DIáLOGO CON EL DOCTOR JOSé LUIS LANATA, INVESTIGADOR DEL CONICET
La Patagonia, esa estepa de pastizales infinitos, tiene mucho para decir sobre la evolución humana. Se trata de un territorio muy parecido al ambiente en el que unos primates aventureros comenzaron a caminar en dos patas, hace unos seis millones de años.
› Por Martín Cagliani
Imagínense de pie, rodeados de un pastizal que les llega hasta la cintura. Miran hacia delante y no ven nada más que pastizales hasta el horizonte. Hacia los lados, y atrás, tienen la misma visión, sólo interrumpida aquí y allá con algunos árboles bajos. Ahora imaginemos que tenemos una máquina del tiempo a nuestra disposición, y viajamos 200 mil años al pasado. Veríamos que esa persona rodeada de pastizales es uno de los primeros Homo sapiens, y que está parada en lo que se conoce como la sabana africana.
Este tipo de ecosistema se cree que apareció en las regiones tropicales y subtropicales africanas hace unos 6 millones de años. Con el paso del tiempo fueron ganando terreno por sobre la selva y el bosque, y posibilitaron que una extraña adaptación entre los primates se volviese cada vez más eficiente: el andar bípedo.
Los primates que comenzaron a caminar en dos patas de forma habitual lo hicieron como una adaptación a poder explotar un ecosistema diferente: el que estaba más allá de los bosques. Muchos primates actuales pueden andar en dos patas, pero de una forma tosca, ineficiente y cansadora. Recién hace unos 2 millones de años, con la aparición del género humano, el andar bípedo logró una eficiencia similar a la actual, y fue con nuestro antepasado el Homo erectus.
Pero fue el Homo sapiens el que se transformó en un andador tan eficiente que puede caminar y correr durante horas sin sobrecalentarse, un problema típico de los mamíferos, y más si el ejercicio ocurre en la sabana, bajo la tórrida luz del sol subtropical. Así es que la clave para saber por qué somos el primate más raro y feo de la foto familiar está en conocer a fondo esos ambientes abiertos: las sabanas, planicies, praderas y estepas. Allí es donde entra la Patagonia.
La Patagonia enseña
Un proyecto ambicioso, financiado por la Academia Británica, tiene como objetivo estudiar esos ecosistemas abiertos en las principales regiones del planeta, no sólo para conocer el origen de nuestro linaje evolutivo, los primates bípedos, sino para entender los movimientos humanos, que partiendo de la Africa originaria terminaron por colonizar casi todo el planeta.
Una de esas regiones clave es la Patagonia. Aquí entran en acción los científicos argentinos que colaborarán con el proyecto dirigido por el inglés Robert Foley, del Leverhulme Centre for Human Evolutionary Studies, y por el argentino José Luis Lanata (foto), investigador del Conicet y director del Instituto de Investigaciones en Diversidad Cultural y Procesos de Cambio.
La etapa inicial del proyecto es comparar dos de los mayores ambientes abiertos del mundo: la sabana africana de Kenia y la estepa patagónica de la Argentina. Los científicos buscan explicar cómo las poblaciones de cazadores recolectores se adaptaron a esos ecosistemas, cómo lidiaron con los recursos, cómo lograron el acceso al agua, y cómo esa ecología jugó un papel crucial en la sociabilidad y la cultura humana.
Futuro pudo entrevistar a José Luis Lanata, para conversar sobre la importancia de este proyecto en relación con la historia de la humanidad.
–¿Por qué la estepa patagónica? ¿Qué tiene de atractivo?
–La estepa patagónica es básicamente un ambiente semidesértico que se caracteriza por una muy baja capacidad de sustento de poblaciones animales, vegetales y humanas. Y por lo tanto tiene una característica que atrae en el sentido de poder ver cómo cazadores recolectores pueden mantenerse a lo largo del tiempo. Desde el punto de vista demográfico, uno podría esperar grupos relativamente pequeños con una alta movilidad y con un aprovechamiento de los recursos alimentarios que varían en función de la disponibilidad. En la Patagonia lo que se encuentra es una diferencia estacional grande: mientras en verano es muy cálida, en invierno es muy fría. Cuando estamos hablando de los espacios abiertos, que es una de las ideas del proyecto, nos interesa comparar zonas con una baja capacidad de carga –como es la estepa patagónica– con espacios abiertos donde la capacidad de sustento parece ser un poco más alta. Así y todo, en algunos casos parece haber características de poblaciones cazadoras recolectoras con semejanzas. Somos conscientes de que estamos comparando espacios y tiempos que no son iguales, pero a lo mejor hay ciertas cosas que se mantienen estables, tácticas y estrategias adaptativas de las poblaciones humanas que son semejantes, y otras no.
–¿Qué aportaba este tipo de ambientes a nuestros antepasados?
–Básicamente, cuando uno observa desde el punto de vista evolutivo de nuestra especie y de nuestro género, se caracterizan por tener una diversidad de fauna muy concreta, y desde el punto de vista de nuestro género implica la adopción o la entrada a un tipo de ambiente en el cual nosotros empezamos a caminar de una manera diferente y a utilizar una serie de recursos totalmente distintos. Desde el punto de vista evolutivo, cuando nuestro género Homo, y cuando algunos de nuestros antecesores, como los Australopitecos, comienzan a explorar esos espacios abiertos, hay una serie de cambios fisiológicos que se relacionan con poder explorar este tipo de ambientes. Uno de esos cambios importantes tiene que ver con el andar bípedo. La posibilidad de andar bípedo durante una mayor cantidad de tiempo tiene una serie de ventajas que, por ejemplo, se relacionan con la cantidad de energía que se consume para explorar espacios. Eso va de la mano del comienzo de la ingesta de proteínas de origen animal, que se puede conseguir a través de dos clases de estrategias adaptativas. Una es la caza-recolección de animales pequeños, y también puede ser el carroñeo de otros animales que hayan sido cazados por otros carnívoros mayores. Las estrategias que implican cambiar a un andar bípedo, y una modificación en la dieta, están relacionadas con determinadas características que nos permiten explorar mucho más espacio en menos tiempo, con la misma cantidad de energía. Cuando otros primates, relacionados con nosotros o no, tienen dietas estrictamente vegetarianas, deben consumir mucho, durante mucho tiempo, porque los vegetales aportan una cantidad de energía que se consume rápidamente y necesitan más tiempo de procesado. La carne, ya sea a través de la carroña o de la caza, implica que en muy poca cantidad uno obtiene mucha energía que no necesita mucho tiempo de procesado en nuestro aparato digestivo. Eso se relaciona con una hipótesis de una antropóloga, Leslie Aiello, que sostiene que el desarrollo de nuestro cerebro tiene que ver con este paso de una ingesta abundante de vegetales, a una dieta mucho más mezclada con recursos cárnicos, que implica que hay una cantidad de energía libre en nuestro cuerpo. Hay dos aparatos en nuestro cuerpo que consumen energía en grandes cantidades: uno es el digestivo y el otro es el cerebro. En la medida en que se consume poca energía para procesar los alimentos por parte del aparato digestivo, lo que uno tiene es una cantidad de energía libre. Aiello lo que dice es que el órgano egoísta del cerebro absorbe esa energía que consumimos y que no es aprovechada por otros órganos, y eso es lo que va a desarrollar a nuestro cerebro de una forma diferencial. Esto tiene que ver con una función totalmente distinta de aquellas corrientes teóricas que decían que el desarrollo del cerebro tenía que ver con la construcción de herramientas. Desde ese punto de vista, los ambientes abiertos presentan una característica sumamente interesante para comprender por qué nuestros antepasados dejaron de vivir en ambientes boscosos o selváticos.
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