EL DISEñO POR EVOLUCIóN GENéTICA
Construir dispositivos virtuales combinando y recombinando componentes al azar y probar –de manera virtual también– cómo se adapta cada nueva generación al objetivo buscado: así es el “diseño evolutivo”, un método que permitiría crear circuitos y artefactos “imitando a la naturaleza” y, tal cual pretenden sus cultores, sin intervención de la creatividad humana.
› Por Marcelo Rodríguez
Incluso en sus más complejas y sorprendentes formas, la vida se generó tan sólo a partir de unos pocos compuestos químicos preexistentes, unas operaciones en el fondo sumamente sencillas (mutación, divisiones, recombinación en el marco de las posibilidades que el sexo le ofrece al azar) y tiempo para que aquello que fuera posible, simplemente, se fuera dando y el medio externo –“lo otro”– hiciera lo suyo.
El descubrimiento del ADN apenas pasada la primera mitad del siglo XX habilitó considerar a la generación de vida como procesos de cómputo entre moléculas. Así de bestial es la biología. Alguien pensó que si se lograsen algoritmos de computación que imitaran a la naturaleza se podrían diseñar dispositivos que funcionaran tan perfectamente como lo hace un organismo adaptado a su ambiente. Y si esto era posible –siguiendo ese razonamiento– ya no valdría la pena recurrir a otras herramientas de la inteligencia (como la siempre caprichosa creatividad, tan esquiva y compleja en sus vericuetos que parece irracional, tan potencialmente maravillosa como ineficiente).
Esa fue la premisa de los pioneros de la programación genética: que la intervención humana en el diseño se limitara a proponer objetivos, y que los algoritmos de reproducción, mutación y luego selección de los engendros más aptos hicieran el resto una vez puesta en marcha la rueda.
La naturaleza había demandado millones de años para lograr cosas así y seguía en curso; los tiempos que impone nuestra condición de mortales son bastante más acotados. Pero con las crecientes y sobrehumanas capacidades de cómputo de las nuevas máquinas, eso dejaba de ser un problema.
Para diseñar un circuito analógico es necesario saber cómo deseamos que se comporte: las formas de onda que quiere producir, cómo debe responder a las frecuencias y otros parámetros que los ingenieros conocen de sobra. Cuando se buscan filtros, estabilizadores u osciladores simples todo es muy sencillo, pero a medida que se buscan respuestas más específicas, el diseño puede volverse tan complejo que es casi imposible determinar a priori qué combinaciones de componentes (resistencias, capacitores, bobinas) y qué conexiones serán necesarias. El trabajo se vuelve artesanal, fatigoso e incierto.
Un programa “genético” considera esos componentes y conexiones como si fueran genes en una ristra de ADN. Genera miles de combinaciones al azar, simula sus respuestas en el mundo virtual y las compara con la respuesta buscada: algunas se parecerán más que otras.
Entonces la máquina selecciona los circuitos “más aptos” y los “cruza” entre sí recombinándolos por pares, obteniendo líneas de descendencia con respuestas cada vez más parecidas a las buscadas y descartando las restantes. La máquina también se toma la libertad de introducir algunas modificaciones azarosas y generar a partir de ellas otros circuitos virtuales que competirán en esa lucha por la existencia en esta suerte de inhumano Second Life.
La operación se repite indefinidamente hasta que este proceso de selección artificial arroje un resultado humanamente satisfactorio, un circuito tan parecido al que se buscaba que ya no valga la pena seguir. Este es, poco más o menos, el principio del diseño por programación genética, capaz –según sus cultores– de brindar soluciones a las que la inteligencia humana no habría podido arribar.
John R. Koza, profesor de Informática de la Universidad de Stanford (EE.UU.), ha sido uno de los inventores de esta metodología, y asegura en un artículo en la revista Scientific American que mediante programación genética ya han sido patentadas versiones mejoradas de filtros, amplificadores, transformadores de línea, conversores, sintonizadores y generadores de onda, todas ellas iniciadas “desde cero” a partir de poblaciones originarias de circuitos conformados al azar.
Como Pierre Menard, aquel personaje de Borges que decide reescribir punto por punto el Quijote, el diseño evolucionista llevó, en este nuevo milenio, a registrar en la Oficina de Patentes estadounidense versiones de circuitos integrados que reproducen o incluso superan a otros creados por IBM, Lucent, Bell o AT&T. Y por haber sido generados de manera absolutamente diferente es imposible calificarlos de “copias”.
Koza es uno de los autores incluidos en Evolutionary Design by Computers, una suerte de Biblia sobre el tema compilada por Peter Bentley y publicada en 1999 con prólogo de Richard Dawkins, autor del best-seller El gen egoísta dos décadas antes, más darwinista que Darwin. “Es una tentadora introducción al futuro del diseño asistido por computadora. Diseñado por Darwin”, se había entusiasmado también Lawrence Fogel (1928-2007), otro pionero de este arte, quien en 1993 fundó en San Diego (California) la compañía de software Natural Selection, Inc.
Hablando de tentaciones, una de las más comunes cuando se habla de la evolución es pensarla como un camino lineal de perfeccionamiento de los individuos o los grupos hasta llegar a su forma actual. Tal tentación lleva a un paso de coquetear con el creacionismo y su forma más refinada, el “diseño inteligente”. Pero lo que el tan mentado naturalista inglés echó por tierra en 1848 con su teoría de la selección natural fue, justamente, esa idea de que la combinación entre el azar, la deriva genética y la presión selectiva que alimenta la rueda de la evolución de las especies tiene una finalidad. No fue su materia discutir si hubo o no un creador, pero demostró que, en todo caso, no era necesario que lo hubiera.
En el diseño mediante programación genética hay una finalidad preestablecida regulando todo azar: eso que se está generando en el proceso debe servir, y lo que no sirve es descartado. La naturaleza tiende a la diversidad, mientras que el diseño tiende a la forma perfecta, y ésta es una diferencia que muchos de los que sacan chapa de “evolucionistas” –como si todavía quedara lugar para alguna corriente “no evolucionista” en el pensamiento racional– a menudo pasan por alto.
Y en cuanto al “diseño evolutivo”, seguirá su propia evolución. Sólo el tiempo dirá si es más que una manera “cool” de legitimar el concepto de “supervivencia del más apto” fuera del campo de la biología, si es el fin de la creatividad o si es apenas una forma más de ella.
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