Sábado, 29 de marzo de 2014 | Hoy
El Telescopio Kepler, que lleva el nombre del gran astrónomo alemán que formuló las venerables leyes del movimiento planetario en el siglo XVII, se ubica como el más exitoso “cazador” de exoplanetas de todos los tiempos.
Por Mariano Ribas
Tiene el tamaño de un auto grande, y como todo telescopio reflector, su corazón es un espejo circular aluminizado (en este caso de 95 centímetros de diámetro). Un súper ojo equipado con cámaras CCD de altísima sensibilidad, y otros instrumentos muy finos que, desde el comienzo de su misión, le permitieron medir caídas de brillo estelar –desde nuestra visual– del orden de 1 en 50 mil. O incluso menos. Lo suficiente como para haber detectado –miles de veces– los mini eclipses o “tránsitos” de exoplanetas por delante de sus estrellas. Esos mismos tránsitos que, una vez confirmados y estudiados en detalle, dieron lugar al reciente y tan resonante anuncio de cientos de nuevos mundos lejanos.
Con un costo estimado en el orden de los 600 millones de dólares, el Kepler fue lanzado al espacio el 7 de marzo de 2009, desde Cabo Cañaveral, Florida. Una hora después de su impecable despegue, a bordo de un cohete Delta II, el nuevo observatorio de la NASA se colocaba en órbita alrededor del Sol, a unos 1500 kilómetros de la Tierra. Pero con el correr de las semanas, fue abriendo esa brecha con respecto a nuestro planeta. Y no por casualidad, sino de forma completamente deliberada: lejos de nuestro planeta, el Kepler podía tener una visión completamente libre de obstáculos. Algo esencial para cumplir con su objetivo: observar, en forma ininterrumpida, una región estelar muy rica (y relativamente cercana) de la Vía Láctea, ubicada visualmente en dirección a las constelaciones boreales de Cygnus y Lyra. Un parche de cielo bien delimitado, de 105 grados cuadrados (poco más que el área que ocupa un puño extendido hacia el cielo). Allí es donde el Telescopio Kepler clavó su aguda mirada en los cuatro años que ha durado su misión primaria. En ese lapso, monitoreó continuamente a unas 150 mil estrellas especialmente seleccionadas. Soles de todo tipo, desde modestas “enanas rojas” (el tipo de estrellas más abundante del universo), pasando por estrellas parecidas al Sol, y otras mucho más grandes, masivas, calientes y luminosas.
¿Por qué observar a tantas estrellas a la vez? La respuesta tiene que ver, justamente, con el método de detección de planetas extrasolares que utiliza el Kepler: la eventual observación y medición de tránsitos. Las chances de que un planeta desfile delante de su estrella, desde nuestra visual, son bastante bajas. Por eso, para observar unos pocos tránsitos extrasolares, hay que mirar muchísimas estrellas. La intensidad de esos mini eclipses (teniendo en cuenta estimaciones previas del tamaño de las estrellas en cuestión, algo que a su vez se deduce de su color, temperatura y luminosidad) permitieron calcular con bastante precisión el diámetro de los planetas que las orbitan. Y los diámetros, cotejados con las masas –aportadas por otros telescopios, mediante la técnica de “movimiento radial”– revelaron las densidades de aquellos mundos lejanos. Tamaño, masa, densidad... esas son, esencialmente, las claves para deducir, desde tan lejos, si se trata de planetas gaseosos, o bien, rocoso-metálicos, como la Tierra. Que es, en definitiva, lo que más importa: al fin de cuentas, el eslogan de la misión Kepler es “en búsqueda de planetas terrestres”.
¿Y... los encontró? No aún. Pero hay que tener en cuenta que los científicos de la misión apenas han examinado en detalle una parte del legado del Kepler (ver nota principal). Y que, de lo medianamente observado, hay casi 4000 exoplanetas “candidatos” por verificar y caracterizar. Allí pueden esconderse algunas sorpresas, sin dudas. Finalmente, con respecto a la lista oficial de hallazgos de este telescopio de la NASA, formada por 961 casos confirmadísimos, allí hay unos cuantos exoplanetas que se nos acercan bastante. Entre los más notables están Kepler-22b, un planeta de poco más del doble del diámetro terrestre (quizá demasiado grande para ser rocoso-metálico), y especialmente Kepler-62-f, apenas un 40 por ciento mayor que la Tierra (y con más chances de ser un planeta sólido). Ambos están en la “zona habitable” de sus respectivos sistemas. A estos dos mundos lejanos, que ya se conocían antes del multitudinario anuncio de hace unas semanas, ahora se le suman otros similares: Kepler-174 d, Kepler-296 f, Kepler-298 d y Kepler-309 c. Todos con el doble o poco más del diámetro de nuestro planeta. Y todos, también, en “zonas habitables”. Este tipo de planetas extrasolares suelen llamarse Súper Tierras. Pero, también, el Kepler ha tenido la sensibilidad suficiente como para detectar los minúsculos tránsitos de mundos del tamaño de Venus, Marte, o incluso, de Mercurio. Quizás, estas detecciones, ya confirmadas, sean la antesala de otras por confirmar. Y ojalá que, esta vez, sea lo que todos tanto esperamos.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.