› Por Mariano Ribas
Son los espectáculos más grandes del cielo nocturno: desde siempre, los cometas deslumbraron a la humanidad, encendiendo el asombro y la curiosidad. Pero también los miedos y las supersticiones; casi siempre, fueron recibidos como funestas señales de guerras, muertes, epidemias, hambrunas y toda clase de desastres naturales. Y quienes intentaban ir un paso más allá, debían rendirse ante su carácter insolente e impredecible. Sin embargo, desde los tiempos de Newton y Halley, la astronomía comenzó a entenderlos y a “domesticarlos”. Se hicieron medianamente predecibles, al menos en sus movimientos y trayectorias en el cielo. Ya durante el siglo XX, aprendimos que los cometas son pequeños amasijos de hielo, roca y polvo, que sufren una espectacular metamorfosis cada vez que se acercan al Sol. Sin embargo, desde la perspectiva humana no todos los cometas lucen iguales. La gran mayoría pasan completamente desapercibidos. Y sólo algunos, apenas unos pocos por siglo, anteponen a sus nombres ese glorioso título que se ganan a pura espectacularidad: “Gran Cometa” (ver cuadro). Tras el paso del inolvidable McNaught (a comienzos del 2007), ahora un nuevo visitante de las profundidades del Sistema Solar comienza a mostrar las uñas. Su nombre es por demás curioso: Pan-Starrs. Y si todo marcha medianamente bien, durante el próximo verano volveremos a disfrutar, a simple vista, de una de estas maravillosas “bolas de nieve sucias”, arrastrando sus largas y elegantes estelas de gas y polvo.
Todo comenzó en Hawai, hacia la medianoche del 5 de junio de 2011: entre las 23.20 y las 0.23 (ya del 6 de junio), el telescopio Pan-Starss 1 (PS1), ubicado en la cima del Monte Haleakala, un volcán apagado, tomó una serie de imágenes de rutina. Se trata del aparato automático, equipado con un espejo primario de 1,8 metro de diámetro, destinado a patrullar grandes áreas de cielo para “cazar” asteroides y cometas potencialmente peligrosos (léase, aquellos que podrían acercarse a la Tierra, con chances de impacto). Pan-Starrs es la sigla de Panoramic Survey Telescope and Rapid Response System (algo así como Telescopio de Rastreo Panorámico y Sistema de Respuesta Rápida) y el “1” se debe a que es el primero de un cuarteto aún por completar. La cuestión es que en esas imágenes tomadas por el PS1 apareció un pálido manchoncito de luz que claramente cambiaba de posición entre una toma y otra. Estaba en plena constelación de Libra, y su magnitud visual era de apenas 19,4. O dicho de otro modo, unas 150 mil veces más pálido que la estrella más débil que podemos ver a ojo desnudo en un cielo de montaña.
La noche siguiente, el hallazgo robotizado del PS1 fue confirmado por los astrónomos Richard Wainscoat y Marco Micheli (Universidad de Hawai) con la ayuda del gran Telescopio Franco-Canadiense de Hawai, de 3,6 metros de diámetro. E inmediatamente ambos se dieron cuenta de que se trataba de un cometa (y no un asteroide): a pesar de su aspecto pálido y diminuto, el objeto ya insinuaba una “coma”, la típica envoltura de gas y polvo que rodea a esos frágiles cuerpitos de hielo y roca. En ese momento, el cometa se encontraba a unos 1000 millones de kilómetros de la Tierra, entre las órbitas de Júpiter y Saturno. Y dada la enorme cantidad de científicos, técnicos y observadores involucrados en este programa de monitoreo celeste, se optó por bautizarlo, simplemente, “cometa Pan-Starrs”, más una sigla de catálogo: C/2011 L4. Extrañas nomenclaturas a las que, seguramente, nos acostumbraremos en el próximo verano.
Con el correr del tiempo, con más observaciones a mano, los científicos comenzaron a delinear la trayectoria orbital del cometa. Y pronto quedaron en claro dos cosas: su órbita era claramente “abierta”, e indudablemente se estaba acercando al Sol y a la Tierra. Veamos ambas cosas: “Este cometa tiene una órbita prácticamente parabólica, y eso significa que podría ser la primera vez que se acerca al Sol, y significa que tal vez nunca más regrese”, dice Wainscoat. Al parecer, el Pan-Starrs se ha “descolgado” de la Nube de Oort, ese monumental reservorio esférico de millones y millones de cometas que envuelve al Sistema Solar (y cuyas “paredes” estarían situadas a alrededor de 1 año luz de nuestra estrella).
Vamos ahora al segundo punto, tanto o más interesante que el anterior: a las pocas semanas del hallazgo, los astrónomos ya sabían que el Pan-Starrs se acercaría considerablemente al Sol en los primeros meses de 2013. Y si bien no había un acuerdo firme en torno de la fecha del perihelio (punto de mínima distancia al Sol) del cometa, tanto el Minor Planet Center (de la Unión Astronómica Internacional), como el Jet Propulsión Laboratory (NASA) situaban ese punto en torno de los 50 millones de kilómetros. Lo suficientemente cerca como para que la radiación solar pueda “encender” furiosamente al Pan-Starss. Era un buen comienzo. Y los astrónomos profesionales y amateurs lo sabían. Pero también sabían que, tratándose de cometas, verdaderos especialistas tanto en espectáculos grandiosos como en fiascos monumentales, todavía era demasiado temprano para anunciar la llegada de un nuevo “Gran Cometa”.
Para que un cometa sea verdaderamente deslumbrante en nuestros cielos, no sólo es necesario que pase relativamente cerca del Sol (digamos, a unas decenas de millones de kilómetros), sino también que en ese momento no se encuentre demasiado lejos de la Tierra. Y algo fundamental: el nivel de actividad del propio cometa. Cómo responde al calor del Sol, cuál es su ritmo de sublimación de hielos, y cuánto gas y polvo libera hacia el espacio, para formar su “coma” (la “cabeza” del cometa) y sus “colas” (las estelas de esos mismos materiales, que son empujados por la radiación y el viento solar). En varias oportunidades, cometas que se perfilaban muy bien –teniendo en cuenta sus distancias al Sol y a la Tierra– resultaron ser grandes decepciones, al menos en cuanto a las expectativas iniciales: un caso muy conocido fue el Kohoutek, de 1973, que si bien se vio a ojo desnudo, no llegó ni por asomo al rango de “cometa del siglo” que muchos le otorgaron a poco de su descubrimiento.
Y bien: ¿cómo viene el Pan-Starrs? Por ahora, muy bien. En abril de este año, un artículo de la famosa revista Sky & Telescope decía que el cometa “viene marchando a brillo sostenido en los últimos meses” y que “a este ritmo se convertirá en un objeto notable”. Por entonces, el C/2011 L4 ya estaba a unos 750 millones de kilómetros del Sol, y mostraba una magnitud visual de 14. Unas 150 veces más brillante que en el momento de su descubrimiento. En junio, el cometa no sólo había duplicado su brillo con respecto a abril, sino que, además, su “coma” lucía muy concentrada, y ya mostraba claramente una pequeña cola. Dos signos de clara y alentadora actividad.
En estos momentos, y tal como reportan astrónomos profesionales y amateurs del Hemisferio Sur (como el grupo Rastreadores de Cometas de la Liga Iberoamericana de Astronomía, encabezado en nuestro país por el rosarino Luis A. Mansilla, y al que también pertenece quien esto escribe) el C/2011 L4 ya ronda la magnitud visual 11.5, cuadruplicando su brillo de junio (cada punto de magnitud visual equivale a una diferencia de brillo de 2,5 veces, y cuanto menor es el número, mayor es esa luminosidad). “Ahora, el cometa tiene una magnitud más de lo previsto. Y eso es un buen signo que nos sugiere que podría llegar a ser aún más brillante de lo que esperábamos”, nos cuenta Wainscoat.
Ahora, el cometa Pan-Starrs es un objeto casi exclusivamente observable desde el Hemisferio Sur (y todavía, sólo con grandes telescopios). Y eso se debe a que su órbita es prácticamente perpendicular al plano del Sistema Solar, y a que se está acercando “desde abajo, y subiendo”. A través de buenos instrumentos, el C/2011 L4 –ubicado en la constelación de Libra– ya muestra un aspecto bastante interesante: ahí está la flamante foto tomada por César Fornari, un astrónomo amateur especialista en cometas, desde el Observatorio Galileo Galilei, en Oro Verde, provincia de Entre Ríos. Sin embargo, todavía falta mucho para el momento culminante. Sin más demoras, vamos directo a eso...
Tras un paréntesis de unos tres meses, durante el cual estará perdido tras el resplandor solar, el cometa Pan-Starrs reaparecerá para la época de las fiestas. Y ahí empezará lo verdaderamente bueno: a fines de diciembre, y con la constelación de Escorpio como telón de fondo, el C/2011 L4 podría empezar a verse con simples binoculares. E incluso, a simple vista, aunque muy débilmente. Eso será hacia las 5 de la mañana, poco antes de la salida del Sol, y a baja altura sobre el horizonte del Sudoeste. Semana a semana, el cometa ira ganando brillo a medida que se acerque a nuestra estrella y a la Tierra. “A mediados de enero, cuando el cometa ya esté visualmente más separado del Sol en el cielo, será mucho más fácil de observar –nos adelante Wains-coat– y entonces sí tendremos una idea muy clara de cuán brillante será en marzo.”
Justamente: si bien es cierto que ya durante febrero podría haberse convertido en un gran show celeste, el momento culminante de la visita del Pan-Starrs será a comienzos de marzo de 2013. El día 5, el cometa alcanzará su mínima distancia a la Tierra (unos 150 millones de kilómetros). Y entre el 10 y el 11 de marzo, llegará a su perihelio, pasando a “apenas” 45 millones de kilómetros del Sol. Allí, metido dentro de la órbita de Mercurio, el cometa desplegará al máximo, y durante varios días (antes y después del perihelio), sus colas de gas y polvo. Habrá que buscarlo en el cielo del anochecer, en pleno crepúsculo, a unos 10 grados por encima del horizonte del Oeste.
¿Cuánto brillará en ese momento clave? Las estimaciones más modestas hablan de una luminosidad suficiente como para verlo cómodamente a simple vista. Incluso en los cielos de las ciudades: en números, una magnitud visual de entre 1 y 2. En una zona media, tenemos predicciones como las publicadas en Sky & Telescope, que sitúan el máximo del cometa entre las magnitudes 1 y -1 (cuanto más chico el número, mayor el brillo). En ese rango están las estrellas más brillantes del cielo nocturno, como Alfa Centauro, Canopus o Sirio. Otros, son aún más optimistas: una curva de luminosidad publicada en julio –y basada en más de 40 observaciones individuales– predice una contundente magnitud -4. El brillo del mismísimo planeta Venus. En sintonía con esto último, el famoso astrónomo Leonid Elenin (Instituto Ruso de Matemática Aplicada) ha dicho que el Pan-Starrs podría convertirse en el cometa más brillante de lo que va del siglo XXI (superando al impresionante McNaught, de 2007). Así sea. De todos modos, no son certezas sino razonables predicciones, basadas en el comportamiento del C/2011 L4 hasta estos momentos, y en sus distancias cada vez menores con respecto al Sol y la Tierra. Pero con los cometas, vale la pena reiterarlo, nunca se sabe: “Si tienes que apostar, mejor apuesta por un caballo, y no por un cometa”, decía el legendario astrónomo británico Fred Whipple (1906-2004), probablemente el mayor experto cometario del siglo XX.
Sólo resta esperar unos meses más. Y confiar en que este bloque de hielo y roca, descolgado de los arrabales del Sistema Solar, mantenga su alentador ritmo de actividad. Ojalá que en el próximo verano, aquí mismo, estemos hablando, mostrando y celebrando la aparición del “Gran Cometa de 2013”.
Cometas hay muchísimos (de hecho, ahora mismo, hay una docena al alcance de los instrumentos de astrónomos amateurs experimentados), pero los verdaderamente “grandes” son pocos, muy pocos. En astronomía, la expresión “Gran Cometa” es una expresión sólo reservada a aquellos que deslumbran a ojo desnudo. Fenómenos que han desbordado el ámbito de los especialistas, para convertirse en impactantes experiencias colectivas, que han quedado grabadas en la memoria de los pueblos. Desde lo técnico, para ser un gran cometa hacen falta varios requisitos: mucho brillo, grandes colas (de más de 10 grados de largo), tres o cuatro semanas de óptima visibilidad y, además, que puedan ser observados por gran parte de la humanidad. Para lograr todo eso, un cometa tiene que pasar relativamente cerca del Sol y de la Tierra, pero también tiene que mostrarse “activo”, es decir, reaccionar al calor solar, sublimando sus gases congelados a buen ritmo (agua, dióxido de carbono, cianógeno, metano, y otros) y liberando grandes cantidades del polvo atrapado en su frágil estructura. Sólo así se hacen verdaderamente brillantes –reflejando la luz solar– y generan las espectaculares colas que los definen: al fin de cuentas, “cometas” viene de griego “kometes”, que significa “cabellera”. A la luz de todos los datos actuales, el C/2011 L4 tiene buenas chances de convertirse en el próximo “Gran Cometa” de nuestros tiempos.
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