Sábado, 28 de mayo de 2011 | Hoy
A PROPOSITO DEL SISMO EN ESPAñA
Los terremotos son un azote que cada tanto nos recuerdan que vivimos sobre una corteza muy delgada y activa. Por ahora sólo podemos medirlos y evaluarlos a posteriori. No hay muchas noticias de que se puedan llegar a predecir.
Por Carla Terrizzano y Esteban Magnani
Tras el reciente terremoto ocurrido en España, algún xenófobo extraviado podría tener el mal tino de echarle la culpa a los africanos. Es que la energía liberada durante el terremoto de Murcia fue producto del choque de dos placas tectónicas: la Euroasiática y la Africana, que se aprietan una con otra a razón de 6 mm por año. El sur de España vive al borde de la primera, asomándose sobre la segunda. Esa especie de lucha de sumo entre las placas hace que en sus alrededores cada tanto las rocas de la corteza terrestre cedan repentinamente y se produzca un sismo. En realidad, no es cada tanto: en España se dan de hecho unos 2500 movimientos sísmicos al año, aunque la mayoría pasan inadvertidos.
Los sismólogos miden la sacudida que produce un terremoto por medio de sismógrafos dispuestos en distintos lugares del mundo y, mediante fórmulas matemáticas, obtienen números que dan idea de su tamaño o, dicho de otro modo, de su magnitud. Hay distintas maneras de obtener la magnitud de un sismo, pero la más públicamente conocida y utilizada por los periodistas para establecer una suerte de ranking de terremotos es la denominada escala de Richter. La magnitud en esa escala se obtiene a partir de la amplitud máxima que mostraría un sismógrafo a una distancia de 100 km del epicentro y cada unidad ascendente implica un movimiento del terreno 10 veces mayor durante el terremoto. Más precisamente, si la magnitud obtenida es “1”, significa que el sismo produciría un corrimiento de 10 micrones (0,01 milímetro) en un sismógrafo ubicado a 100 km. Y si es “2” estaría reflejando un movimiento de 100 micrones (o 0,1 milímetro) y así sucesivamente.
Existen otras formas de medir los terremotos teniendo en cuenta los daños que el mismo ocasionó. En estos casos ya no se habla de la “magnitud de un terremoto” sino de su “intensidad” y la escala más utilizada es la de Mercalli. Esta escala tiene en cuenta cuestiones tales como si el sismo fue sentido por la gente, si en las ciudades cercanas temblaron o se rompieron los vidrios de la casas, se destruyeron caños, edificios, etc. Es así que más allá de las particularidades de la medición, cuán “grande” resulta para nosotros un terremoto termina siendo en la práctica una cuestión enteramente social: la cantidad de daños y víctimas que ocasiona depende fundamentalmente de que el epicentro se produzca o no cerca de una zona poblada y de si ésta tiene construcciones más o menos preparadas para resistirlas. Un dato de orden subjetivo, pero no menor, es que el terremoto de Murcia ocurrió en el Primer Mundo, lo que conlleva una cobertura mucho mayor por parte de los medios: de alguna manera allí son menos esperables los desastres.
En el caso del sismo de Murcia se dio una situación particular que permitió que dos sismos de una magnitud relativamente baja (4,5 y 5,1) produjeran daños materiales importantes en las zonas más antiguas de la ciudad de Lorca y varias muertes. En primer lugar, la más obvia, es que los epicentros se produjeron a escasos kilómetros de dicha ciudad, lo que hizo que las ondas sísmicas llegaran con muchísima fuerza. En segundo lugar, los dos sismos más importantes (más allá de las numerosas réplicas) tuvieron su origen muy cerca de la superficie, a menos de 7 km de la misma. Es que los terremotos no sólo se originan en las grandes profundidades de la Tierra, sino también en la costra que la cubre, la corteza, que tiene entre 7 km y 70 km de espesor, según dónde se lo mida. Es allí, cerca de la superficie donde hay fallas activas, planos de debilidad o zonas fracturadas que ante un esfuerzo externo como la presión de las placas, se rompen. Las fallas son también resultado de los choques más profundos entre placas tectónicas. Es por eso que en toda el área que bordea a las zonas de contacto entre placas se pueden producir sismos.
La conjunción de variables que determinan el efecto de un terremoto fue lo que hizo que el sismo de Murcia se transformara en un desastre de importancia. Para hacer las cosas más difíciles, no es posible saber con certeza cuándo y dónde se va a producir un terremoto ni tampoco cuán fuerte será pese a todos los esfuerzos. Pueden hacerse estimaciones observando, por ejemplo, cada cuántos años suele producirse un terremoto en una determinada zona. Si hasta ahora en el sureste de España se produjo un sismo cada aproximadamente 70 años, podría esperarse que se mantenga esta tendencia. Por otra parte, se supone que cuanto más tiempo pase acumulándose energía sin ningún evento sísmico, mayor será la energía liberada y, por lo tanto, más fuerte será el terremoto cuando se produzca. Pero aquí surge otro inconveniente y es que el registro instrumental histórico de los sismos, necesario para este tipo de estimaciones, resulta en general demasiado corto en el tiempo, por lo que por ahora la estadística tampoco resuelve el problema. Hacen falta entonces, además, estudios geológicos para identificar deformaciones en rocas y suelos que nos prevengan de futuros movimientos sísmicos.
Lo poco que se puede hacer entonces es utilizar la geología y la estadística como herramientas para predecir que en el lapso de decenas o cientos de años es probable que se produzca un terremoto en tal o cual lugar y el rango de magnitudes que podría tener. Lo que no se puede es preverlo dentro de la escala de tiempo humana como para prevenir o planear una evacuación. En definitiva, una y otra vez los terremotos serán nada más que una sorpresa esperada.
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