futuro

Sábado, 11 de octubre de 2008

DEL “ECO-BOLICHE” A LOS TECHOS DE FOTOPANELES

Onda verde

Dice la visión materialista de la historia que los cambios en la sociedad no se imponen a través de las ideas sino gracias a su éxito material. Cuando los nuevos motores productivos entran en funcionamiento y dan poder económico a quienes los pusieron en marcha, éstos pueden hacer el mundo a su imagen y semejanza.

 Por Esteban Magnani y Luis Magnani

Lo que enseña la mirada materialista de la historia es que difícilmente una idea logre cambiar el mundo por sí misma; más bien es al revés: cuando el mundo concreto se modifica, las ideas acompañan y refuerzan el cambio.

Se trata de una mala noticia para los ecologistas que intentan, con mucho esfuerzo, producir el salto hacia la energía verde por medio de argumentos que, por muy sólidos que sean, es difícil que logren imponerse mientras queden fuentes de energía convencionales que enriquezcan aún más a los ya ricos beneficiarios del sistema y que resulten más baratas que sus parientes “verdes”.

En la actualidad, las cosas han tomado un giro imprevisto. Por una combinación de aumentos en los costos de las energías convencionales y del marketing, algunos actores individuales están dando tibios pasos hacia las energías renovables. Como siempre ocurrió, sólo el tiempo dirá si se trata de ejemplos marginales, de precursores o de delirantes sin fundamento, pero en todo caso permiten ilusionarse con un cambio más profundo en la matriz energética del planeta.

LIMPIANDO CULPAS

Buena parte de la opinión mundial está seriamente preocupada por lo que parece la crónica de una muerte anunciada, mientras los más negadores recuerdan la historia del hombre que mientras cae al vacío piensa “hasta aquí vamos bien”. Islas de hielo que se desprenden de la Antártida, tsunamis, huracanes que se multiplican, inundaciones o sequías donde no las había y tantas otras consecuencias del efecto invernadero y del calentamiento global, son mojones de un camino que la humanidad no abandona.

Ante este panorama sombrío, que una cadena como Wal-Mart (que no se caracteriza precisamente por su conciencia social) instale paneles solares sobre los amplios techos de sus almacenes es una noticia que permite ilusionarse, ya sea que lo hagan para aparecer en los diarios sin pagar publicidad o para ahorrar impuestos.

Por cierto, Wal-Mart no es el único; es una tendencia que seduce a buena parte de los grandes minoristas de EE.UU. Su propósito es convertirse en elogiables campeones de las energías renovables y abaratar los costos. Por el momento, esto es difícil: como señalan numerosos estudios internacionales, como el de la firma Emerging Energy Research, el kilowatt hora (alimenta un secador de pelo una hora) cuesta 6 centavos de dólar si se usa carbón en la generación, 9 si se emplea gas, y de 25 a 30 si proviene de paneles solares.

Con las nuevas tecnologías, regulaciones y subsidios que vayan fijando los gobiernos acuciados por el efecto invernadero se espera que estas relaciones vayan cambiando. El hecho es que la autosustentabilidad energética es hoy una estrella que permite ahorrar en publicidad. Basta con mencionar a la agencia Enviu que, junto con los arquitectos de la compañía Doll, en Holanda, está tratando de diseñar boliches “verdes” (o “eco-clubs”).

La idea, curiosa por cierto, es aprovechar la energía de los cuerpos danzantes para transmitirla al piso y allí generar energía eléctrica: una muestra de excelencia en eso de que la energía no se pierde sino que se transforma. El sistema se basa en pequeños sensores de presión incrustados en el piso; la energía cinética del bailarín es tomada por estos sensores y convertida en eléctrica para alimentar algunos servicios del club como la luz (de LED) y los amplificadores.

El edificio, por su parte, está en un 90 por ciento hecho con materiales reciclados (las manijas de las puertas son manubrios de bicicleta), los asientos son de auto, el agua de los inodoros es de lluvia, y hasta... un sistema que transforma la orina en agua y hamburguesas que reciclan las sobras de la noche anterior.

EL PRECIO DE SER VERDE

No toda la iniciativa está destinada a quedar en manos de los mercados. En Marburg –un pueblito de cuento de hadas en Alemania de 80 mil habitantes y salpicado de molinos que generan electricidad y autobuses a gas– existe hoy un serio conflicto centrado en las políticas locales por mantener el liderazgo en materia ecológica.

La municipalidad decidió imponer la instalación de paneles solares no sólo en los edificios nuevos, a lo que nadie se opuso, sino también en las casas que renueven sus sistemas de calefacción o reparen los techos. Voces de protesta se levantaron, argumentando que soportan una “dictadura verde” porque las multas rondan los mil dólares y, para colmo, allá se pagan.

Además, arreglar el techo de acuerdo con las regulaciones ecologistas cuesta mucho más. Los opositores hablan de violación del derecho de propiedad, pero los concejales están dispuestos a llegar a la Corte para modificar el código de planificación. El problema es, evidentemente, de costos: ser verde es más caro, al menos por ahora, si sólo se tienen en cuenta cuestiones económicas y de corto plazo. Y si se oponen en Alemania, que da subsidios para promover energías renovables, ¿qué puede esperarse del resto?

YO CONTAMINO, TU CONTAMINAS...

No siempre el panel del vecino es más verde que el propio. Los derrames nucleares no se producen tan seguido como algunos argumentan, aunque cuando lo hacen.... Las represas hidroeléctricas, que parecen inocentes, pueden arruinar el ecosistema circundante y cambiar el clima regional además de, a veces, sumergir pueblos enteros.

Probablemente, el biodiésel ponga a competir a los tanques de nafta del Primer Mundo con los estómagos del tercero (y ya se sabe quién ganará la pulseada...). La energía eólica no genera residuos, pero acarrea otras molestias como el ruido y el impacto visual desfavorable, amén de decapitar aves distraídas; además depende del viento, por lo que no es una fuente confiable de suministro.

Por su parte, los reputados paneles solares, que lucen ingenuos a primera vista, no son la excepción si se toma todo su ciclo de vida. No contaminan cuando están funcionando, pero sí cuando se los fabrica. Para construir las células fotovoltaicas (convierten la luz en electricidad) o térmicas (usan el calor del sol para hacer vapor que se convertirá en electricidad) se usa energía convencional en cantidades importantes, y ésta sí contamina.

Y para extraer el silicio, principal componente, se usan elementos cuyos residuos son muy contaminantes. Sin embargo, hay cierto consenso en que aunque falta eficiencia en la producción de paneles, ésta es la dirección correcta porque se ahorra en el transporte de energía respecto de los sistemas centralizados.

En definitiva, el uso de energía tiene costos. Un ejemplo simple cuenta que en una bombita la mayor parte se pierde en calor y no se recupera. La cuestión de fondo que acompañe a la del tipo de energía a generar debería ser para qué se produce. No es lo mismo destruir el Amazonas para llenar el tanque de vacacionantes de países ricos, que hacerlo para alimentar a quienes padecen hambre. Claro que cuesta imaginar a esa parte de la sociedad mundial que tiene el poder –incrementado gracias al derroche de energía no renovable– dispuesta a discutir esta cuestión.

Compartir: 

Twitter

LAS REPRESAS, QUE APARECEN INOCENTES, PUEDEN ARRUINAR EL ECOSISTEMA Y CAMBIAR EL CLIMA.
 
FUTURO
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.