mediciones.
Los científicos recién están comenzando a digerir este gran banquete, que es apenas un anticipo de lo que vendrá: Messenger volverá a sobrevolar Mercurio otras dos veces. Y finalmente, en 2011, se colocará en órbita, para completar el más completo perfil físico, químico, magnético y geológico del primer escolta del Sol.
Incluso con grandes telescopios, Mercurio es una de las vistas más decepcionantes de la comarca planetaria: apenas una bolita carente de todo detalle, cuyo único atractivo es cambiar de fases a lo largo de las semanas. Así, durante siglos, los astrónomos poco y nada supieron del pequeño planeta.
Pero todo cambió entre 1974 y 1975, cuando la sonda espacial Mariner 10, de la NASA, hizo tres breves e históricos sobrevuelos. Fue un viaje de revelación: por primera vez, la humanidad pudo ver imágenes detalladas del planeta que, según dicen, Copérnico nunca vio. Las fotos mostraron un mundo cubierto de cráteres, grietas y grandes llanuras volcánicas.
A primera vista, Mercurio lucía muy parecido a la Luna. Y sin embargo, no. Mariner detectó un poderoso campo magnético global que, junto a otros indicios, hacen pensar que debajo de esa corteza rocosa, Mercurio esconde un núcleo de hierro de más de 3500 kilómetros (o sea, cerca del 75% del diámetro total del planeta). O dicho de otro modo: Mercurio es una bola de hierro cubierta por una fina cáscara de roca. Un verdadero planeta heavy metal.
Después del Mariner 10, el planeta de hierro quedó en el olvido durante décadas. Hasta que a mediados de 2004, la NASA despachó al Messenger (“Mensajero”), una maquinita prodigiosa, cargada de voraces cámaras e instrumentos.
Luego de una complicada trayectoria (que incluyó un acercamiento a nuestro propio planeta y dos a Venus), la nave tuvo su primer encuentro con Mercurio (y sólo el primero, como veremos) hace menos de dos semanas. La expectativa, lógicamente, era enorme, entre otras cosas, porque Mariner 10 sólo había fotografiado menos de la mitad de la superficie mercuriana. Había mucho, nuevo y bueno, por ver.
Cuando en la Argentina eran las 17.04 hs del lunes 14 (siguiendo el falso huso horario actual, dos horas –no una– adelantado), la Messenger estaba pasando a toda velocidad por encima del ecuador de Mercurio. A sólo 200 kilómetros de la superficie, y del lado nocturno del planeta.
Tres minutos más tarde, la sonda salió de la oscuridad y retomó contacto radial con la red de radiotelescopios de la NASA, que seguía sus pasos. Mientras Messenger se alejaba del planeta, sus cámaras e instrumentos miraban hacia atrás y acumulaban pilas de datos e imágenes.
Al día siguiente, la nave apuntó su antena a la Tierra y comenzó a descargar la cosecha: 1213 fotografías y un total de 500 megabytes de información. Poco a poco, los controladores de la misión (del Jet Propulsión Laboratory, NASA, y de la Universidad Johns Hopkins de Física Aplicada) comenzaron a ver las imágenes recién llegadas en grandes pantallas y monitores. Eran las primeras vistas cercanas de Mercurio en más de 32 años.
Y qué vistas: de arranque nomás, una foto global del planeta que mostraba buena parte del “hemisferio perdido” por Mariner 10. Y de yapa, varios planos muy detallados de la especialidad de la casa: los grandes y filosos cráteres (como los ya conocidos Vivaldi y Sholem Aleijem, en honor al gran escritor).
Y también, llanuras de lava volcánica enfriada (al estilo de los “mares” lunares), fisuras, acantilados y fracturas en la corteza (probablemente, producto del enfriamiento y contracción del planeta en su infancia). Pero lo mejor de todo, lejos, fueron las fotos de la impresionante Cuenca de Caloris, un súper cráter de 1300 kilómetros de diámetro, “inundado” de lava y otros materiales.
Su estudio es importante porque puede dar pistas del interior de Mercurio. En su momento, Mariner 10 había logrado una vista parcial de la región (dado que la mitad de la colosal estructura estaba sumergida en la noche).
Pero Messenger fotografió a Caloris completamente iluminada por el Sol. “Tenemos la primera buena vista de Caloris, el más grande cráter conocido de Mercurio y uno de los mayores del Sistema Solar”, dice, entusiasmado, Scott Murchie, un geólogo planetario que integra el equipo de Messenger.
Aunque fugaz, el regreso al planeta de hierro ha sido todo un éxito: “estamos inundados de datos e imágenes para analizar, y es maravilloso”, dice Murchie. Y la cosa recién empieza. Messenger volverá a sobrevolar a Mercurio en octubre, y nuevamente en septiembre de 2009. Finalmente, en marzo de 2011, la sonda encenderá su motor de frenado, se dejará atrapar por la gravedad mercuriana y quedará girando alrededor del planeta por un año.
Dando una vuelta cada 12 horas, y protegida del horrendo calor solar por un escudo de fibra de cerámica, Messenger y sus siete instrumentos tomarán imágenes de altísima resolución (mapeando hasta el último rincón de Mercurio), realizarán estudios topográficos y de la química del suelo, y también se ocuparán de la casi inexistente atmósfera.
Pero hay dos asuntos que son los más jugosos: por un lado, el estudio del poderoso campo magnético, que sería el resultado del movimiento de grandes masas de metal líquido en torno de un núcleo de hierro sólido. Y por el otro, la observación de varios cráteres cercanos a los polos: observaciones de radar realizadas desde la Tierra sugieren que algunos esconderían agua congelada, ¿hielo en un lugar tan caliente?
Ocurre que la luz solar nunca llega al fondo de esos cráteres. Y en esa oscuridad, profunda y eterna, la temperatura debe ser bajísima. Con respecto al posible origen del hielo, los científicos sospechan que bien podrían ser los restos de cometas que se estrellaron contra Mercurio durante la violenta infancia del Sistema Solar, hace unos 4000 millones de años. Mediante un sofisticado espectrómetro, la Messenger intentará resolver el fascinante misterio del hielo de Mercurio.
Una vez cumplida su misión, en marzo de 2012, la heredera del Mariner 10 saldrá de órbita, y terminará estrellándose contra la dura superficie del planeta. Esa maniobra fatal en un mundo fatal será el episodio final de la larga aventura del Mensajero.
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