Sábado, 26 de noviembre de 2011 | Hoy
Por Leonardo Moledo
Orificio
Nicolás Casullo
Astier Libros, 200 páginas.
“Los géneros populares, en especial el policial y la ciencia ficción, han renovado la literatura política”, señala Ricardo Piglia en la contratapa de Orificio, la novela póstuma de Nicolás Casullo (y es complicado escribir con la sombra de Casullo, tan cercano, vigilando). La verdad es que no sé si calificar de “ciencia ficción” a Orificio (cayendo en el riesgo del juzgamiento de género); aunque la novela, sí, transcurre en un futuro ominoso y siniestro, en una Buenos Aires posterior al Apocalipsis, un mundo que, aunque concebido en los noventa, remite a la sensación colectiva de los años 2001-2003; sólo que, en este caso, todo ya ha ocurrido, y el mundo admite, en cierta forma, una comparación con los paisajes del Eternauta (referencia obligada).
Pero la operación literaria que emprende Casullo es la de transformar todo en alegoría: edificios, animales, barrios, armas, y sobre todo personajes-alegorías que se abren camino a través de lo horrible, el hedor de la destrucción y la sangre que –no podía ser menos– es siniestramente ritual, adorando a dioses-pájaro en altares bellamente anacrónicos. Buscando una palabra que pudiera abarcar el libro, se me ocurrió que podría describirse como de un “realismo alegórico”, porque esas alegorías vivientes y revulsivas no tienen un ápice de divinidad, ni de trascendencia, ni de nada: son seres del fango, viviendo y matándose en el fango, con un ultrarrealismo que hace pensar en Arlt, pero no, mejor en Castelnuovo. Son larvas, en fin.
Orificio no es una novela “agradable” ni Casullo pretende que lo sea: desde el mismísimo principio sólo nos propone literatura, sangre, sudor y lágrimas.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.