Sáb 15.03.2014
futuro

LIBROS Y PUBLICACIONES: ADELANTO

Los obreros de los bits

A continuación, en adelanto especial para Futuro, un fragmento del primer capítulo “El trabajo informacional y el sector información. Diez aproximaciones a los procesos productivos del capitalismo informacional”, del libro de Mariano Zukerfeld, nuevo ejemplar de la Editorial Universidad Nacional de Quilmes.

Desde algún momento de la segunda mitad del siglo XX, quizá desde mediados de la década de 1970, el sistema capitalista mundial exhibe de manera nítida un conjunto de profundas transformaciones. Junto con ellas, van ganando visibilidad aparatos conceptuales destinados a interpretarlas. De manera tímida, primero, y abrumadora, después, comienzan a surgir nombres para la nueva etapa. Nombres sumamente dispares en cuanto a la sistematicidad de las formulaciones que los sustentan, a las vocaciones políticas que los insuflan y, especialmente, a los aspectos del nuevo período que enfatizan. Pero a partir de mediados de la década de 1990 se estabiliza como hegemónica la perspectiva asociada a una noción: la de “sociedad del conocimiento”. Y lo hace al menos en cuatro campos semánticos decisivos: los de la economía, los medios de comunicación, los organismos internacionales y las políticas públicas.

No es nuestra intención caracterizar tal noción y repasar las cuantiosas críticas que merece. Basta mencionar que algunas de ellas se desprenden del violento carácter ideológico –en el sentido más tosco del término– que la anima: en cualquiera de sus versiones oculta la especificidad capitalista de la etapa actual, naturalizando una circunstancia histórica y silenciando los conflictos que la constituyen. A su vez, al definir la presente etapa en relación con la centralidad económica asumida por el conocimiento, permanece ciega a que todas y cada una de las formas de organización productiva a lo largo de la historia de la humanidad podrían caracterizarse de ese modo.

Que en los últimos años se haya comenzado a prestar atención al rol que ocupa el conocimiento en los procesos productivos no quiere decir que la eficacia empírica de éste se haya puesto en marcha al compás de ese interés. En la agricultura neolítica, el artesanado medieval o la fábrica fordista, el conocimiento jugaba un rol exactamente tan importante como el que se le concede en la actualidad. Para decirlo de manera simplificada, una de las limitaciones usuales (que continúa una tendencia que viene desde Marx y los economistas neoclásicos) es la de soslayar la importancia de los infinitos conocimientos que subyacen a los procesos productivos manuales, reiterativos o físicos. Las manos hábiles del albañil, la cocinera o el músico no tienen otro timón que el enorme conjunto de saberes hechos carne con los años de labor. De hecho, detrás de la apariencia cosificada de las herramientas, sean estas palas, ollas o pianos, no sólo se esconde el trabajo que las produjo –y que los marxistas saben reconocer–, también lo hacen, a través de él, astronómicas e ignoradas cantidades de conocimientos colectivos.

Esto nos lleva a otra limitación de nociones como “sociedad del conocimiento”, que es la causa de la anterior: no conceptualiza con claridad al conocimiento interviniente en los procesos productivos ni sistematiza los diversos tipos que presenta. Se habla del conocimiento como un ente único y homogéneo, sin distinguir sus variedades y, por ende, sin ver que lo novedoso de la presente etapa es el rol que asumen algunos tipos de conocimiento muy particulares. Para intentar superar esas limitaciones nos propusimos a tres operaciones: 1) distinguir las formas novedosas de conocimiento que entendemos caracterizan al período actual; 2) sistematizar las formas restantes, cuya relevancia para el sistema no es menor por no ser nuevas, y 3) analizar la relación entre una y otras. Para eso presentamos resumidamente una perspectiva que en otros trabajos hemos denominado “materialismo cognitivo” (Zukerfeld, 2010a, vol. I).

Proponemos conceptualizar al conocimiento en su calidad de insumo productivo –en el sentido más amplio posible de este último término– como un tipo de ente que tiene la característica distintiva de que su uso no lo consume, no lo desgasta. Por caso, mientras cualquier rueda en particular tiene una vida útil inexorablemente ligada a la magnitud del uso que se le dé, la idea de rueda (una forma de conocimiento) puede usarse infinitamente sin que su utilidad merme. Llamamos a este rasgo distintivo expansibilidad (Foray, 2004) o perennidad del conocimiento. El desgaste, así, opera sobre los soportes del conocimiento –sobre el objeto que llamamos rueda, sobre el libro en el que el diseño de la rueda ha sido codificado, sobre la mente de los individuos que atesoran tal idea, etc.– y no sobre el conocimiento mismo. Esta idea de soporte, implícita en la noción de perennidad del conocimiento, nos lleva a realizar tres consideraciones. En primer lugar, salta a la vista que el conocimiento sólo puede existir apoyado en algún tipo de soporte. No existe la idea de rueda sin asiento en la conciencia subjetiva del artefacto giratorio o la representación codificada. De modo que el soporte, en tanto forma corrompible de un contenido perenne, es un mal necesario. En segundo lugar, resulta evidente que el soporte de cualquier conocimiento determina varias de las propiedades que tal conocimiento asume. En este sentido, y siguiendo con el mismo ejemplo, que la idea de rueda exista subjetivamente como representación mental individual, como objetivación en un artefacto determinado o como codificación en un texto, confiere a ese conocimiento posibilidades muy disímiles de, por caso, difundirse, ser considerado eficaz o caer en el olvido. Finalmente, y como consecuencia de lo anterior, parece conducente utilizar los soportes como línea divisoria para conformar una tipología de los conocimientos. En cierta medida, pueden verse los distintos tipos como diferentes niveles de agregación del conocimiento, que interactúan entre sí de manera no necesariamente jerárquica o evolutiva. De modo que (...), aunque el sector información y del trabajo informacional (con otros nombres y desde marcos teóricos diversos del de este texto) están siendo rumiados por algunos sistemas estadísticos y autores alrededor del mundo, la tarea dista de haberse completado. Sin embargo, la estabilización de esos conceptos y su mensura sistemática son pasos ineludibles para la posterior regulación estatal de esta decisiva esfera de la actividad económica. La vacancia normativa y, peor aún, el gesto ausente de los actores relevantes es un problema de proporciones considerables. Esto no es azaroso: los discursos basados en la insostenible noción de sociedad del conocimiento, hijos del sueño neoliberal, han oscurecido la posibilidad de acometer estas tareas, describiendo un cielo digital allí donde hay un heterogéneo purgatorio. Desafortunadamente, como suele ocurrir con las ideologías exitosas, quienes se proclaman adversarios de tal sueño han sido ganados involuntariamente por muchas de sus ideas. Este libro debería contribuir a poner sobre la mesa de los actores políticos, sindicales, educativos y, ciertamente, académicos, el debate urgente respecto de las instituciones que el sector información y el trabajo informacional requieren.

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