Sábado, 22 de octubre de 2011 | Hoy
PALEOANTROPOLOGIA
El ser humano es uno de los pocos mamíferos que no tienen pelaje y es el único primate que no está cubierto de vello corporal. Para conocer el porqué de esta aparente anomalía debemos adentrarnos en el pasado evolutivo de nuestra especie y en los cambios adaptativos que la fueron formando.
Por Martin Cagliani
Supongamos que somos una especie de científico extraterrestre al que se le presenta una serie de imágenes de todas las especies de primates que habitan en el planeta Tierra. Son más de 400, así que a simple vista sería complicado diferenciarlas. Y sin embargo una saltaría a la vista inmediatamente, ya que está desnuda. Esa sería la primera característica que notaría el científico ET, antes de notar que esa especie tiene los brazos cortos, las piernas largas, los pies raros y un abultado etcétera. Esa especie es, obviamente, el Homo sapiens, único entre los primates que carece de vello corporal. En diversas notas publicadas aquí en Futuro vimos otras tantas características que nos distinguen entre los primates, pero para cualquiera que se le ocurriera comparar, una pregunta obligada sería por qué no tenemos pelo en el cuerpo.
Los parches de vello que tenemos en la cabeza, rostro, antebrazos, piernas, axilas y genitales no son nada si nos comparamos con un chimpancé. Ellos tienen pelaje, nosotros parches que parecen haber quedado olvidados por la evolución. Inclusive, si ampliamos el rango de comparación incluyendo a todos los mamíferos, veremos que son pocos los que han abandonado el pelaje protector.
Un rastro que tenemos de nuestro antiguo pelaje se puede ver durante la gestación de un ser humano. Entre el quinto y el octavo mes de embarazo, el feto está casi cubierto de vello fino, que se conoce como lanugo, pero luego lo pierde. Sólo se puede ver en los bebés prematuros, aunque también lo pierden enseguida.
Otra evidencia de que hubo una época en que nos cubría el pelo son las glándulas sebáceas que tenemos en todo el cuerpo, cuya función es la de lubricar el vello corporal. Una consecuencia de estas glándulas que no tienen qué lubricar son los granos, ya que siguen secretando el sebo lubricador que a veces tapa los poros y forma esas odiosas pústulas.
Ver estos resabios evolutivos nos lleva nuevamente a la pregunta del inicio: si casi todos los mamíferos del planeta tienen pelaje, ¿por qué nosotros no?
Como decíamos antes, no somos el único mamífero sin pelaje, los otros que nos acompañan son especies que han evolucionado para adaptarse a un medio que en su momento era totalmente nuevo para los mamíferos. Por ejemplo, los mamíferos voladores, los murciélagos, han perdido el pelo en las alas por la aerodinámica, pero lo mantienen en el cuerpo. Entre los que viven en madrigueras hay algunos casos, como la rata topo lampiña, que no tiene nada de pelo, o el armadillo, que tiene muy poco. También están los mamíferos acuáticos, como las ballenas, delfines, manatíes, etcétera.
Pero todos los mamíferos terrestres tienen una densa capa de vello sobre la piel, a excepción de los más grandes, como elefantes y rinocerontes, que carecen de pelaje por razones similares a las nuestras. Nosotros somos terrestres, así que ya viene siendo tiempo de que expliquemos por qué no tenemos vello corporal. La mayoría de los antropólogos creen que la razón deriva de una adaptación al nuevo medio que explotaron nuestros antepasados que empezaron a caminar en dos patas. Es una selección asociada con la termorregulación.
Todos los mamíferos transpiran para perder calor, como una forma de regular la temperatura corporal. La mayoría de los animales que corren, como los perros salvajes, jadean para bajar la temperatura del cuerpo y transpiran por la boca. Nosotros tenemos miles y miles de glándulas sudoríparas por todo el cuerpo, que junto a la falta de pelo corporal nos permite regular mejor la temperatura.
Un sobrecalentamiento, para cualquier ser vivo, significa la muerte. Si nosotros tuviésemos pelaje, nos recalentaríamos al correr, ya que el pelaje retardaría la evaporación del sudor. Así, la pérdida de vello corporal no debe verse como un hecho aislado, sino dentro de un conjunto de adaptaciones que tuvieron lugar durante el camino evolutivo que convirtió a nuestros ancestros y a nuestra especie en un maratonista experto (ver nota Futuro 2/8/11).
Si viajásemos unos 2 millones de años atrás a Africa, encontraríamos al Homo erectus, miembro del género humano, y antepasado de nuestra especie. Es el primero de los homínidos bípedos en caminar de una forma ya muy similar a la nuestra, razón por la cual la mayoría de los paleoantropólogos creen que en aquellos tiempos podríamos haber perdido el pelaje.
Este período coincide con una serie de cambios climáticos que a lo largo de cientos de miles de años formaron las sabanas abiertas del este de Africa. Los homínidos se adaptaron a ese cambio de formas diferentes: una de ellas fue la del Homo erectus, que desarrolló una serie de características que lo predispondrían a ser un excelente cazador. No un cazador veloz y letal como el leopardo, sino uno que perseguía a sus presas durante horas hasta agotarlas de cansancio, y que muriesen por sobrecalentamiento.
Así, se desarrolló un mecanismo de refrigeración corporal que logra evitar el recalentamiento gracias a las glándulas sudoríparas distribuidas por todo el cuerpo. Pero claro, ese sudor debe evaporarse, y el pelo retarda el proceso, como podemos comprobar viendo debajo de nuestras axilas en un día de intenso calor. Así que si bien el pelaje puede ser una protección contra el sol, se perdió a favor de una adaptación para correr bajo el sol: se mantuvo el pelo de la cabeza como una protección contra la insolación.
La piel se protegió del sol con una pigmentación oscura que evitaba los efectos de la radiación ultravioleta. A su vez, apareció una adaptación contra el frío que se podía sufrir por la falta de pelaje, que fue un aumento de la grasa debajo de la piel. Esta ayuda a retener el calor, a la vez que no impide la evaporación del sudor en momentos de sobrecalentamiento. Así es que nuestra desnudez no es más que una de la gran cantidad de adaptaciones que desarrollamos en nuestra historia evolutiva para convertirnos en un experto maratonista.
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