futuro

Sábado, 15 de febrero de 2003

TAXONOMIA: NUEVO SISTEMA DE CLASIFICACION

El código animal

Por Federico Kukso

Ordenar es conocer. En particular, si lo que se trata de conocer es la totalidad de las especies del planeta. Aunque pretenciosa, ésa es la tarea de la taxonomía (parte de la biología dedicada a la clasificación de los seres vivos) que actualmente se encuentra en una encrucijada: por un lado, sólo se ha categorizado el diez por ciento de los 30 a 50 millones de especies de animales que –según estiman los especialistas– existirían en la Tierra, y por el otro, es una lucha contra reloj pues a cada momento una nueva especie comienza a formar parte del libro de la extinción. A lo cual se le debe agregar la inexistencia de un método único de clasificación taxonómica para todos los animales, bacterias, hongos, etc. Ante tal panorama, un zoólogo canadiense propone patear el tablero y establecer un nuevo sistema de identificación y clasificación animal basado en una suerte de código de barras universal que todo ser lleva en su interior: el ADN mitocondrial. Es decir, en vez de basarse en lo exterior (la forma) o la apariencia, que puede prestarse a la confusión y aun al malentendido, el nuevo sistema propuesto se centraría en el interior (el ADN mitocondrial), que no da lugar a dudas. Y como si fuera poco, propone utilizar números en vez de palabras para identificar animales, plantas, bacterias y todo lo que vive.
“La idea de un sistema de clasificación animal basado en el ADN mitocondrial surgió hace tres años cuando pensé cómo los supermercados utilizan el código de barras para distinguir la gran cantidad de productos que ofrecen. Esto me llevó a comprender las numerosas combinaciones utilizadas por este sistema, así como reconocer que el ADN ofrece el mismo potencial”, explicó a Futuro Paul Hebert, profesor de la Universidad de Guelph (Canadá).

La vida entre barras
Sin embargo, no es dentro del núcleo de las células de los seres vivos donde el zoólogo canadiense cree que se debería buscar ese código de barras. El mejor lugar para encontrar esta particular firma biológica, según Hebert, estaría en el genoma de uno de los componentes de la célula: las mitocondrias. Presentes en casi todas las células animales (a excepción de los glóbulos rojos maduros), estos orgánulos, esenciales para la producción de energía y que están presentes en el citoplasma celular, tienen su propio ADN. A diferencia del ADN común y corriente, que resulta de la combinación del material genético presente en el óvulo y el espermatozoide, y que se encuentra en el núcleo celular, el ADN mitocondrial proviene casi sin modificarse exclusivamente de la madre, permitiendo así reconstruir largas cadenas de linaje materno y es por lo tanto estable en las especies.
Uno de los genes de este ADN mitocondrial llamó la atención de los científicos canadienses: el gen cytocromo c oxidasa I (COI). “Nos centramos en el COI principalmente porque es un gen ampliamente distribuido en casi todos los organismos vivientes (plantas, animales, hongos, bacterias, etc.); además es muy fácil de identificar y analizar”, explicó Hebert a este suplemento. Así, el COI funcionaría como un código de barras. La idea es identificar numéricamente cada una de estas variaciones. Como yapa, los investigadores estiman que el COI permitirá, entre otras cosas, identificar relaciones entre especies, sus lazos de parentesco e incluso sus más pequeñas variaciones evolutivas en el tiempo.
Aun así, no todas son flores: es imposible que cualquier sistema basado en el ADN mitocondrial pueda resolver la complejidad de la vida. Por ejemplo, una de las mayores complicaciones de este sistema consiste en identificar aquellas especies que hayan emprendido procesos de hibridización o mezcla. Otro problema, no menor, por cierto, es el costo: aproximadamente mil millones de dólares.

La enciclopedia de la vida
El primer emprendimiento de clasificación de la vida fue conducido por los griegos. Alrededor el 350 a.C., Aristóteles dividió a los organismos en dos grupos: reino animal y reino vegetal e introdujo el término especie (entendido para entonces como “formas similares de vida”). Hoy el término cambió de significado y se considera la especie como “un grupo de organismos de una clase en particular, estrechamente relacionados, que pueden entrecruzarse y producir crías fértiles”. Sin embargo, puede decirse que la taxonomía nació oficialmente hace casi 250 años. Y como toda disciplina científica tiene su “padre fundador”: el naturalista sueco Carl von Linneo (1707-1778).
Lo que hizo Linneo fue ordenar jerárquicamente los organismos vivientes en especies, familias, órdenes, clases, phylum (tipo) o división. Además ideó un sistema binomial de nomenclatura (aún en uso) que consiste en establecer el nombre científico en latín, compuesto por el nombre del género primero y un adjetivo o modificador, después. Así para hablar del lagarto verde, se utiliza el nombre de Lacerta veridis, que primero establece el género al que pertenece y luego el nombre específico que lo distingue de otras especies que corresponden al mismo género. Otro ejemplo es Homo sapiens (homo es el género, sapiens la especie).
Lo que se pretende con el proyecto de identificación a través del ADN mitocondrial es implementar un sistema clasificatorio basado más en números que en formas. “Aún hace falta decidir cuál es la mejor manera de numerar las especies –comentó Hebert–. Me gusta la idea de asignar un código numérico a cada phylum animal: por ejemplo todos los anélidos (un tipo de gusanos) llevarían el número 10. Este código de phylum luego sería seguido por el “número genético”. Aún así, Hebert no pretende desterrar de una vez para siempre el sistema ideado por Linneo y sus seguidores, pero sostiene que la clasificación genética es más precisa que la linneana vigente.
Gracias a las nuevas técnicas de secuenciación del genoma mitocondrial, la taxonomía puede entrar en una nueva era, sustituyendo el gran sistema creado por Linneo, basado en la forma, por otro basado en las secuencias genéticas (mitocondriales) propias de cada especie. La propuesta de Hebert, ambiciosa, cara y aún en pañales, pretende trasfundir precisión al desorden clasificatorio que, de a poco, ha invadido la disciplina. Ahora lo que falta es lograr un consenso global para que de una vez por todas se pueda establecer un criterio unificado capaz de soslayar las barreras, a veces tan divisorias, del lenguaje.

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El adn mitocondrial serviria como codigo de barras animal.
 
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