FAUNA EXOTICA EN TIERRA DEL FUEGO
Conejos, zorros grises y castores integran la galería de predadores introducidos, casual o planificadamente, por el hombre en el ecosistema fueguino. Sueños de ocupación poblacional y desarrollo económico dieron lugar a una pesadilla ecológica de incierta solución.
› Por Jorge Forno
Si, como dice el refrán, el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones, los intentos de introducir fauna exótica en la isla de Tierra del Fuego seguramente deben ocupar un tramo nada desdeñable del recorrido. Por cuestiones principalmente geopolíticas, desde fines del siglo XIX se pusieron en marcha acciones variopintas con el objeto de impulsar la ocupación territorial y el desarrollo en la isla, un territorio de densidad poblacional muy baja y con actividad económica escasa. Así, se impulsó la radicación de pobladores en la zona a partir de incentivos, como la promoción de la cría de ganado ovino, la actividad maderera o lanera, y también por la fuerza, con la instalación del famoso presidio en Ushuaia. Y fue con la llegada de nuevos pobladores que también llegaron las primeras especies animales exóticas.
Dos parejas de conejos (Oryctolagus cuniculus) para crianza doméstica fueron introducidas en Tierra del Fuego por inmigrantes europeos que se afincaron en 1936 en la zona cercana a El Porvenir, en el sector chileno de la isla. Estos pequeños animales, conocidos por su capacidad reproductiva, hicieron honor a su fama y rápidamente se expandieron por la isla, aprovechando la facilidad alimentaria que le brindan los pastos cortos, abundantes en la región. A principio de los años ’50, de aquellos cuatro individuos originales la población de conejos en la isla se había extendido a 30 millones. La capacidad del conejo para dañar el ecosistema local, cortando brotes de plantas y pastos bajos, se convirtió en una verdadera pesadilla para la industria maderera y la cría del ganado ovino, y se buscaron formas de erradicarlos de la isla.
A fines de la década del ’50 se introdujeron en la isla los zorros grises, con el objeto de que actuaran como agentes depredadores del prolífico conejo. Pero, como en una comedia de enredos, el intento por solucionar el problema no hizo más que profundizarlo. Los gustos alimentarios de los zorros grises se extendían a más de un plato: no se conformaron con la presa que se les ofrecía, y atacaron también un variado menú que incluía al ganado ovino y a las aves autóctonas, causando un daño aún mayor al ecosistema y a la economía regional. El zorro gris se adaptó muy bien a las condiciones locales, pero su expansión fue limitada por la existencia de períodos de caza autorizada, siempre aprovechados por los ávidos cazadores de esta especie muy valorada en la industria peletera.
Luego de frustrantes experiencias como la introducción del zorro gris, el control al problema del conejo llegó con la utilización del virus de la mixomatosis, una enfermedad específica de este animal. Con el antecedente de una experiencia realizada en Australia, el gobierno chileno importó el virus de Inglaterra y Alemania y obtuvo una alta tasa de mortalidad. Una de las formas de contagio del virus es por contacto entre individuos de la especie, y, como ni virus ni conejos respetan las fronteras trazadas por humanos, la propagación de la mixomatosis logró el control de la población de conejos en toda la isla, a pesar de que en la Argentina su utilización está prohibida por las autoridades sanitarias. El uso del virus de la mixomatosis también tiene sus bemoles: mientras algunos lo consideran un ejemplo de control biológico ideal, existen planteos acerca de potenciales riesgos que pueda ocasionar para la fauna silvestre nativa.
De las especies introducidas en la isla, la que actualmente constituye un problema de grandes proporciones es el castor (Castor canadensis). Este roedor fue introducido en 1946, ya no accidentalmente como el conejo, sino de forma planificada por el Ministerio de Marina argentino, a cargo del contraalmirante Fidel Anadón. Anadón era un conocedor de la región patagónica y de sus problemas. En 1944 había sido designado primer gobernador marítimo del Territorio de la Tierra del Fuego, pomposo cargo que en aquellos tiempos estaba reservado a un oficial superior de la Armada, en servicio activo, nombrado por el Poder Ejecutivo a propuesta del Ministerio de Marina. Como gobernador encontró un panorama poco alentador: Ushuaia, la capital del territorio, tenía poco más de 2000 habitantes, incluidos los alojados en el presidio que pocos años después dejaría de funcionar. Pensando en el desarrollo de nuevas actividades en la isla, al asumir el ministerio tuvo la idea de impulsar la industria peletera a partir de la introducción del castor, siguiendo un modelo exitoso en Alaska. Para ello, se liberaron 25 parejas de castores traídos de Canadá en las inmediaciones del lago Fagnano. Pero Tierra del Fuego no es Alaska, y los castores se adaptaron con facilidad a un medio en el que no habitan los osos y los lobos, sus predadores naturales en América del Norte. Por otra parte, su presencia no despertó el interés de los cazadores y tampoco su piel fue utilizada para confeccionar abrigos por parte de la Marina, como se rumoreaba en la época. Un verdadero paraíso en el que los castores estaban a sus anchas, sin problemas de alimentación ni riesgos mayores de ser atacados por otras especies. Así las cosas, los castores tuvieron vía libre para reproducirse y, al ser semiacuáticos, aprovecharon los cursos de agua para extender sus dominios a toda la isla. Estos graciosos roedores actúan como eximios ingenieros: en los lugares donde se asientan construyen diques, canales y madrigueras que se erigen en verdaderas fortalezas para ellos, y que a la vez desatan un enorme problema para el ecosistema nativo. Un problema con varias caras: al utilizar como materiales de construcción a especies de la familia de los nothofagus, que predominan en el bosque nativo (lengas, ñires y coihues), dañan irreversiblemente ejemplares que tardan muchos años en desarrollarse y que a diferencia de los sauces o álamos que atacan en su hábitat nativo no crecen de a vástagos; al crear huecos en el bosque alteran los ciclos de luz y afectan el crecimiento de la vegetación; y al inundar el terreno con embalses y dejar restos orgánicos dañan al suelo. Cuando el castor se muda por deterioro de su refugio o falta de alimentos, ha cambiado totalmente la población vegetal del suelo, impidiendo el ciclo natural de regeneración del bosque nativo y dejando en su lugar pastizales o matorrales.
El castor posee una extraordinaria capacidad para desplazarse por vías acuáticas, ya sean aguas dulces o saladas, y actualmente han alcanzado la isla chilena de Dawson, situada en el estrecho de Magallanes. De ahí a invadir el continente hay un solo paso, relativamente sencillo para el castor. En el territorio continental lo esperan grandes extensiones de bosques en los cuales establecerse, ya que las condiciones favorables para su hábitat llegan hasta Neuquén. Pero no todas son buenas noticias para el castor, ya que en el continente también lo espera uno de sus depredadores naturales, el puma (Felis concolor), que puede contribuir a frenar su avance.
Para hacer frente a la presencia del castor en el extremo sur del continente americano, se han ensayado acciones destinadas a controlar y a erradicar su población.
Del lado argentino de la isla, un programa de control para el castor se puso en marcha en el Parque Nacional Tierra del Fuego a mediados de 2001, con el objetivo de mantener estable la cantidad de colonias activas. Los métodos varían según la localización del roedor: en las zonas más alejadas de los cursos de agua o del mar se los combate con trampas; en el ambiente acuático y en las áreas circundantes, con armas de fuego: las trampas provocarían daños a especies nativas como el huillín, una nutria marina.
Al ser la Isla Grande de Tierra del Fuego un territorio que se encuentra dividido en un sector chileno y otro argentino, las acciones de erradicación requieren de un acuerdo entre ambas jurisdicciones. Algunas propuestas incluyen la promoción de la caza del castor, entrenando previamente a los cazadores para realizar prácticas ambientalmente sustentables y la localización de las colonias de castores por medio de GPS y Google Maps y estudios de ADN para conocer el grado de adaptación de los castores al medio local.
Demasiados esfuerzos para superar errores que, aunque hayan sido involuntarios, acarrearon problemas muchísimo más graves que los que pretendían solucionar. Las introducciones accidentales o planificadas de especies sumaron a la Isla Grande de Tierra del Fuego al conjunto de territorios en los que la introducción de especies exóticas dañó dramáticamente el ecosistema nativo, y a la galería de los yerros que los humanos solemos cometer cuando sobredimensionamos nuestro conocimiento de la naturaleza.
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