CASI UN NOBEL EN PROLIFERACIóN CELULAR
Personaje casi mitológico, mitad prócer histórico y mitad animal de laboratorio, el fisiólogo Salvador Moncada –del Caribe a las realezas europeas– cuenta sobre su actual foco de interés: la proliferación celular, que guiaría en los próximos años las investigaciones sobre cáncer y regeneración de tejidos. Y habla sobre la ciencia en Latinoamérica, (todavía) en primera persona.
› Por Marcelo Rodríguez
Se usa evaluar la relevancia de un científico contando cuántas veces lo citan sus colegas en publicaciones con referato. Así, la consultora Thomson ICI ubicaba en 2003 al fisiólogo Salvador Moncada en el segundo lugar entre los científicos más influyentes de las dos últimas décadas.
Moncada integra la Royal Society de Londres y publicó más de 600 papers. Quienes saben de él aseguran que el Nobel se le escurrió entre los dedos al menos tres veces. La primera fue en 1992, cuando los convencionalismos del caso hicieron que el galardón recayera en su jefe, Robert Vane, y otros dos bioquímicos, por el descubrimiento de las prostaglandinas, mediadores del organismo en los procesos de inflamación y dolor.
El segundo Nobel de Medicina y Fisiología que esquivó a Salvador Moncada –médico nacido en Tegucigalpa (Honduras) en 1944, nombrado caballero (Sir) de la corona británica, y a la sazón príncipe consorte de la casa real belga– fue el de 1998, cuando los estadounidenses Robert Furchgott, Louis Ignarro y Ferid Murad recibieron el codiciado galardón por sus investigaciones sobre el papel del óxido nítrico en el aparato cardiovascular. ¿No fue Moncada el descubridor de la función del óxido nítrico en la química biológica?, se preguntaron muchos de los que estaban en el tema, que redundó en el de-sarrollo de nuevos betabloqueantes como el nebivolol o el carbedilol para tratar la hipertensión y las enfermedades del corazón, o de drogas como el sildenafil (el “Viagra”), que revolucionó la capacidad sexual del varón y permite tratar una enfermedad mortal como la hipertensión pulmonar. Lo dijo el doctor Alberto Boveris, decano de la Facultad de Farmacia y Bioquímica (FFyB) de la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde el pasado 6 de noviembre, a su paso por la Argentina, se le entregó a Salvador Moncada el título de Doctor Honoris Causa.
Agrandando el mito, Boveris también contó que Moncada fue quien le sugirió a un tal Fidel Castro desarrollar la medicina en Cuba, allá por los ’60. Que fue un entusiasta de la medicina social en su país natal, en México y en El Salvador, y que muchos años después, ya como docente investigador del University College London, comenzó a conversar con una muchacha que resultó ser la princesa María Esmeralda de Bélgica, y como consecuencia hoy llevan su apellido los príncipes Alexandra y Leopoldo. Y que, por si fuese poco, le debemos el saber que los antiagregantes plaquetarios en bajas dosis (la “media aspirina diaria”) pueden prevenir infartos.
La más reciente escabullida del Nobel de sus manos fue en 2013: la decisión de la Academia Sueca de premiar a Scheckman, Rothman y Stidhof por el transporte y consumo de energía dentro de las células y el papel de las mitocondrias (pequeñas organelas encargadas del metabolismo celular) fue un nuevo “reconocimiento indirecto” a la importancia de los trabajos de Salvador Moncada en esa área en la que trabajó hasta hace poco.
–El metabolismo de la proliferación celular, un tema en donde caímos por casualidad hace unos cuantos años, y en el que ahora estamos. Buscamos saber cómo se alimentan las células cuando se dividen. Se sabía que aumentan su utilización de glucosa 8 o 10 veces por encima de lo normal, y aumentan la utilización de glutamina 8 o 10 veces al mismo tiempo, pero no se sabía qué es lo que la célula está haciendo con eso para ser dos.
–Lo que hemos encontrado es que las células, cuando toman la decisión de dividirse y ponen en ejecución su programa genético para hacerlo, ponen al mismo tiempo a funcionar un programa metabólico que apoya ese proceso, de tal manera que la célula no se muere de hambre cuando se está dividiendo, sino que está alimentándose activamente para producir otra célula. Y lo más interesante es que no come de todo todo el tiempo, sino que lo hace selectivamente. Según el momento del proceso en que se encuentre, parece que la célula toma distintos tipos de sustratos para hacer diferentes cosas en cada paso de la división celular. Y esto es lo que se va a investigar en los próximos años.
–Bueno, es lo que hemos estado investigando, salteando algunas etapas. Y lo que pasa es que el proceso se interrumpe. Hay puntos críticos del proceso donde si se quita el sustrato o, como decimos en biología molecular, si se silencia una de las enzimas encargadas de ese punto, la célula no puede seguir dividiéndose. En algunos casos eso implica la muerte de la célula y en otros no: entra en un estado de quiescencia.
–Esa es la gran pregunta. Las células tumorales proliferan mucho y en forma desordenada, y se piensa que podría atacarse ese crecimiento cortándoles el metabolismo. Entonces, si encontramos que tanto las células cancerosas como las normales se dividen por los mismos mecanismos, no podremos hacer nada; si encontramos distintos mecanismos que nos permitan pensar en una acción selectiva de las células cancerosas, podríamos detener su proliferación sin alterar la de las células normales. Es lo que nos gustaría poder hacer, pero estamos a varios años de eso.
–Por el momento, no existe ninguna señal de que las células cancerosas sean distintas (en su forma de reproducirse y alimentarse). Pero esto recién comienza.
–Creo que en todos los procesos proliferativos. Si logramos controlar la proliferación celular, podríamos controlar otros fenómenos como el desarrollo de la placa aterosclerótica. La otra vuelta de la moneda sería la regeneración de tejidos: si podemos controlar la proliferación de tejidos, podemos pararla o activarla. Pero yo en general rehúso entrar en esas especulaciones, porque todavía estamos muy lejos.
–Lo único que hemos hecho hasta ahora es abrir la puerta y mirar. En su momento a Faraday le preguntaron cuál podía ser la utilidad de sus experimentos sobre la electricidad, y dijo que no tenía ni idea... Lo mismo (César) Milstein cuando descubrió los anticuerpos monoclonales, aunque Milstein escribió una carta al Medical Research Council pidiendo que patentaran el descubrimiento, pero no le hicieron caso. Hoy hay unos 300 anticuerpos monoclonales en desarrollo, sólo para cáncer.
–Bueno, en esa pregunta se mezclan varias cosas. Obviamente que lo que quiero es que mi investigación tenga un resultado práctico en el área de la salud, pero lo que a mí me gusta es hacer preguntas, y es a lo que me he dedicado toda la vida. Es una manera de hacer investigación; me aburre mucho estar repitiendo experimentos que otros ya han hecho. Me gusta hacer lo primero de una serie, después ya me aburro y empiezo a mirar para otro lado.
–Mal, en general. Hay muchísima gente con talento pero trabajan estrangulados porque no hay suficiente inversión, ni infraestructura, ni prioridad puesta en la investigación. Creo que inversiones del 1 por ciento del Producto Bruto son bajísimas, cuando hay países más grandes que invierten 2 por ciento o más en investigación. Hay excepciones, como Brasil, que está empezando a invertir, o Cuba, donde la biotecnología ha sido vista como una fuente de desarrollo. Y ha habido grupos de investigación que son punteros, pero nunca hemos creado una tradición en investigación, porque no hay apoyo permanente. Un gobierno crea un ministerio de Ciencia y tecnología, y el siguiente lo cierra, o lo reabre con otro nombre. Y la ciencia necesita continuidad, si no, se rompe. Tampoco hay una industria demandando resultados (de la ciencia) para crecer, como en los países centrales, donde hay mucha inversión privada en ciencia, mientras que en nuestros países se limita a la estatal.
Agradecemos la gestión de esta entrevista a la Sociedad Argentina de Hipertensión Arterial y a los Dres. Felipe Inserra, Cristina Arranz, Angeles Costa y Mariela Gironacci.
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