Sábado, 1 de diciembre de 2012 | Hoy
Por Rudy
Usted y yo lo sabemos, lector, lectora, lectores... Ha llegado un momento del año muy especial. Porque en diciembre uno hace un balance, y una balanza, del año. Uno se pregunta si creció, si encogió, si prosperó, si gozó, sufrió, aprendió, aprovechó, desperdició, y toda una sarta de pretéritos indefinidos que finalmente nos conducen al más “definido” de todos: si engordó.
Porque si uno “engordó”, pareciera (porque es puro imaginario, esto al mundo de verdad no le importa) que nada de lo logrado importa.
Usted se encuentra con un amigo que hace tiempo no veía, y antes de que usted le cuente que se ganó la lotería, que tiene tres amantes hermosas y que está nominado al Nobel de la Paz, él le va a decir: “Che, dejate de hinchar, bajá esa panza que ya se viene el verano”. Y ahí se desinfla todo, empezando por su autoestima. Y si usted es mujer, peor. No porque en verdad sea peor sino porque así es cómo lo valora la sociedad.
La balanza es el más cruel confesionario, ya que en vez de “tres Padrenuestros y cinco Avemarías”, lo condenará a “tres hojas de lechuga y una manzana por día” para perdonarle sus “pecados”. Si pretende la absolución, la penitencia será durísima, parece.
Y la sociedad nos dice, a todos, que en verano “hay que mostrar fibra, músculo, tubos, cualquier cosa menos grasita, zapán, celulitis, culipanza, etcétera”.
Por eso, en diciembre llega el momento en el que uno se prueba la malla que usó, y pretende volver a usar, a ver si “le entra, le sube, le calza, le va”. Y no, no, no, no...
Uno podría decir: “No importa, me compro una nueva, una bien de moda ¡y listo!”. Pero “las que están de moda ¡y listo!” no vienen en el talle de uno, que no está de moda y listo.
Las mallas las hacen cada vez más chiquitas; hasta ésa que el año pasado me quedaba bien, ahora se achicó...
Y uno se va a ir de vacaciones a la playa, al club, a la pileta, a la esquina, a la movilización popular o a la quinta de su tía abuela, pero vaya adonde vaya uno sabe que va a estar lleno de gente, pueblo, compañeros, camaradas, correligionarios, socios, turistas, paseantes, mirándonos y diciendo “éste/a debería haber bajado esa/s panza/cola/piernas”.
La verdad es que los demás no están tan preocupados por el aspecto de uno, no están pendientes de uno, no les importa tanto lo que uno hizo con su gastronomía (“Uno es uno y su circunferencia”, decía un filósofo), ya que ellos también son “Uno”, son tan narcisos como uno y se creen que uno les está mirando el ombligo a ellos.
¿Quiénes se creen que son para que uno les mire el ombligo, con lo ocupado que uno está mirando cómo los demás critican nuestro propio ombligo y sus adyacencias?
La realidad, lector, lectora, es que todos, todas y todis estamos en la misma, y parece que nos cuesta mucho dejar de estar en eso. Quizás en algún momento se lance un plan “Resignación Universal por Kilo” o “Balanza Igualitaria”, pero, ¿no será mucho pedir? Quiero decir: me parece que el país ya tiene muchos problemas con la política, la economía, la sociedad, la deuda, los medios, como para que el gobierno tenga que ocuparse de que los argentinos y argentinas estemos todos “en línea”, como marca la moda.
Y, por otra parte, ¿quién es el que marca la moda? ¿Quién es el dueño monopólico del buen gusto? ¿Quién dijo que, más allá de ciertas cuestiones saludables, para ser aprobado socialmente hay que tener tales o cuales formas físicas? ¡No les crea, lector, no les crea!
Por eso, no haga la dieta de los faquires (consiste en comer clavos), ni la de los filósofos (ayuno, luego existo), ni la de los marcianos, los taurinos fundamentalistas, los farináceos, los arameos, ni la de los enólogos arrepentidos. Haga gimnasia, pero no se mate: disfrute...
No mire a los demás calculando cuantos kilos le sobra a cada uno. Y si los demás lo/a miran, críticamente sonría (no hace falta hacerse una dentadura nueva para eso). Es la receta SátiraI12 para esta temporada.
Nos vemos la semana que viene.
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