Sábado, 17 de noviembre de 2012 | Hoy
EL CONTROL DE LA DIABETES
También a propósito del Día Mundial de la Diabetes repasamos la historia de los métodos de autocontrol de los niveles de glucosa en sangre, una herramienta formidable para el cuidado de esta enfermedad que no da tregua.
Por Jorge Forno
La diabetes es un problema médico creciente que afecta a casi un 8 por ciento de la población mundial. El asunto preocupa tanto que desde 1991 la Organización Mundial de la Salud le otorgó un día propio: el 14 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Diabetes, en concordancia con la fecha de nacimiento de uno de los descubridores de la insulina, Frederick Banting. La insulina es una hormona normalmente fabricada en el organismo, pero que en los diabéticos presenta defectos en su calidad y/o cantidad, dejando los niveles de azúcar en sangre (glucemia) fuera de control.
Dietas, ejercicio físico y medicación –ya sean aplicaciones de insulina o tratamientos por vía oral– son necesarios para restablecer el equilibrio en el organismo en las personas con diabetes. Y en ese complejo juego de herramientas terapéuticas hay una práctica que adquiere cada vez más importancia. Se trata del automonitoreo, vale decir, del control de las glucemias por parte del mismo paciente.
Si los métodos de hoy pueden parecernos molestos por lo invasivos –en general requieren un “pinchazo” para obtener una gota de sangre–, definitivamente resultarán agradables en comparación con ciertas formas de diagnóstico rápido a las que se refieren algunos historiadores de la medicina. Por caso, beber una gota de orina para comprobar su “dulzura”. La orina de los diabéticos que no llevan un tratamiento adecuado suele ser, a partir de un cierto nivel de glucemia mayor al considerado normal, una vía de escape del exceso de azúcar en sangre. Este fenómeno, además de sobrecargar de trabajo y poner en riesgo la integridad de los sufridos riñones, sirvió para que un investigador llamado Thomas Willis encontrara esa orina “tan dulce como la miel”. Y para que a partir de esa propiedad bautizara la enfermedad como diabetes mellitus, diferenciándola de otra patología no relacionada: la diabetes insípida.
El control de la glucosa en orina –conocida como glucosuria– se facilitó enormemente en la segunda mitad del siglo XX, cuando todavía no había formas sencillas de determinar las concentraciones de glucosa en sangre fuera del laboratorio clínico. Por entonces aparecieron unas cintas que asemejaban a las comunes y corrientes de papel. Estas cintas encerraban una sustancia que al entrar en contacto con la glucosa de la orina producía un cambio de color mediante una reacción química. A más intensidad del color, más glucosa había en la orina del paciente. El método carecía de precisión como para hacer una cuantificación fina de la glucosuria pero, a falta de determinaciones de glucemia caseras, servía como guía aproximada para el control diario de las personas con diabetes. Y resultaba para la mayoría de los mortales un método más amigable que probar el sabor meloso de la muestra de orina.
Un progreso significativo para la obtención de los valores de azúcar en sangre se logró cuando a principios de los años ’80 se popularizaron las tiras reactivas de lectura visual. En ellas, la reacción de la glucosa frente a reactivos químicos específicos daba como resultado un cambio de color que permitía aproximar con bastante exactitud un rango de valores de glucemia entre las cuales se encontraba la del paciente. Esta determinación de la concentración de azúcar en los vasos sanguíneos pequeños –conocida como glucemia capilar– tenía una buena correlación con los valores de los análisis tradicionales.
Pero no todas eran rosas para estos métodos. Generalmente eran engorrosos, ya que la tarea solía requerir más de un paso, con tiempos rigurosamente cronometrados y un ojo entrenado en la lectura de la carta de colores para interpretar los resultados. Y fueron los primeros que necesitaron del hasta hoy vigente pinchazo en el pulpejo de un dedo o en el lóbulo de la oreja para obtener una muestra de sangre.
En los años ’70 comenzó a gestarse un cambio que con el tiempo constituiría una verdadera revolución en el cuidado de la diabetes. Tímidamente, algunas empresas fabricantes de productos médicos generaron los primeros aparatos que permitían una medición rápida y precisa de los valores de glucemia. Para ello se usaban unas tiras que, como en las de lectura visual, portaban un reactivo que en presencia de glucosa producía una variación de color. Un dispositivo altamente sensible “leía” a partir de ese cambio de color la concentración de azúcar en la sangre capilar. Costosísimos y difíciles de transportar por su tamaño y peso, en pocos años estos artefactos se fueron perfeccionando hasta lograr la confianza de los médicos, los pacientes y las instituciones internacionales relacionadas con la diabetes. Recién a fines de los ’80, la poderosa Asociación Americana de Diabetes (ADA) terminó rindiéndose ante la evidencia médica que mostraba la utilidad de estos dispositivos de autocontrol, dejando atrás las dudas acerca de su fiabilidad y manipulación.
En los últimos años, la informática y la ciencia van de la mano, y en relación con el automonitoreo de las personas con diabetes se generaron portentosos sistemas que incluyen tiras reactivas fáciles de usar, aparatitos muy pequeños y vistosos, software de recolección de datos y la posibilidad de generar informes casi instantáneos a partir de los resultados obtenidos. Así es posible cuantificar con asombrosa exactitud las glucemias y elaborar planes a medida para el uso de la medicación oral y de las nuevas preparaciones de insulina.
Pero la gloria de estos efectivos dispositivos está empañada por algunas cuestiones para nada despreciables, más allá de la resistencia del paciente al hasta hoy inevitable pinchazo. Si bien los aparatos suelen ser baratos o directamente son entregados en promoción por sus fabricantes, la compra de las tiras reactivas representa un costo de proporciones, más aun tratándose de una enfermedad crónica. Este costo trae grandes dolores de cabeza no sólo a los pacientes sino también a las instituciones de seguridad social y al sistema público de salud.
Quizá la solución para ambos asuntos provenga de alguna nueva forma de automonitoreo. Una propuesta que se las trae es la de usar la llamada tecnología de puente óptico cercano al infrarrojo. En buen criollo, se trata de un sistema infrarrojo de control, que no requeriría de más pinchazos y que es el nuevo objeto del deseo de varios laboratorios especializados. Que sea accesible económica y socialmente a la mayoría de las personas con diabetes sería la frutilla del postre para tan esperado logro.
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