Sábado, 17 de mayo de 2008 | Hoy
HISTORIA DE LAS COMUNICACIONES Y CIENCIA FICCION
En la “Era de las comunicaciones”, donde todo se resuelve con un simple correo electrónico y lo que se quiere decir transcurre en los espacios misteriosos y grandes de la World Wide Web, surge la historia de un prototelégrafo, llamado pantelégrafo, creado en el siglo XIX por Giovanni Caselli.
Por Claudio H. Sanchez
Cuando hace unos años se publicó París en el siglo XX, obra póstuma de Julio Verne, todos volvimos a asombrarnos por la capacidad del autor para predecir los adelantos tecnológicos de nuestro tiempo. Por ejemplo, en un pasaje de la novela nos enteramos de la existencia de un telégrafo “(...) que permitía enviar a cualquier parte el facsímil de una escritura, autógrafo o dibujo y firmar letras de cambio o contratos a diez mil kilómetros de distancia”.
Pero esto, que parece una notable anticipación del fax, no es ninguna predicción. Y tampoco pretende serlo, ya que, unas líneas antes, el narrador nos aclara que ese telégrafo había sido inventado en el siglo anterior (es decir, el XIX) por el profesor Giovanni Caselli, de Florencia. Y, efectivamente, existía en tiempos de Verne este telégrafo de Caselli, también llamado pantelégrafo.
Para enviar un documento por el pantelégrafo, primero se lo debía imprimir o copiar sobre una lámina metálica usando una tinta grasosa especial, no conductora de la electricidad. En el aparato transmisor, una aguja conectada a una línea telegráfica exploraba la superficie de este impreso mediante un movimiento en zigzag.
Cuando la aguja tocaba el metal desnudo (es decir, no impreso), descargaba a tierra la tensión eléctrica. Pero cuando pasaba por la superficie impresa, la tinta aislante impedía la descarga. La electricidad pasaba entonces a la línea telegráfica.
En la estación receptora había un dispositivo con otra aguja similar, sincronizada con la del transmisor. Esta segunda aguja recorría un papel impregnado en ferrocianuro de potasio, sustancia que cambia de color al ser sometida a una corriente eléctrica. Así el papel se iba oscureciendo cuando la aguja del transmisor pasaba por la parte impresa y conservaba su color original en correspondencia con las partes no impresas del documento.
El nombre de pantelégrafo se debe a la capacidad de este aparato para transmitir cualquier tipo de mensaje, tanto textos como imágenes. El principio de funcionamiento parece simple y es, de hecho, similar al de las actuales máquinas de fax. El problema era asegurar el sincronismo en el movimiento de las dos agujas. Esto se lograba mediante un mecanismo de relojería con péndulos que guiaban las agujas.
En realidad, la idea de enviar mensajes por telégrafo usando papel sensible a la electricidad ya había sido registrada en 1843 por un mecánico escocés llamado Alexander Bain, pero el telégrafo de Caselli fue el primero en llevarse a la práctica. Funcionó durante la década de 1860 en la línea telegráfica que unía París con Lyon. Y aunque envió cerca de cinco mil faxes durante su primer año de operación, pronto fue abandonado. El hecho de tener que imprimir el documento en la lámina de metal lo hacía muy poco práctico. Además, los facsímiles obtenidos muchas veces resultaban ilegibles. Todavía se conserva un ejemplar del pantelégrafo que puede observarse en el Conservatorio de Artes y Oficios de París.
Antes del fax, antes del teléfono y antes del telégrafo existía un método de enviar mensajes a grandes distancias y en forma casi instantánea: el telégrafo óptico desarrollado por el francés Claude Chappe en el siglo XVIII.
Consistía en una serie de torres, separadas unos diez kilómetros entre sí y dotadas de un mecanismo de brazos móviles. Desde una de las torres, un vigía podía observar los movimientos de los brazos de la torre más cercana y los reproducía para que hiciera lo propio el vigía de la siguiente torre en la serie.
Los brazos podían adoptar unas doscientas posiciones distintas que representaban letras, palabras y hasta frases completas. De alguna manera, este sistema de transmisión es similar al lenguaje de banderas usado en el mar para comunicarse entre barco y barco.
La primera línea de telégrafos ópticos se terminó en 1794 y contaba con 15 torres a lo largo de 230 kilómetros entre París y Lille. Bajo buenas condiciones de visibilidad, un mensaje podía recorrer esa distancia en pocos minutos. Con el tiempo, Francia llegó a contar con una red de 500 torres que cubrían más de cinco mil kilómetros. La red jugó un papel importante en las campañas de Napoleón que la usó para recibir noticias y despachar órdenes. El telégrafo óptico se mantuvo en uso hasta mediados del siglo XIX, cuando fue superado por el telégrafo Morse.
Así como conocemos el pantelégrafo por su mención en París en el siglo XX, el telégrafo óptico protagoniza un episodio en El conde de Montecristo, la novela de Alejandro Dumas padre. En el capítulo cincuenta y dos el conde visita una de las torres y soborna al vigía para que transmita un mensaje falso que hará fracasar las inversiones de uno de sus enemigos.
Lamentablemente, este incidente no aparece en la más reciente versión cinematográfica de la novela de Dumas, dirigida por Kevin Reynolds y con Jim Caviezel en el papel principal. Tampoco aparece en El conde de Monte Gordo, la parodia que forma parte de “La venganza es un platillo que se sirve tres veces”, un capítulo de Los Simpson.
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