HISTORIA DE LA MEDICINA
Por su alto grado de riesgo y sus dudosos beneficios, hoy sería impensable que un médico prescriba una sangría, en especial a una persona sana. Sin embargo, el sangrado terapéutico fue por siglos la práctica más común –y de primera elección– en la medicina occidental. Y no sólo eso: una de las más prestigiosas revistas de medicina se llama, hoy, The Lancet, el instrumento para hacer sangrías. ¿Por qué?
› Por Marcelo Rodriguez
“La salud excesiva, aun en los atletas, es peligrosa por la imposibilidad de mantenerse siempre en el mismo punto y por la imposibilidad de mejorar [...]. Será pues conveniente mantener esa exuberancia por debajo del máximo.”
Hipócrates
Claudio Galeno (130-200), cuyo nombre es hoy sinónimo de “médico” por haber sido él quien lanzó al mundo el modelo de la medicina grecorromana –al compás de las conquistas militares del emperador Marco Aurelio–, fue un fundamentalista de la sangría. Pero en realidad la práctica es ancestral y su origen real se desconoce.
Punzar las infecciones para que se desangren o supuren era común en varias medicinas antiguas. Pudo haber sido una extensión por inducción del hecho de que una hinchazón cede cuando es depurada la herida. Pero el hacer sangrar tanto a sanos como a enfermos, cortando un vaso periférico por el supuesto bien del paciente, procede de la antigua Grecia, donde se hablaba de “venas” y de “flebotomía” porque no existía distinción entre arterias y venas, es decir, entre los vasos que salen del corazón para irrigar el organismo y los que llevan la sangre de vuelta al corazón.
Al inicio de la era cristiana, la sangría ya se había vuelto moda, tanto que, alrededor del año 30, el médico griego Celso, en actitud que hoy algunos llamarían “apocalíptica”, se quejaba de los avances médicos de entonces: “No es nuevo purgar sangre cortando una vena, pero el que apenas haya una enfermedad en la que la sangre no sea purgada, eso sí que es nuevo”.
Galeno recogió esas tradiciones, las sistematizó y las relanzó al mundo en carácter de doctrina. Su método de sangrías “topológicas” fijaba un lugar específico donde hacer la incisión, según cuál fuera la dolencia que aquejaba al enfermo. De manera que para aliviar los “dolores de hígado” –hoy se sabe que, en rigor, el hígado “nunca duele”— se debía hacer un corte en el codo derecho; para aliviar las dolencias del bazo, en el codo izquierdo; los cortes sobre los costados exterior e interior del tobillo eran indicados, respectivamente, para calmar los dolores de espalda y los dolores de testículos.
La práctica de la sangría se llevaba de maravillas con la teoría de los humores, que había sido sistematizada siete siglos antes por Hipócrates. Pero éste, siempre partidario de métodos menos cruentos como el ayuno, no le dio en su corpus el lugar central que iba a darle Galeno en el siglo II.
“Pletórico” hoy significa “lleno” y no es un término usado en medicina, pero por entonces se consideraba a ese estado como el origen de muchas enfermedades. La plétora –el exceso de sangre contaminada con otros humores, decían los médicos de la Antigüedad tardía– tendía a acumularse en las partes del organismo lesionadas o debilitadas, y allí se convertía en foco de la enfermedad. Galeno dejó escrito que la plétora era la causa de las infecciones, del empeoramiento de las fracturas, de los tumores, de muchas afecciones de la piel. “La mezcla humoral determinaba el carácter de la inflamación resultante: la sangre en que predominaba la bilis amarilla producía el herpes; la bilis muy caliente, la erisipela; la sangre caliente y espesa, ántrax; la flema, edema”, describe Shigehisa Kuriyama en su obra La expresividad del cuerpo (2005). El exceso de bilis negra era la causa del cáncer, que para Galeno era una forma más de inflamación.
Dado que la plétora no era una enfermedad en sí sino una potencial causa, la instrumentación de la sangría fue una de las primeras estrategias de medicina preventiva. Se confiaba en que al depurar sangre se prevenían posibles complicaciones, e incluso que a la larga se fortalecía al cuerpo porque se tornaba menos vulnerable a las inflamaciones si sufría heridas.
Propietarios de ese saber, los médicos medievales prescribirán la sangría como primera opción casi universal, desde lejos y sin tomar contacto con el paciente, ya que de la práctica en sí se encargaban los barberos. Las sanguijuelas –el anélido Hirudo medicinalis, un gusano muy frecuente en Europa que se alimenta de sangre– fueron utilizadas con tal fin desde la Antigüedad por las propiedades de su saliva, que tiene un efecto anestésico, posee un componente anticoagulante (hirudina) y contiene una sustancia semejante a la histamina, con efecto vasodilatador.
Sin hablar de los riesgos que seguramente implicaba en realidad, tal vez el efecto placebo de esta medida depurativa fuera sustancial, porque a la sangre se le atribuyeron múltiples significaciones sociales a lo largo de toda la historia. La naturaleza del sistema circulatorio será develada en muy cómodas cuotas a partir del siglo XI.
El polifacético Avicena (Abu Ibn Sina, 980-1037), además de ser el gran codificador de la medicina medieval, fue el primero en describir la circulación pulmonar: el circuito por el cual la sangre se oxigena. La gran incógnita es cómo las enseñanzas de un médico y filósofo musulmán –nacido en la actual Uzbekistán– pudieron haber sido sacralizadas incluso por el intolerante cristianismo europeo. Pero lo cierto es que el pensamiento aristotélico retornó a Occidente en gran parte a través de Avicena, que además conocía profundamente la obra de Galeno y de Hipócrates.
Su obra completa consta de unos 450 volúmenes, entre los que se destaca el Canon. Avicena, que identificaba a Dios con la Razón y no creía en la inmortalidad del alma, fue el primero en describir la anatomía del ojo, en diagnosticar la diabetes, la úlcera gástrica y la meningitis, en realizar traqueotomías y en sugerir que la peste podía ser causada por las ratas.
Recién a partir de los trabajos del británico William Harvey (1578-1657) se considera adquirido un conocimiento más o menos acabado de la circulación de la sangre y de sus formas de propulsión a través de las arterias y las venas. Pero eso no fue razón para que se dejaran de implementar las sangrías según el precepto galénico: hasta bien entrado el siglo XIX, los médicos europeos y americanos la seguirán prescribiendo habitualmente.
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