HISTORIA DE LA CIENCIA: GEOLOGIA
La teoría del océano en retirada
Por Leonardo Moledo
La teoría del océano en retirada fue una de las más bellas teorías que produjo la historia de la ciencia. Tenía reminiscencias del mar ancestral, donde nadaban las potentes y quizás infinitas tortugas que sostenían el mundo; hacía pensar en Tales de Mileto, que imaginaba a la Tierra como un disco flotando sobre un océano ilimitado y probablemente innombrable; le daba al mar esa cualidad de vida y voluntad que todavía a nosotros, gente del siglo XXI, nos impacta y aterra. Y además, encajaba con el gran Diluvio Universal, el mito bíblico fundacional como para tranquilizar las malas conciencias geológicas, como ocurrió en la Inglaterra de fines del siglo XVIII, aterrada por la Revolución Francesa, donde algunos geólogos como J. A. Deluc o Richard Kirwan utilizaron explícitamente la idea como sucedáneo del diluvio, cuyas estribaciones habrían de llegar hasta Cuvier y sus catástrofes repetidas.
La idea había sido adelantada por Gottfried Leibniz (1646-1716) y puesta casi a punto por De Maillet (ver Futuro del pasado sábado 19 de julio). Lo cierto es que casi todas las explicaciones que se dieron en el siglo XVIII sobre el origen de nuestro planeta seguían esa línea limpia y clara: en el principio, había habido un gran océano originario que retrocedía paulatinamente.
Hay quienes dicen, con toda seriedad, que los primeros compases de la Novena Sinfonía evocan aquel mar ancestral que retrocedía; la idea es dudosa, pero lo que no tiene duda es que el más grande de los teóricos del océano en retirada –también llamada Neptunismo (por Neptuno, el dios romano del mar)– fue Abraham Gottlob Werner (1749-1817), profesor de la Escuela de Minería de Freiburg en Alemania, adonde afluían estudiantes de toda Europa ansiosos de escucharlo. Werner pertenecía a la tradición geológica alemana, poco amiga de cosmogonías y más interesada en los problemas prácticos de la minería y la descripción. Habiendo observado que la cristalización de ciertos minerales se producía en el agua y que algunas rocas se habían formado en el mar, Werner generalizó el hecho, atribuyendo este origen a todas las rocas. Entonces, pensó Werner, cuando el gran océano antiguo se retiró, las rocas más antiguas, como el granito, quedaron expuestas al aire y sobre ellas se acumularon nuevas rocas, producto de la erosión, que se instalaron en capas sucesivas, formando las montañas y todos los accidentes geológicos.
El mar originario en retirada no era una fantasía producto de reminiscencias bíblicas; fue una teoría muy seria y que parecía explicar algunos enigmas: por ejemplo, la existencia de fósiles marinos en lo alto de las montañas. El descubrimiento de que el Mar Báltico se hacía cada vez menos profundo fue considerado una buena prueba de las aguas en retroceso (en realidad, era una consecuencia del fin de las eras glaciales: la superficie del norte europeo estaba aún en ascenso luego de liberarse del peso del hielo). Y que permitió, además, y por obra principalmente de Werner, establecer la mineralogía como una ciencia hecha y derecha; del mismo modo que su contemporáneo Linneo con el mundo biológico, Werner consiguió transformar la mineralogía en un sistema general, mediante criterios sencillos y simples basados en el principio de que las características externas de las rocas estaban relacionadas con su constitución química (lo cual no era tan obvio entonces como ahora); creía firmemente que una buena mineralogía era el punto de partida para que la geología pudiera salir adelante. La obra de Werner, efectivamente, organizó los datos geológicos del momento sobre las rocas y definió las grandes eras y períodos que reconocemos actualmente.
La teoría del océano en retirada era hermosa, pero tenía algunos puntos muy débiles que afectaban al armonioso conjunto: por empezar, no quedaba claro de dónde había salido ese océano original, ni a dónde iba a parar el agua sobrante a medida que el océano retrocedía dejando en descubierto la tierra firme (a esta crítica Werner contestaba arguyendo que él no era cosmólogo y no tenía por qué contestar esas preguntas). Y segundo –y fatal– no explicaba la existencia de los volcanes. Werner pensaba que los volcanes eran fenómenos modernos y aislados y creía que las erupciones se debían a la combustión subterránea de capas de hulla en las cercanías. Sin embargo, pronto se demostró que había volcanes muy antiguos, que muchas de las montañas actuales eran volcanes extinguidos, y –fatal– que la lava que salía de los volcanes no era muy distinta de las rocas que según Werner sólo podían originarse en el mar. Por su parte, un mejor conocimiento de la estructura de las montañas revelaba que los valles eran cavados por los ríos y la forma general, permanentemente transformada por el agua que caía. Los mismos wernerianos aceptaban esto, y como el gran mar antiguo que le diera origen, la bella Teoría del Océano en Retirada empezó a retirarse.
Su lugar no fue ocupado sólo por la nostalgia sino por nuevas explicaciones, que se concentraban ahora en los volcanes y en los fuegos infernales que ardían en el centro de la Tierra. (Continuará...)