Sáb 26.10.2013
futuro

LA INMINENTE VISITA DEL COMETA ISON Y UNA MIRADA A LOS “CLáSICOS” DE LAS úLTIMAS DéCADAS

Grandes Cometas

Fantasmas de largas y elegantes colas neblinosas, que se arrastran entre las estrellas. Brillan, deslumbran y sacuden la curiosidad hasta del más distraído. Y luego de algunas semanas, se van, así como vinieron. Durante milenios, los cometas asombraron y espantaron por igual a la humanidad, encendiendo toda clase de miedos y supersticiones. Y su propio carácter insolente e impredecible hizo que, tantísimas veces, culturas de todas partes del planeta vieran en ellos las funestas señales celestiales de inminentes desastres naturales, guerras, hambrunas, pestes y toda clase de calamidades. Recién en los tiempos de Tycho Brahe, Isaac Newton y Edmond Halley, la astronomía comenzó a comprenderlos y a domesticarlos, bajo las mismas leyes que rigen el movimiento de los planetas. Hoy sabemos que, en el fondo, y detrás de esos espléndidos ropajes, los cometas no son más que pequeñas “bolas de nieve sucias”, helados y desprolijos amasijos de hielo, roca y polvo que, cuando se acercan al Sol, sufren una extraordinaria metamorfosis. Gusanos que se convierten en espléndidas mariposas.

› Por Mariano Ribas

Cada año, decenas de cometas se pasean por los cielos de la Tierra. Y sin embargo, ni nos damos cuenta: la mayoría son demasiado pálidos para verlos a ojo desnudo. Con suerte, uno por año llega a ser lo suficientemente brillante como para apreciarlo sin la ayuda de binoculares y telescopios. Pero los grandes cometas (ver recuadro) son mucho más raros: en promedio, aparecen una vez por década. Y a veces, ni siquiera. En estos momentos, la comunidad astronómica, tanto profesional como amateur, cuenta impacientemente los días que nos separan de la esperadísima visita del “Cometa ISON”, que ya puede verse con pequeños telescopios en la madrugada (en plena constelación de Leo), y que dentro de unas pocas semanas podría convertirse (ojalá) en toda una sensación astronómica. Es un buen momento, entonces, para recordar los Grandes Cometas (así, con mayúscula) de las últimas décadas. Y también, conocer los detalles del que, ahora mismo, aspira a sumarse a esa selecta colección de maravillas celestiales. Aquí vamos...

IKEYA-SEKI (1965): EL COLOSO DEL SIGLO XX

El 8 de septiembre de 1965, y con una diferencia de apenas 5 minutos, los japoneses Kaoru Ikeya y Tsutomu Seki descubrieron un cometa que, al mes siguiente, se convertiría en el más brillante de todo el siglo XX. Y que, a la vez, les daría fama mundial a estos dos incansables astrónomos amateurs (al día de hoy, con 70 y 82 años, ambos siguen en plena actividad). A poco del hallazgo, los científicos ya sabían que en poco más de un mes, el Ikeya-Seki no sólo era un integrante de la familia Kreutz, de cometas rasantes al Sol, sino que, además, en su perihelio pasaría peligrosamente cerca de nuestra estrella.

Y así fue: el 21 de octubre, el cometa pasó a unos míseros 120 mil kilómetros de la ardiente superficie solar. Soportando una temperatura de varios miles de grados, el núcleo del Ikeya-Seki sublimó sus materiales helados a un ritmo extraordinario, liberando brutales chorros de gas y polvo que, a su vez, reflejaban la luz solar, cual si fueran espejos vaporosos. Ese día, la cabeza del cometa alcanzó una magnitud visual de -15. Lo que en buen criollo significa unas 10 veces más brillante que la Luna Llena (cuya magnitud visual es de -12). A punto tal, que se lo pudo ver a simple vista al lado del Sol (justamente, porque allí estaba). El precio de semejante osadía fue muy alto para el cometa: su núcleo se partió en 3 fragmentos (y eso tuvo mucho que ver con su extraordinaria actividad y luminosidad). Hecho pedazos y todo, siguió su marcha. Y unos días más tarde, ya más alejado del Sol, el Gran Cometa Ikeya-Seki hizo su entrada triunfal en el cielo del amanecer, desplegando, durante el crepúsculo, una cola de unos 50 grados de largo. Ahí está la foto de aquella inolvidable “aguja de plata”.

BENNET (1970)

Cuatro años más tarde de la legendaria aparición del Ikeya-Seki, otro astrónomo amateur descubría un nuevo cometa que también pasaría a la historia. El 28 de diciembre de 1969, mientras exploraba con su telescopio la constelación austral del Tucán desde Sudáfrica, John C. Bennet tropezó con una manchita de luz de magnitud 8 (es decir, unas 6 veces más pálida que las estrellas más tenues que podemos ver a simple vista). Pero era tan sólo el comienzo: durante el verano de 1970, el cometa fue achicando distancias con respecto al Sol y la Tierra. Y empezó a verse a ojo desnudo en febrero. El 20 de marzo alcanzó su perihelio, y pocos días después, con una magnitud visual de 0 (similar a las de las estrellas más brillantes del cielo), se convirtió en una magnífica vista para los observadores del Hemisferio Norte, desplegando sus largas y complejas colas de gas y polvo, de 10 y 20 grados de largo, respectivamente. El show del Gran Cometa Bennet se extendió hasta mediados de abril de 1970. Esta foto es el recuerdo de un astro cuya órbita es tan enorme, que no volverá a acercarse al Sol (y a la Tierra) hasta el año 3650.

WEST (1976): EL COMETA ABANICO

Tras el resonante fiasco del cometa Kohoutek (1973) –apresuradamente anunciado, inclusive por astrónomos profesionales, como el “Cometa del Siglo”– no fue nada fácil levantar el interés de la opinión pública por los cometas. De hecho, pocos creían, realmente, que el hallazgo del danés Richard West –desde el Observatorio Europeo Austral (ESO) en Chile, a fines de 1975– fuese a convertirse en una nueva sensación cometaria. Pero alrededor del 25 de febrero de 1976, cuando alcanzó su perihelio (a sólo 30 millones de kilómetros del Sol), el cometa ya podía observarse fácilmente a simple vista en el crepúsculo del anochecer, sobre el horizonte del Oeste. Más aún: astrónomos aficionados de ambos hemisferios pudieron verlo, con simples binoculares, a plena luz del día. El Gran Cometa West, como ya se lo llamaba, alcanzó en aquellos días una magnitud visual de -3 (poco menos que el brillantísimo Venus). Pero lo mejor llegó a comienzos de marzo, cuando el cometa entró al cielo del amanecer, y dio un show tremendo en el cielo oriental: su “cabeza” dorada arrastraba una enorme cola de polvo, curva y estriada, en forma de abanico, y con al menos cinco componentes. Una compleja estructura de color blancoamarillento que superaba los 30 de largo. La gloriosa aparición del Gran Cometa West tuvo un alto precio: tal como revelaron los telescopios en aquellos días, el tremendo calor solar fragmentó su núcleo en 4 pedazos.

Al contemplar fotos como la que aquí compartimos, queda muy claro por qué la revista especializada Sky & Telescope lo definió como “una fantástica fuente de luz”. Y por qué todos los especialistas coinciden en que el West fue uno de los Grandes Cometas de las últimas décadas. Y uno de los 3 o 4 más impresionantes del siglo XX.

HYAKUTAKE (1996): EL DEDO DE DIOS

Hubo que esperar veinte años para que un nuevo Gran Cometa apareciera en los cielos de la Tierra. ¿Y el Halley, de 1986? No. En su última visita –y por culpa de las distancias y las posiciones relativas del cometa y de nuestro planeta– la más famosa de todas las “bolas de nieve sucias” dejó mucho que desear. Llegó a verse a simple vista, es cierto. Pero estuvo muy lejos de dar un show memorable, como en su anterior pasada, de 1910 (cuando pasó mucho más cerca de la Tierra). Y bien, es aquí donde aparece el cazacometas japonés Yuji Hyakutake, heredero, de algún modo, de sus “héroes” locales: Kaoru Ikeya y Tsutomu Seki. En la Navidad de 1995, Hyakutake descubrió un cometa... pero pasó sin pena ni gloria. Fue un cometa del montón (como tantos otros que, de a decenas por año, cruzan los cielos de la Tierra, y sólo quedan a tiro de los astrónomos aficionados). Lo curioso fue que apenas un mes más tarde, el 31 de enero de 1996, el paciente Yuji se despachó con otro cometa. Y ése si que fue “grande”...

Comenzó a verse a simple vista en las madrugadas de principios de marzo, y en ambos hemisferios. Y fue ganando brillo día a día, a medida que se acercaba a la Tierra. En la madrugada del 24 de marzo, por ejemplo, pudimos verlo maravillosamente bien desde Argentina: en lugares alejados de las ciudades, bajo cielos oscuros, el Gran Cometa Hyakutake parecía una lanza de luz, fina y fantasmal, de 30 de largo, con una enorme coma –la “cabeza” del cometa– ligeramente verdosa, de 1 de diámetro (el doble del tamaño aparente de la Luna). Esta foto, tomada aquel día, por quien esto escribe, es un recuerdo muy preciado. Al día siguiente, el Hyakutake alcanzó su mínima distancia a la Tierra: apenas 15 millones de kilómetros. Poquísimo. De hecho, fue el cometa que más cerca nos pasó desde 1556. Y en buena medida, por eso fue un grande en los cielos terrestres.

Tras su mayor acercamiento a la Tierra, el cometa inmediatamente pasó a ser un astro sólo visible desde el Hemisferio Norte. A fines de marzo y comienzos de abril de 1996, el Hyakutake desplegó una impresionante cola de casi 100 de longitud... ¡medio cielo! Entonces, más de un observador boreal recordó aquella antigua expresión, sólo reservada a los más grandes cometas de la historia: el “Dedo de Dios” asomaba en el cielo. Ante semejante prodigio celestial, el estadounidense John Bortle, uno de los expertos en cometas más prestigiosos del mundo, no dudó en definir al Hyakutake como “uno de los cometas más grandes del milenio”.

HALE-BOPP (1997): GRANDE Y REGORDETE

Créase o no, el Gran Cometa de 1997 fue descubierto antes que el Gran Cometa de 1996 (el Hyakutake). Durante la noche de 22 de julio de 1995, en Nuevo México, Estados Unidos, el astrónomo aficionado Alan Hale exploraba la zona de Sagitario con su telescopio. Y para su sorpresa, entre las estrellas detectó una manchita desconocida. Al mismo tiempo, en Arizona, Thomas Bopp veía lo mismo: era un lejano cometa que se acercaba hacia el Sol. Por eso, el Gran Cometa Hale-Bopp lleva el nombre de ambos. Pero alcanzó su momento culminante recién en marzo y abril de 1997, cuando adquirió un brillo de magnitud -0.5 (un poco más brillante que el Hyakutake). Pero, por entonces, no podía verse desde nuestro país. El Hale-Bopp lucía muy distinto al elongado Hyakutake. Fue un cometa “regordete” y sus dos colas –no tan largas– estaban bien diferenciadas: la de polvo era amarillenta, gruesa y curva; y la de gas, azulada y muy recta. Además, tenía un núcleo inusualmente grande: 40 kilómetros de diámetro, es decir, diez veces más que el núcleo de un cometa típico. De haber pasado tan cerca como el Hyakutake, el Hale-Bopp habría sido muchísimo más brillante (alcanzando, quizás, una magnitud visual de -6), y sus colas habrían abarcado todo el cielo.

MCNAUGHT (2007): EL ULTIMO GRANDE

En los primeros días de 2007, un cometa descubierto apenas unos meses antes se encendió en los cielos con una furia inusual. Ni su propio descubridor, el astrónomo australiano Robert McNaught, se imaginó que su criatura daría semejante espectáculo astronómico. A comienzos de enero, el Gran Cometa McNaught sólo podía verse desde el Hemisferio Norte, y en forma nada llamativa. Pero día a día se hizo más brillante. Y durante su perihelio, el sábado 13 de enero, observadores de todas partes del mundo –inclusive aquí, en Argentina– pudimos apreciarlo, en pleno día, a escasos 6 grados del Sol, con la ayuda de binoculares (y con todos los cuidados del caso). En ese momento, el McNaught alcanzó una impresionante magnitud visual de -5, o quizás, -6. Una barbaridad que no ocurría desde los tiempos del Ikeya-Seki.

Inmediatamente después, el McNaught entró en los anocheceres de nuestro hemisferio. Y desató la fiesta cometaria más grande que se recuerde en décadas, siendo fácilmente visible (con cola y todo) inclusive en ciudades tan iluminadas como Buenos Aires. En lugares oscuros, el cometa fue un verdadero monstruo: entre el 20 y el 24 de enero, su cola llegó a medir casi 40 grados de punta a punta. Fibrosa, desgarrada y completamente arqueada. Algo bastante parecido –y quizá superior aún– a aquel otro tremendo coloso, aparecido tres décadas antes: el Gran Cometa West. Y bien, ahí está la foto, en la tapa de esta edición cometaria de Futuro.

ISON: ¿EL PROXIMO GRANDE?

Ya han pasado casi siete años de la visita del Gran Cometa McNaught. Y tras haber disfrutado de algunos cometas bastante interesantes en estos últimos tiempos (como el Lovejoy, a fines de 2011, y el PanSTARSS, en marzo de este año). Ahora, todas las miradas están puestas en el cometa ISON (C/2012 S1), que a fines de noviembre tendrá un encuentro extremadamente cercano con el Sol. Si bien es muy difícil hacer pronósticos cuando de cometas se trata, hay buenas razones para pensar que, dentro de un mes, podríamos volver a disfrutar de un nuevo Gran Cometa en nuestros cielos (ver nota aparte). Por lo pronto, en estos días, y poco antes del amanecer, el ISON ya es fácilmente observable con pequeños telescopios. Y si nada raro ocurre, todo indica que a mediados de noviembre ya podríamos verlo con binoculares (y quizás, a simple vista), mientras nos preparamos para lo que, dos o tres semanas mas tarde, podría ser un fenómeno memorable. Ojalá que de aquí a unos años, al echar una mirada al pasado, podamos agregar un nuevo personaje a la selecta lista de los Grandes Cometas de la historia.

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