Sábado, 1 de diciembre de 2012 | Hoy
DIMORFISMO SEXUAL ENTRE NUESTROS ANTEPASADOS HOMINIDOS
Quién no recordará el haber paseado de la mano de nuestros padres cuando apenas si teníamos un metro de altura. Tal vez ellos intentaban ir más despacio, pero así y todo, casi teníamos que trotar para mantener el ritmo. Obviamente esto se debía a la gran diferencia de tamaño entre las piernas de nuestros padres y las de aquellos niños que fuimos. Así debe haberse sentido Lucy, nuestra antepasada más famosa, que hace 3,2 millones de años caminaba por las estepas africanas con un andar como el nuestro. Sólo que ella no se retrasaba con respecto a sus padres, ya que era una mujer adulta, sino que lo hacía con respecto a los machos de su especie, que eran mucho más altos.
Por Martin Cagliani
Dos años atrás se dio a conocer otro fósil de homínido de la misma especie de Lucy, al que apodaron Big Man, justamente por su gran tamaño con respecto a los demás ejemplares de la especie que se habían descubierto hasta ese momento. Lucy apenas alcanzaba el metro de altura, pero Big Man llegaba a 1,6. Esta gran diferencia en biología se conoce como dimorfismo sexual, que es cuando los machos son más corpulentos que las hembras, generalmente relacionado con la organización social de la especie. Esto ya se sospechaba desde el momento en que se descubrió a Lucy en 1974, al ver diferencias de tamaño dentro de la misma especie que desataron debates sobre si se trataba efectivamente de dimorfismo sexual o variaciones regionales.
Con el descubrimiento de Big Man, se puede estar casi seguros de que se trata de una diferencia sexual, ya que Big Man es un hombre, y esto lleva a los paleoantropólogos a preguntarse cómo habría sido esa sociedad homínida en la que supuestamente podían caminar grandes distancias, pero con un andar tan diferente debido al tamaño de las piernas.
Lucy y Big Man son dos de los ejemplares más completos de la especie Australopithecus afarensis, que la mayoría de los expertos considera como ancestral del género humano. Fueron de los primeros en comenzar a caminar como nosotros, y hasta ahora se creía que tenían una organización social similar a la nuestra, en parte por las huellas descubiertas en Laetoli, Tanzania, en las que se ven los rastros del que podría haber sido un grupo familiar reducido. Dos rastros caminando juntos, y uno más hundido que el otro, evidenciando que llevaba una carga, seguramente una cría. Esas huellas fósiles, inmortalizadas en la ceniza fresca de un volcán, tienen una antigüedad de 3,66 millones de años.
Pero si los A. afarensis tenían una diferencia tan grande en el tamaño de los sexos, esas huellas deben de haber pertenecido a dos hombres, o a dos mujeres, y se debe dejar de lado una organización familiar, para acercar a los afarensis más al tipo de organización social que tienen los chimpancés hoy en día, y que se cree que tuvieron las otras especies de australopitecos más antiguas. Las hembras por su lado, los machos por el otro. Estos últimos luchaban por el control del grupo, razón por la cual tenían un tamaño mayor.
Cuando hablamos de primates como los gorilas o los chimpancés, que son nuestros parientes actuales más cercanos, se puede decir que la diferencia de tamaño no acarrea problemas. Pero entre los afarensis, que ya caminaban en dos patas de forma habitual, con cuerpos y pies especialmente adaptados para ello, los paleoantropólogos se enfrentan a un dilema, ¿cómo se podían adaptar los sexos a caminar a diferentes velocidades? No es un tema baladí, como veremos.
La diferencia entre el paso de Big Man y el de Lucy es la misma que un humano adulto actual tendría con un niño; esto se mide de acuerdo al tamaño de las piernas. Patricia Ann Kramer, de la Universidad de Washington, Estados Unidos, decidió investigar el dilema realizando experimentos con gente actual. No se asusten, nadie salió herido.
Si se mira la parte de la pierna que va de la rodilla al pie, donde están los huesos tibia y peroné, se encontrarán con una parte clave de la pierna a la hora de saber cuánta energía gasta una persona con cada paso y qué velocidad sería la más eficiente. Kramer examinó el tamaño de la tibia de 36 niños y 16 adultos actuales, y los puso a caminar para medir cuánta energía utilizaban. Cuando hablamos de energía aquí, no es de los alimentos, sino del oxígeno. Lo que descubrió fue que los individuos con tibias más largas alcanzaban, de forma eficiente, una velocidad más alta. Es decir que aquellos con piernas más largas podían recorrer mucho más terreno consumiendo la misma energía.
Kramer creó entonces una ecuación matemática que le permitiese calcular la eficiencia energética de las tibias de los australopitecos. Así, pudo ver que Lucy caminaba a 1,04 metro por segundo, mientras que Big Man lo hacía a 1,33 metro por segundo. Esta diferencia implicaría que si ambos caminasen durante una hora, Lucy habría recorrido 3,74 kilómetros, mientras que Big Man habría llegado a los 4,68 kilómetros.
Es difícil generalizar con los resultados de sólo dos individuos de una especie, pero además se apoyan en otros restos de A. afarensis que muestran evidencias de dimorfismo sexual. También, sabiendo tan poco, es difícil sacar conclusiones de cómo afectaría a la sociedad de Lucy y Big Man semejante diferencia en el andar. Se abren diversas opciones: o las mujeres caminaban más rápido, consumiendo así más energía para poder ir al paso de los machos, o bien estos últimos reducían su velocidad para no dejar atrás a las hembras, lo que también implicaría un gasto extra de energía. La otra posibilidad es que machos y hembras pasasen su tiempo separados cuando buscaban comida. Así sucede entre los chimpancés actuales.
Así es que había que esperar a la aparición de nuestro género Homo para encontrar una organización social similar a la nuestra actual. Algunos creen que el iniciador fue el Homo erectus, quien comenzó a fabricar herramientas elaboradas, el primero en valerse del fuego y también en consumir carne de forma habitual. Todo esto podría haber ayudado a formar nuestra sociedad.
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