Sábado, 1 de octubre de 2011 | Hoy
UNA OJEADA AL COPUCI, PRIMER CONGRESO DE COMUNICACION PUBLICA DE LA CIENCIA
Por Ignacio Jawtuschenko
No es casual que sea Córdoba desde donde se logró reunir la masa crítica, la voluntad política y el marco institucional necesarios para comenzar a debatir (con una mirada local y latinoamericana) en torno de este campo del conocimiento que (en los países centrales desde hace 25 años) es clave. El ministro de Ciencia y Tecnología, Tulio del Bono; la rectora de la Universidad de Córdoba, Carolina Scotto; la Facultad de Matemática, Astronomía y Física –representada por el nuevo decano, Francisco Tamarit–-, y la directora de la Escuela de Ciencias de la Información, Paulina Emanuelli, fueron los que inauguraron esta amplia arena de discusión y construcción, con intenciones de institucionalizarla y darle el primer envión, que luchará contra la eterna inconstancia.
A partir de “la necesidad de divulgar, ampliar los canales de popularización y democratizar el saber científico” se destacaron reflexiones sobre las formas de difundir el conocimiento científico al público en general, pero también las estrategias por parte de los organismos públicos, a partir de las cuales debe planificarse la comunicación de la ciencia. En este primer congreso se reunieron unos 170 inscriptos, se presentaron 98 ponencias, de las cuales 15 correspondieron a participantes chilenos y brasileños. Son números ciertamente alentadores y que revelan la densidad del campo.
Con el renacimiento de las políticas en ciencia y tecnología del 2003 a esta parte (creación de un ministerio, mayor presupuesto y mayor peso del Estado en la orientación de los proyectos, repatriación de científicos, ingreso de becarios e investigadores a la carrera del Conicet, promoción de la innovación en todas las provincias, énfasis en la actividad tecnológica), se vuelve necesario considerar que la comunicación pública de la ciencia también puede ser una política de Estado, orientada a generar condiciones para promover el debate en torno de controversias entre ciencia y sociedad, en temáticas como la utilización de agrotóxicos en agricultura de escala, desarrollo de la energía nuclear o la ingeniería genética: discusiones que de cara al futuro tienen fuertes implicancias sociales, culturales, éticas, políticas y económicas.
En ese sentido, Emanuelli destacó que “interesa pensar a la comunicación de la ciencia como un espacio multidisciplinario, un proyecto educativo que apela a la responsabilidad social y representa un fuerte desafío”.
La ciencia y la tecnología (y su comunicación pública) nunca existen en el vacío: circulan con un contexto político, social, cultural, histórico definido. Históricamente, la Argentina fue un país con bajo nivel de inversión en ciencia y tecnología, escasos recursos humanos y un sistema nacional de innovación débil y poco articulado. Incluso potenciar la comunicación pública de la ciencia sería crucial frente al gran desafío de articular el sistema científico tecnológico con el desarrollo industrial de nuestro país y con el bienestar del conjunto de la sociedad.
Leonardo Moledo, editor de este suplemento, integró el Comité Académico del Congreso y tuvo a cargo la conferencia inaugural, en la que señaló que “la ciencia es una práctica social”, pues el investigador trabaja “inmerso en la cultura de la época, con sus presupuestos y sus prejuicios”. “La práctica científica y su comunicación, que es su continuación por otros medios, es un derecho. No por ser financiada por todos a través de los impuestos, sino porque es intrínsecamente pública y esto está explícitamente contemplado en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Por lo tanto, la comunicación pública es un deber, de allí que los Estados deben diseñar políticas públicas tendientes a cumplir con lo enunciado en la declaración, que tiene para nuestro país rango constitucional”, dijo.
Esta discusión necesaria acerca de la capacidad de fuego real de la comunicación a la hora de democratizar la ciencia se da en el actual contexto en el que “los medios” son poderosas herramientas de representación de imaginarios sociales, y en parte son responsables de producir con sus palabras imágenes y narraciones, nuevos mapas informativos en los que el mundo científico es excluido.
Por un lado se da una fuerte centralidad de la hipercomunicación (medios masivos con discursos conservadores conviven con la irrupción de pantallas novedosas, comunidades virtuales, los blogs, la televisión digital) y por el otro una reciente pero vigorosa disputa por la construcción de sentido y opinión con nuevas tecnologías democratizadoras (puja contra los monopolios por la total aplicación de la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisuales, recuperación de relatos silenciados durante la larga década del pensamiento único y toma de la palabra por parte de sectores invisibilizados). En esta batalla por la comunicación, la ciencia no puede ser neutral.
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