Viernes, 23 de agosto de 2002 | Hoy
QUIMICA: EL UNUNOCTIO
El sueño de todo
químico es, ya que todos los elementos químicos están descubiertos,
producir uno nuevo y extender la tabla periódica. Sin embargo, en esta
carrera en la que compiten rusos, alemanes, japoneses y estadounidenses, a veces
se producen fiascos: como el que protagonizaron científicos del Lawrence
Berkeley National Laboratory (LBNL) en California, EE.UU., que recientemente
se retractaron de su anuncio de haber descubierto el elemento 118 luego de que
varios experimentos, que buscaban confirmar su existencia, fallaron en reproducir
los mismos resultados.
En junio de 1999, el equipo de investigadores capitaneado por el doctor Ken
Gregorich publicó en la prestigiosa Physical Review Letters su sorprendente
hallazgo: la síntesis por una fracción de segundo del elemento
118 el ununuctio (Uuo), el más pesado producido hasta el
momento. Después de once días de trabajo acelerando en el
ciclotrón de 88 pulgadas del LBNL un haz de iones de kryptón y
haciéndolos colisionar con un blanco de plomo, se identificaron
tres núcleos del 118, elemento que, en menos de un milisegundo, se desintegraba
en el también novedoso 116 (ununhexio). La tabla periódica se
había ampliado una vez más.
Con 118 protones y 175 neutrones en su núcleo, la nueva criatura habría
formado parte de la familia de los elementos transuránicos
de la tabla periódica: aquellos más pesados que el uranio, el
elemento 92, que tradicionalmente ponía punto final a la gran obra de
Mendeleiev. Los transuránicos, inexistentes en la naturaleza, sólo
pueden ser sintetizados en reactores nucleares o en aceleradores de partículas;
lo cual, dicho sea de paso, lleva a los epistemólogos, siempre alertas,
a debatir si, precisamente, estos elementos son creados o descubiertos.
Pero otros laboratorios simplemente no pudieron reproducir el experimento: ni
el laboratorio del Instituto de Investigación de Iones Pesados (GSI)
en Alemania ni el del Instituto de Investigación Físico-Química
(Riken) en Japón, ni el propio grupo de Berkeley encontraron rastro alguno
del nuevo elemento.
Así, la fama del grupo californiano fue efímera, como el ununoctio:
en julio reconocieron oficialmente que se habían equivocado en una nota
a Physical Review Letters: En 1999 informamos la síntesis del elemento
118 (...), pero junto a expertos independientes volvimos a analizar los archivos
de información de nuestros experimentos de 1999, y en base a estas revisiones
y a la ausencia de evidencia, nos retractamos de nuestra publicada reivindicación
de la síntesis del elemento 118.
Una lástima: el anuncio original se había publicado poco después
de la exitosa producción del elemento 114 por científicos rusos
en el Laboratorio de Reacciones Nucleares de Dubna, cerca de Moscú, en
enero de 1999. Allí también se intentaron reproducir sin éxito
los experimentos que supuestamente habían conducido a Gregorich y a su
equipo a un nuevo record. Pero nada: al menos hasta ahora, la casilla del elemento
118 permanece vacía.
Una carrera
atómica
El descubrimiento del neutrón por el físico británico Chadwick,
en 1932, abrió una nueva etapa en la síntesis de elementos químicos.
El primer elemento producido en el laboratorio, el tecnecio (43), apareció
en 1937 gracias a la construcción de una máquina diseñada
para acelerar partículas, el ciclotrón. En esta búsqueda
de nuevos núcleos, científicos de la Universidad de Berkeley consiguieron,
en 1940, sintetizar el neptunio. No era poca cosa: por primera vez se había
extendido la Tabla Periódica más allá del uranio, el último
elemento que ocupaba el casillero 92. Ese mismo año, Glenn Seaborg, también
en Berkeley, avanzó un casillero más: bombardeó uranio
238 con núcleos de deuterio y produjo el elemento 94, llamado plutonio
(que fue el explosivo de la bomba que arrasó Nagasaki). Al principio,
sólo algunos laboratorios estadounidenses participaron de la carrera
por conseguir fabricar nuevos elementos, pero muy pronto se incorporaron los
soviéticos del Laboratorio de Reacciones Nucleares de Dubna y, ya en
los años 70, los alemanes, con el Laboratorio de Investigaciones
de Iones Pesados de Darmstadt. Así se sintetizaron el curio (96) en 1944,
el berkelio (97) en 1949 y el californio (98) en 1950. Los dos siguientes se
encontraron de manera inesperada, en los desechos de la explosión de
la bomba de hidrógeno experimental Mike que los Estados Unidos
detonaron en el Pacífico en 1952: el inmenso flujo de neutrones que la
explosión desencadenó, junto con núcleos de uranio, dio
lugar a átomos enormemente ricos en neutrones que, por medio de sucesivas
desintegraciones beta, formó el einsteinio (99) y alcanzó la deseada
(por puras razones decimales) marca del 100 (el fermio). Todos los transuránicos
son radiactivos y se desintegran muy rápidamente.
Los pesados elementos que siguen al número 100 son también llamados
transfermios en honor al físico italiano Enrico Fermi. Entre
estas rarezas está el mendelevio (101) en honor a Dmitri Mendeleiev,
el creador de la Tabla Periódica y el nobelio (102) por Alfred
Nobel. La década de los dorados 60 vio nacer al lawrencio
(103), rutherfordio (104), el dubnio (105); los años 70, al seaborgio
(106); y en los 80 entraron en escena el bohrio (107), hassium (108),
meitnerio (109), todos nombrados en honor a los más grandes físicos
del siglo XX.
En los 90, siguieron el ununnilum (110), el unununium (111), el ununbium
(112); tan exóticos nombres resultaron de un acuerdo general: para evitar
futuras batallas en cuanto a la nomenclatura, se decidió que a los nuevos
elementos en espera de canonización (el 113 y el 115 no están)
se les asignasen nombres no evocativos basados en sus números: nil
para el cero, un uno, bi dos, tri, y así
el fallido 118, ununoctio (uno-uno-ocho), ya tiene nombre, pero todavía
deberá esperar.
Informe: Federico Kukso
CAFE CIENTIFICO:...
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