Sábado, 16 de marzo de 2013 | Hoy
Por Rodolfo Petriz
Pasó la fecha del apocalipsis maya y el mundo sigue andando. El debate acerca de qué fue exactamente lo que profetizaron los mayas que iba a suceder el 21 de diciembre del 2012, término del ciclo temporal de 5125 años conocido como “la cuenta larga”, llenó durante los últimos años las páginas de libros esotéricos e inundó los sitios new age de Internet. Hasta la NASA se vio obligada a publicar en su blog “Ask an Astrobiologist” una tranquilizadora columna negando el fin del mundo.
Más allá de la dudosa rigurosidad científica de algunas interpretaciones de las profecías, es indiscutible que todas esas conjeturas no habrían tenido lugar si no se hubiera logrado descifrar la escritura maya.
A mediados del siglo XX, más de 160 años después de que fueran halladas por los españoles, en 1787, las fabulosas ruinas de Palenque, los mayólogos aún no habían logrado grandes avances en el conocimiento de la escritura maya. Unicamente podían comprender los signos del calendario, que había sido descifrado de forma acabada por el alemán Ernst Förstemann a fines del siglo XIX, y unos pocos de los glifos grabados en piedras o pintados en las páginas de los escasos códices mayas que sobrevivieron al fuego purificador de las hogueras católicas.
Tras casi dos siglos de intentos, no había aparecido aún un Champollion que, al igual que con los jeroglíficos egipcios, pudiera descifrar el significado de los extraños glifos mayas. Así, el clima que reinaba entre los arqueólogos y epigrafistas era de gran pesimismo. En 1945, otro destacado mayista alemán, Paul Schellhas, afirmó que el problema era imposible de resolver.
Sin embargo, la solución llegaría pocos años después, y de un lugar bastante alejado del epicentro de los estudios mayas, la Unión Soviética. Yuri Knorosov, un joven lingüista y etnólogo de la Universidad de Moscú, en un breve escrito de 19 páginas publicado en 1952 brindaría las claves que permitirían el esquivo desciframiento.
Los primeros intentos sistemáticos para descifrar los glifos mayas comenzaron durante el siglo XIX, de la mano de las expediciones que hicieron a las ruinas mayas los primeros viajeros. Gracias a las observaciones y a los dibujos que estos exploradores realizaron de las inscripciones que decoraban las milenarias construcciones, tanto ellos mismos como especialistas que nunca pisaron la selva del Yucatán pudieron comparar los glifos de Palenque, Copán, Tulum, Uxmal, Chichen-Itzá y otras ciudades mayas con las pinturas de los códices que estaban en los museos europeos. Esto llevó a los investigadores a concluir que se trataba de un único sistema de escritura perteneciente a una misma cultura. Además, brindó indicios que hicieron suponer a los mayistas que las antiguas ciudades habían sido construidas por los antecesores de los habitantes actuales de la zona y que los distintos dialectos que hablaban los mayas modernos derivaban de una misma lengua primitiva.
El siguiente hecho que revolucionó el estudio de esta cultura tuvo lugar en 1862. Se trató del hallazgo de un manuscrito del año 1661 que realizó el abate Brasseur en la Biblioteca de la Real Academia de Historia de Madrid. El documento hallado era un resumen anónimo de la Relación de las cosas del Yucatán, escrito alrededor del año 1566 por el obispo Diego de Landa. En ese texto, el religioso detalló, tras dedicarse durante tres décadas a la evangelización en la península del Yucatán, las características de la cultura maya de su época.
El vínculo del obispo Landa con los mayas representa como ninguno el precepto “porque te quiero te aporreo”. Según algunos historiadores, profesó un gran amor por los mayas, pero para lograr que dejaran la idolatría y la herejía llevó adelante numerosas prácticas inquisitoriales y celebró el 12 de julio de 1562 el famoso Auto de fe de Maní, en donde se incineraron junto con ídolos y otros elementos religiosos casi todos los libros existentes en lengua maya. “Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo cual sintieron a maravilla y les dio mucha pena”, explicó Landa en su crónica. Así desapareció casi la totalidad de la herencia cultural de los antiguos habitantes del Yucatán.
La importancia que la Relación de las cosas del Yucatán tenía para los epigrafistas estribaba en que en algunas de sus páginas Landa realizó una descripción aproximada de las principales características de la escritura maya, junto con la explicación del significado de algunos de sus glifos. Los descifradores estaban así en presencia de la ansiada Piedra Roseta maya que buscaban hacía décadas.
Pero, si los mayistas ya tenían su Piedra Roseta en 1862, ¿por qué fracasaron durante noventa años sus intentos por descifrar la escritura?
En El desciframiento de los glifos mayas, Michael Coe, uno de los más importantes mayólogos de la segunda mitad del siglo XX, explica el porqué de tamaña demora.
Por un lado, Coe atribuye el retraso a la ausencia de un corpus considerable de dibujos y fotografías de los glifos hasta fines del siglo XIX. Si bien existían los dibujos que habían realizado los primeros visitantes de las ruinas y los tres códices sobrevivientes al apocalipsis cultural provocado por el obispo Landa, éstos no tenían el nivel de detalle necesario para una tarea tan complicada.
Por otra parte, Coe imputa el prolongado fracaso a la rigidez mental, tanto de los distinguidos mayistas que impusieron el paradigma de interpretación de los glifos, como de aquellos investigadores menores que no fueron capaces de romper con ese esquema de comprensión.
¿Y cuál era ese paradigma? El mismo que había sostenido en el siglo XVII Atanasio Kircher acerca de los caracteres egipcios y que retrasó su desciframiento hasta el descubrimiento de la Piedra Roseta y los trabajos de Champollion: que las escrituras jeroglíficas eran ideográficas y consistían en gran parte de símbolos que comunican las ideas directamente, sin intervención de la lengua hablada. Una presunción imbuida en el neoplatonismo presente en la mente de muchos hombres de ciencia del Renacimiento y décadas posteriores.
Esta presunción, que se manifestó incorrecta acerca de la escritura egipcia, fue sostenida por generaciones de prestigiosos mayistas, lo cual los llevó a restarle importancia a la Relación de las cosas del Yucatán, en donde Landa afirmaba que gran parte de los glifos mayas tenían significado fonético y no ideográfico.
Incluso después de que el ruso Knorosov estableciera las características principales de la escritura maya, muchos de esos mayólogos se negaron a admitir sus conclusiones.
La historia del desciframiento realizado por Yuri Knorosov comienza al término de la Segunda Guerra Mundial, mientras las fuerzas soviéticas ocupaban la ciudad de Berlín y la Biblioteca Nacional era consumida por las llamas. Knorosov era artillero del Ejército Rojo y rescató casualmente de las llamas un volumen que reunía una copia de los tres códices mayas conocidos hasta ese momento, el de Dresde, el de Madrid y el de París. De vuelta en Moscú, se dedicó a la egiptología, a la comprensión de sistemas orientales de escritura y a los estudios comparativos. Y con el libro rescatado de las llamas, y la convicción de que cualquier sistema de escritura producido por el hombre puede ser leído por el hombre, también se abocó a descifrar los glifos mayas.
Knorosov tomó como base de su trabajo la Relación de las cosas del Yucatán. Gracias al conocimiento que tenía de otros sistemas jeroglíficos llegó a la conclusión de que los signos que brindaba Landa eran fonéticos y representaban en su mayoría sonidos conformados por la unión de una consonante y una vocal, con la excepción de algunas vocales aisladas. Además afirmó que cada signo podía tener más de una función y ser un fonema o un morfema –el fragmento mínimo capaz de expresar significado–; que el orden de escritura podía invertirse con fines caligráficos, y que podían combinarse fonemas y morfemas para restar ambigüedad a la lectura.
Estos principios, junto con el reconocimiento de que muchos de los glifos también podían funcionar como logogramas –signos que por sí solos representan una palabra–, fueron el punto de partida para la lectura de las inscripciones mayas.
Sin embargo, las tesis de Knorosov no fueron aceptadas con facilidad por muchos de sus contemporáneos. En ello, además de algunos errores cometidos por el mayólogo ruso, tuvo mucho que ver el clima de la Guerra Fría.
A la cabeza de la resistencia se colocó el mayista más influyente de la época, el británico Eric Thompson, defensor de la postura ideográfica y un profundo anticomunista que creía que nada bueno podía dar al mundo el colectivismo de la Unión Soviética. La conclusión que sacó Thompson del desciframiento de Knorosov era que se trataba de un engaño marxista y una estratagema propagandística soviética.
Sólo después de varias décadas de debates entre los partidarios de ambos enfoques, de la muerte de Thompson y del aporte de nuevos investigadores, las tesis de Knorosov fueron aceptadas por toda la comunidad científica.
En la actualidad se sabe que la escritura maya está compuesta por unos 800 glifos, de los cuales más de 150 tiene función fonético-silábica, mientras que los demás son logogramas. Gracias a que se logró descifrar más del 90 por ciento de estos glifos, ahora es posible leer casi en su totalidad a los antiguos mayas.
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