Sábado, 19 de julio de 2008 | Hoy
CALENTAMIENTO GLOBAL Y OTRAS YERBAS
Preocupado por los avatares del calentamiento global, Lewis Ziska, especialista del Servicio de Investigación del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, advierte, experimento mediante, sobre las consecuencias de la emanación de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera.
Por Esteban Magnani
A esta altura de la evolución, resulta bastante evidente que la naturaleza tiene una capacidad de sobrevivir que difícilmente pueda doblegarse. Es cierto que no todas las especies son capaces de adaptarse a los cambios que se han dado en la historia del planeta, como lo demuestran los dinosaurios que reinaron un día para extinguirse en unos pocos millones de años. Por eso es que, si bien el calentamiento global puede llegar a poner en peligro a muchas especies incluida la humana, difícilmente pueda terminar con la naturaleza, entendida casi como sinónimo de “vida”.
Esto es lo que parecen demostrar los experimentos realizados por Lewis Ziska, un especialista en “yuyos” del Servicio de Investigación del Departamento de Agricultura de Estados Unidos. Según cuenta el especialista en una extensa nota publicada recientemente en el New York Times, la falta de recursos que el Estado norteamericano dedica a la investigación sobre el calentamiento global, su campo de estudio, lo llevó a idear un experimento que arrojó resultados inesperados.
Lo que hizo Ziska fue aprovechar las condiciones que le ofrecía el medio para estudiar el comportamiento de sus plantas favoritas, los yuyos, no sin antes aclarar que en realidad se califica con esa palabra a cualquier planta que dificulte el crecimiento de aquellas que resultan rentables, algo evidentemente muy subjetivo. Primero comprobó que la temperatura de la ciudad de Baltimore, donde trabaja, era unos 2 grados más alta que en los campos circundantes y que la concentración de dióxido de carbono era de 450 partes por millón (p.p.m.), un quinto más, aproximadamente, que el promedio global y casi el doble del de hace 150 años.
La temperatura y la concentración de CO2 coincidían con los pronósticos que se espera alcance el planeta en unos 40 años, por lo que prácticamente podía utilizar la ciudad como muestra del futuro global. Ziska tomó tierra de una granja orgánica de las afueras y semillas de 35 especies generalmente consideradas yuyos. Luego plantó los ejemplares en lugares distintos: la granja orgánica, alejada de cualquier ciudad, un parque en las afueras de Baltimore y otro en el centro.
El resultado obtenido en los siguientes 5 años fue sorprendente: los yuyos plantados en el centro superaron en altura a sus pares de las afueras de la ciudad (algunas especies crecieron un 50 por ciento promedio más). Por otro lado, éste y otros experimentos comprobaron que las plantas producían más polen cuanto mayor era la proporción de CO2 en el ambiente. Y entre los yuyos librados a su suerte, en el centro de Baltimore no aparecieron las especies autóctonas que suelen crecer en el campo en cuanto se deja de trabajar la tierra.
De estas evidencias, Ziska pudo obtener varias conclusiones: en primer lugar, que los yuyos sobreviven mucho mejor a nuevas condiciones. Con este y otros experimentos, pudo comprobar en particular que los yuyos estudiados se adaptan mejor y más rápido al calentamiento y al aumento del CO2 que aquellas plantas generalmente explotadas por el hombre.
Es que, según Ziska, la diversidad genética de los yuyos es mucho más grande que la de sus pares sometidos a la agricultura, justamente porque debieron adaptarse para sobrevivir a los constantes ataques humanos con herbicidas; los cultivos “productivos” por su parte, con la constante endogamia que favoreció el hombre, resultaron en especies mucho menos adaptables al medio.
Un segundo corolario de la investigación, relacionado con el anterior, es que a mayores niveles de CO2 las plantas se hicieron más fuertes y gruesas. Gracias a su mayor robustez las raíces son capaces de resistir por más tiempo hasta que los efectos de los herbicidas se debilitan y pueden volver a crecer. Evidentemente, la mayor adaptabilidad de los yuyos presenta un complejo y costoso problema para la agricultura y su ya creciente y cuestionado uso de los herbicidas.
Pero la conclusión más polémica probablemente sea que, como dice el investigador norteamericano, “ya no existe la selección natural”. Es que según él la Teoría de la Evolución está obsoleta: no es que Charles Darwin se haya equivocado, sino que ya no existen las condiciones para que la naturaleza funcione a su ritmo; ahora el hombre interviene sobre ella constantemente al modificar las condiciones del conjunto a toda velocidad desde las profundidades del mar hasta las selvas más frondosas.
Como dice el viejo adagio, si no puedes con tu enemigo... Por eso el investigador propone utilizar algunas de las especies de yuyos que más crecen para hacer biodiesel, algo que considera relativamente fácil de hacer. Según explica, ya ha ocurrido que cultivos demasiado cuidados se tornaron débiles frente a los cambios o las enfermedades, por lo que hubo que cruzarlos con sus parientes salvajes. Eso fue lo que ocurrió, por ejemplo, luego de la gran hambruna de Irlanda en la segunda mitad del siglo XIX, cuando cientos de miles murieron y millones emigraron porque las papas no resistieron una enfermedad y provocaron una feroz hambruna.
Para poder sumar evidencia, Zuskin sigue experimentando en ambientes cerrados con niveles de CO2 modificados artificialmente. En uno de ellos reprodujo los que existían en 1957, su año de nacimiento, cuando el CO2 alcanzaba las 310 p.p.m. Allí verificó nuevamente que los altos niveles de CO2 benefician más a los yuyos que a las plantas explotadas por el hombre, con todo lo que eso significará en los próximos años cuando, aun si hoy mismo se detuvieran las emisiones, la proporción siga aumentando. En otro de los ambientes artificiales, en el que se llevó el nivel de CO2 hasta 600 p.p.m., al que se calcula se llegará a finales del siglo, los yuyos dieron el doble de polen, lo que permite avizorar un sostenido aumento de las alergias en la población. Según Ziska, hay mucho más por investigar sobre el impacto del CO2 en la flora en sus distintas formas, ya que ha existido muy poca atención sobre el tema (aunque reconoce que hay mucha información “no oficial” sobre las consecuencias de las emanaciones de CO2 en los foros de Internet dedicados a las plantas de marihuana, los que generalmente apelan a cultivadores urbanos).
El ciclo de la vida ha sido guiado a lo largo de millones de años por las leyes de la evolución. Actualmente, el hombre ha metido la cola para realizar golpes de timón repentinos sobre el medio ambiente. Sin embargo, a menos que ocurra un verdadero desastre a escala planetaria, lo más probable parece ser que la vida logre seguir bajo alguna de sus múltiples formas, al menos hasta que el Sol se apague en unos 5000 millones de años. Lo que no es tan probable es que una de las formas en las que sobreviva la vida sea la especie humana.
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