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Sábado, 19 de julio de 2014

MAñANA SE CUMPLEN 45 AñOS DE LA LLEGADA DEL HOMBRE A LA LUNA

El viaje de los viajes

Hace 45 años, el planeta entero se paralizó: el 20 de julio de 1969, todos los ojos, todos los oídos y todos los pensamientos estuvieron puestos en lo que ocurría en una llanura volcánica de la Luna: el “Mar de la Tranquilidad”. La humanidad entera estuvo conectada por un hilo invisible que atravesó fronteras, banderas, culturas e ideologías. Y no era para menos: por primera vez, la especie humana daba sus primeros pasos fuera de la Tierra. Al cumplirse un nuevo aniversario de la gesta del Apolo XI, recordamos el viaje de los viajes...

 Por Mariano Ribas

ANTECEDENTES DE LA HAZAÑA

La Era Espacial arrancó con una ráfaga de hazañas soviéticas: el primer satélite (el Sputnik, 1957), el primer ser vivo en el espacio (la perrita Laika, el mismo año), y, por supuesto, el primer cosmonauta (Yuri Gagarin, 1961). Ante semejante avanzada, y en plena Guerra Fría, Estados Unidos y su flamante agencia espacial, la NASA, buscaron ganar de un golpe el terreno perdido: en mayo de 1961, J. F. Kennedy anunció el objetivo nacional de enviar astronautas a la Luna “antes del fin de la década”.

La NASA puso manos a la obra, con un plan largo, complejo y ordenado. El primer paso fue el Proyecto Mercury, un programa espacial que, entre 1962 y 1963, puso varios astronautas en órbita terrestre (entre ellos, el famoso John Glenn). Poco más tarde vio la luz el Proyecto Gemini, que incluía, entre otras mejoras, cápsulas para dos astronautas. Luego de dos ensayos sin tripulación, en marzo de 1965, el cohete Titán II puso en órbita a Gus Grissom y a John Young. Tres meses más tarde, durante una misión orbital de 4 días, Edward White salió de su cápsula, y realizó una “caminata espacial” (algo que ya habían hecho los soviéticos). A fines de 1966, tras ocho misiones más, el exitoso Proyecto Gemini se dio por concluido.

Mientras entrenaba astronautas, y probaba cohetes y cápsulas, la NASA también encaró tres programas de exploración lunar con naves robot: las sondas orbitales Ranger y Lunar Orbiter, y las Surveyor, cuyas misiones 1 y 3 alunizaron exitosamente, tomaron miles de fotos, y midieron la composición y solidez del suelo selenita. Con más éxitos que fracasos, estas máquinas trazaron un perfil muy completo de nuestro satélite. El viaje de los viajes estaba mucho más cerca.

PROYECTO APOLO

Hablar de la llegada del Hombre a la Luna es hablar del Proyecto Apolo. Un punto culminante al que no se hubiera llegado sin todo lo anterior. El nuevo programa espacial de la NASA enfrentaba el mayor de los desa-fíos: llevar astronautas a la Luna, y traerlos sanos y salvos a la Tierra. Por empezar, hacía falta un nuevo cohete. Más potente y más confiable que los anteriores. Después de varios ensayos, salió a la luz al monumental Saturno V, un monstruo de más de 100 metros de alto, dividido en tres “etapas”. Las dos primeras eran potentísimos motores –alimentados con hidrógeno y oxígeno líquidos– destinados a vencer la gravedad terrestre y ponerse en ruta hacia la Luna. La tercera etapa del cohete era la que llevaría a los astronautas: era la verdadera nave. O más bien, las naves: un “Módulo de Servicio” (con oxígeno, combustible y cohetes de maniobra), un “Módulo de Comando” (donde viajarían tres astronautas), y finalmente, el “Módulo Lunar” (el aparato que alunizaría).

Pero el Proyecto Apolo comenzó de la peor manera: el 27 de enero de 1967, el Apolo 1 se incendió en la rampa de lanzamiento del Centro Espacial Kennedy. Y sus tres astronautas (Grissom, White y Chaffee) murieron asfixiados dentro de la cápsula. El golpe fue durísimo. La NASA y la opinión pública en general recién se recuperaron con el éxito del Apolo VIII: en diciembre de 1968, sus tres astronautas (Borman, Lovell y Anders) fueron los primeros que escaparon a la gravedad terrestre, y viajaron hacia la Luna. No bajaron, es cierto, pero dieron 10 vueltas a nuestro satélite. Además, en el viaje de ida, la tripulación apuntó una cámara de televisión hacia la Tierra: por primera vez, la humanidad vio a su planeta bien a la distancia. Los Apolo 9 y 10 fueron más allá, al practicar las complejas maniobras con los módulos. Había experiencia. Había naves y cohetes. Y ya había tres astronautas muy ansiosos por subirse al próximo Apolo: Neil Armstrong, Edwin “Buzz” Aldrin y Michael Collins.

DE LA TIERRA A LA LUNA

El Apolo 11 despegó desde el Complejo de Lanzamiento (LC) 39A de Cabo Kennedy, Florida, a las 9.32 de la mañana (hora local) del 16 de julio de 1969. Armstrong, Aldrin y Collins, sentados boca arriba en la cápsula que remataba al poderosísimo Saturno V, sintieron que tenían un volcán a sus espaldas. Para escapar al tirón de la gravedad terrestre, la tremenda maquina devoraba 15 toneladas de combustible por segundo. Y su tremendo rugir se oía a kilómetros de distancia. Noventa segundos después del despegue, la primera etapa del Saturno V se desprendió, y cayó hacia la Tierra. Lo mismo ocurrió minutos más tarde con el segundo tramo. Ya en el espacio, la tercera etapa –con los tres astronautas– entró en órbita terrestre. Y toda la misión pasó a ser controlada desde Houston.

Durante 3 horas, en la llamada “órbita de aparcamiento”, los viajeros chequearon los equipos y se prepararon para lo que vendría: al completar la segunda vuelta a la Tierra, el Apolo 11 puso la proa hacia la Luna. Y luego de tres días, entró en órbita. Después de dar varias vueltas a nuestro satélite, realizando delicadas maniobras, Armstrong y Aldrin se pasaron del Columbia (el “Modulo de Comando”), al Eagle (“Aguila”, el “Módulo Lunar”). Collins –a bordo del Columbia– accionó el mecanismo de separación de ambas naves. Y sus dos compañeros iniciaron el descenso final.

“Un salto gigantesco para la humanidad”

“Houston... aquí base Tranquilidad, el Aguila ha alunizado...”

Las palabras de Neil Armstrong fueron recibidas con gritos, aplausos y llantos de alivio en el control de la misión. Eran las 15.17 del 20 de julio de 1969 (16.17 hora argentina). Con el combustible al límite, y a sólo 40 metros de un gran cráter –esquivado con una maniobra de último momento–, el Eagle se posó en el “Mar de la Tranquilidad”, una enorme llanura volcánica, al norte al ecuador selenita. Antes de bajar, Armstrong y Aldrin descansaron, comieron, recibieron instrucciones y chequearon los sistemas de a bordo. Finalmente, Armstrong abrió la escotilla, se asomó, encendió una cámara de televisión, y mientras bajaba lentamente por la escalerita del Eagle, dijo su célebre: “Un pequeño paso para un hombre, un salto gigantesco para la humanidad”. A las 22.56 de aquel 20 de julio de 1969 (hora de Houston, 23.56 hora argentina), el Hombre pisaba la Luna por primera vez.

Bajo un cielo negro, con sol y estrellas al mismo tiempo (por la ausencia de atmósfera), el comandante del Apolo 11 dio sus primeros pasos en un suelo gris, rocoso y polvoriento. Pasos dificultosos, por cierto: no sólo por lo incómodo de su enorme traje de astronauta sino también por la rara experiencia de la débil gravedad lunar (un sexto de la terrestre). Minutos más tarde, bajó Aldrin. Y juntos contemplaron aquel paisaje extraterrestre, desolado, mudo, y de un triste color ceniza. Pero extrañamente bello. El segundo hombre que pisó la Luna, lo definió maravillosamente: “Bonito... bonito... una magnífica desolación”.

CAMINANDO SOBRE LA LUNA

Tras clavar la bandera de Estados Unidos, y conversar brevemente (por radio) con el presidente Richard Nixon, Armstrong y Aldrin iniciaron su trabajo científico: tomaron fotos, colocaron una cámara de televisión, juntaron más de 20 kilogramos de rocas y polvo lunar, y desplegaron varios instrumentos (un sensor de “viento solar”, un sismógrafo y un retrorreflector). También hubo momentos especialmente simbólicos: los dos astronautas leyeron, en voz alta, una placa metálica anexada a una de las patas del Eagle: “Aquí, hombres procedentes del planeta Tierra pisaron por primera vez la Luna en julio de 1969 d.C. Vinimos en son de paz en nombre de toda la humanidad”. Armstrong y Collins también dejaron en suelo lunar un disco grabado con mensajes y saludos en distintos idiomas, medallas enviadas por las familias de Yuri Gagarin y otros cosmonautas, e insignias recordatorias de los astronautas fallecidos en la tragedia del Apolo 1.

Mientras tanto, Michael Collins, a bordo del Columbia, orbitaba a la Luna a 112 kilómetros de altura. Y experimentando la más profunda de las soledades que ser humano alguno haya vivido, esperaba el regreso de sus compañeros.

Luego de 150 minutos de caminatas lunares, y tras de disfrutar de la primera “siesta” extraterrestre de la historia, Armstrong y Aldrin despegaron de la Luna a bordo del tramo superior del Eagle. Y poco más tarde se reencontraron en órbita con Collins, iniciando el regreso a casa. En la mañana del 24 de julio de 1969, los tres héroes amerizaron –paracaídas mediante– en el Océano Pacífico. De punta a punta, el primer viaje tripulado a la Luna había durado 8 días y 3 horas.

El Apolo 11 fue el primer desembarco humano en la Luna. Pero no fue el único: le siguieron los Apolo 12, 14, 15, 16, y por último, en diciembre de 1972, el Apolo 17. Sí, a menudo suele olvidarse, pero hubo seis viajes a la Luna. Y fueron doce los astronautas que caminaron por su superficie. Pero, lógicamente, el impacto de aquel primer viaje fue absolutamente extraordinario. El 20 de julio de 1969, gracias a la televisión, la radio, y los diarios, toda la humanidad estuvo en vilo, pendiente de un mismo hecho. Y ese hecho no fue una guerra, un desastre natural, ni un megaatentado. Por el contrario, fue un hecho profundamente feliz y positivo. Fue el viaje de los viajes. Nuestra mayor aventura como especie: hace 45 años caminamos por primera vez en otro mundo.

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Los astronautas del Apolo XI: Neil Armstrong, Michael Collins y Edwin Aldrin.
 
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