GLACIOLOGíA: NACIMIENTO Y VIDA DE UN ICEBERG
Hielos a la deriva
Por Marcelo Torres
En su novela La balsa de piedra, el escritor portugués José Saramago imaginó que la península ibérica, por una inopinada falla geológica, se desprendía de Europa e iniciaba un largo y extraño viaje por el Atlántico hacia las costas americanas. No muy lejos de esa ficción, la naturaleza realiza en los polos, frecuentemente, un milagro de la misma dimensión. En forma periódica, tanto los glaciares del Artico, como las plataformas de hielo de la Antártida, se resquebrajan y desprenden bloques, de igual o mayor superficie que cualquiera de las grandes capitales del mundo: los icebergs.
Aunque este proceso viene sucediendo en forma natural desde hace milenios, durante los últimos 15 años la formación de icebergs gigantescos –en especial en la Antártida–ha llamado la atención de científicos de todo el mundo que están estudiando el fenómeno para saber si tiene o no relación con un incremento en la temperatura de todo el planeta.
Los icebergs –el término se origina probablemente en el holandés ijsberg, “colina de hielo”; en nuestro país se los denomina témpanos–, son bloques de agua dulce congelada que en algunas ocasiones pueden alcanzar proporciones gigantescas. Tienen dos orígenes bien diferenciados: cuando el hielo se desprende de un glaciar o cuando lo hace de una plataforma o barrera de hielo. Los icebergs están compuestos en un 100 por ciento de agua pura y en su mayoría son perfectamente blancos. Aunque algunos contienen partículas de polvo, arrastradas durante la formación del glaciar, que a veces pueden darles cierta coloración: verde jade, azul profundo o con vetas marrones, como si estuvieran chorreados con chocolate.
Estas enormes islas flotantes se extienden por encima y por debajo de la superficie del agua. Hacia abajo, en promedio, pueden llegar hasta los 300 metros y, fuera del agua, alcanzar una altura de 60 o 70 metros (aunque los hay más profundos y más altos). El grado de inmersión depende de la densidad, del contenido de polvo y de la forma del iceberg. Que un iceberg pueda flotar se debe a que la densidad del hielo es menor que la densidad del agua de mar, y sólo asoma fuera del agua un octavo de todo su volumen.
Ruta norte
El origen de los icebergs del océano Atlántico norte está en los más de cien glaciares del oeste de Groenlandia, que desprenden entre 10.000 y 15.000 icebergs al año, principalmente de los veinte glaciares mayores que hay entre Humboldt y Jacobshaven. Estas cifras corresponden al 85 por ciento de los icebergs que alcanzan los grandes bancos de Newfoundland (Canadá). Otro 10 por ciento proviene de los glaciares del este de Groenlandia y el 5 por ciento restante de los glaciares y arrecifes de hielo del norte de la isla Ellesmere (Canadá). En algunas áreas del Artico deben realizar un gran trabajo para trasladarse a través de estrechos fiordos, restringiéndose así el tamaño de los que finalmente alcanzan el mar abierto. Un número muy pequeño también es llevado por las corrientes hacia Alaska; y a Siberia y el Mar de Barents, en Rusia.
El proceso de formación de un glaciar comienza con la nieve que cae sobre el casquete polar de Groenlandia. Varias décadas más tarde escomprimida en forma de hielo muy denso que, empujado por el peso enorme del casquete polar, empieza a fluir hacia el mar a través de aberturas en los flancos de las montañas. Esta fuerza mueve verdaderos ríos de hielo a razón de 20 metros por día. En los últimos tramos, enormes losas se debilitan y se rompen por la acción de las mareas, produciendo la “parición” –como dicen los glaciólogos– de los icebergs. Luego son capturados por las corrientes en la Bahía de Baffin y llevados a través del estrecho de Davis hasta el mar del Labrador. La mayoría de los icebergs nunca termina este largo viaje: muchos se derriten casi por completo antes de entrar al océano Atlántico. Se estima que sólo el 1 por ciento de los icebergs (de 150 a 300) alguna vez llega al océano Atlántico.
Ruta sur
Además de contar con el riesgo país más alto del mundo, los argentinos ostentamos también el record de grandes icebergs, ya que –junto con la de Ross– las plataformas del sector argentino son las que generan los de mayor tamaño. A diferencia de los del Polo Norte, los icebergs antárticos no se forman en los glaciares sino en las grandes plataformas o barreras de hielo. ¿Cómo? Baste imaginar al continente antártico como una gran torta cubierta con una gruesa capa de crema: el hielo (como dato anexo: el mayor espesor conocido es de 4776 metros). A medida que se producen las nevadas y la nieve se va acumulando, drena hacia los bordes del continente, tal como lo haría el exceso de crema hacia los laterales de una torta. Este excedente de hielo que queda flotando sobre el océano es el que forma las plataformas o barreras. Hacia el oeste de la península, las principales son: Getz, Abbot y Ross; y hacia el este: Larsen, Ronne, Filchner, Riiser-Larsen, Fimbul y Amery. Al drenar al mar, por diferencia de peso, la barrera empieza a fluctuar, se quiebra y se forman los icebergs. Claro que el resquebrajamiento del hielo, con frecuencia de varios kilómetros de largo y casi un centenar de metros de profundidad, no suele ser repentino y a veces puede prolongarse una década. Los icebergs antárticos reciben una denominación de acuerdo con una nomenclatura internacional que divide al continente en cuatro sectores: A, B, C y D. (Ver recuadro “Los nombres de lo blanco” para comprender la nomenclatura que se usará a continuación.)
Los icebergs antárticos son monitoreados por varios organismos, entre los que se cuentan el Servicio de Hidrografía Naval, dependiente de la Armada Argentina, y el estadounidense Centro Nacional de Hielos (NIC, en inglés), que lleva un completo y actualizado catálogo que puede consultarse por Internet. Asimismo, la mayor parte de las estaciones de los diferentes países que reclaman territorios en la Antártida llevan adelante sus propias investigaciones.
En marzo del año pasado dos científicos estadounidenses de la estación McMurdo –junto a la barrera de hielo de Ross–, descendieron desde un helicóptero sobre el monumental iceberg B-15A (145 kilómetros de largo, 50 de ancho y 65 metros de altura en su momento) para instalar sobre éste una serie de dispositivos que les permitieran conocer su itinerario y cómo interactúa con su entorno. Consultado por Futuro, uno de ellos, el glaciólogo Douglas MacAyeal, comentó por correo electrónico desde la Antártida: “Actualmente la estación McMurdo está asediada por dos icebergs: el C16 que tiene aproximadamente 30 por 20 kilómetros y el B15A, que ahora tiene unos 100 por 40 kilómetros. El C16 está varado en el lecho marino, pero el B15A está dinámicamente atascado, o sea, los vientos y las corrientes del océano no son lo suficientemente fuertes como para alejarlo”. MacAyeal dice que el B15A sufrió “varias colisiones con la línea costera alrededor de la isla Ross donde está estable, ocasionando un gran impacto en las poblaciones de pingüinos emperadores y de Adelia”.Estos animales se ven impedidos ahora de llegar a sus colonias en el cercano cabo Crozier, donde van a reproducirse.
Por su parte, el oceanólogo Eberhard Fahrbach, que lidera en la Antártida un programa de observación de icebergs para el Instituto Polar Alfred-Wegener, de Alemania, explicó a Futuro los alcances del proyecto: “Pretendemos mejorar las estadísticas de rastreo y del tiempo de vida de los grandes icebergs instalando transmisores de satélite sobre ellos. Sin embargo, no está claro aún cuánto aportan a las estadísticas, en volumen, los icebergs más pequeños de sólo un kilómetro cuadrado –no se pueden detectar mediante satélite–. Marcamos con chinches en una pizarra los grandes icebergs para obtener el curso de la deriva y calibrar modelos numéricos que nos permiten estimar el derrotero de muchos icebergs y obtener cifras estadísticas. Hasta ahora, hemos señalado con chinches 30 icebergs durante tres años seguidos de observación en el Mar de Weddell. El más grande que vi personalmente desde el barco fue el A-38B, de 78 por 46 kilómetros”.
Dados vuelta
Al ser producto de la nieve que forma los glaciares, los icebergs son de agua pura. Los únicos que tienen contenido salino son los formados por hielo marino, conocidos en nuestro país como “tempanitos marinos”.
Los más frecuentes, los icebergs tabulares, tienen la particularidad de que llega un momento en que las corrientes de subsuperficie los desgastan tanto que el volumen que está por debajo del agua es inferior al que está por encima, entonces varía su centro de gravedad y el iceberg se da vuelta, quedando al aire con extrañas formas de “castillos de hielo”. Este es el origen de los icebergs pinaculares, típicos del Mar de Bellingshausen.
Cuando el iceberg se parte en pequeños trozos comienza la instancia más peligrosa: esos pedazos se denominan “gruñones” (growlers, en inglés), son tan duros como el acero y pueden cortar el casco de un barco como el diamante al vidrio. Gracias a la red de satélites internacionales que captan desde el cielo los grandes icebergs, un accidente como el del “Titanic” hoy es casi imposible, pero los gruñones son todavía un peligro para la navegación. Precisamente contra uno de ellos chocó, en enero de 2001, el rompehielos argentino “Almirante Irizar”. Tal era el filo y la dureza que tenía este pequeño iceberg que logró hacer un corte de 5 metros de largo y 80 centímetros de ancho en el duro casco de un barco preparado, precisamente, para romper bloques de hielo. Cuando un iceberg es considerado peligroso para la navegación se delimita alrededor de éste un área circular de protección de 234 kilómetros a partir del centro del bloque.
Calentar el ambiente
¿Es la generación de icebergs gigantes una secuela del aumento de la temperatura global? Los científicos no se ponen de acuerdo. Algunos aseguran que sí, pero otros dicen que el fenómeno responde a la dinámica de las plataformas antárticas. Durante los ‘70 –cuando recién se comenzaba a hablar del efecto invernadero–, científicos estadounidenses ya habían advertido que el derretimiento de las barreras de hielo de la Antártida sería un claro indicio de la aceleración del calentamiento planetario. En diciembre pasado, Eric Rignot, científico del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, y el británico, Andrew Shepherd, dijeron que –de acuerdo con datos recolectados por satélite desde 1991 hasta hoy– los glaciares de Pine Island, Thwaites y Smith mostraban un adelgazamiento de más de 45 metros en algunos sectores. Al parecer, esto estaba en contradicción con estudios anteriores que sugerían que el hielo en esa región se estaba acumulando. Luego, en sólo dos semanas, sesucedieron varios informes contradictorios, publicados, entre otros medios, en las prestigiosas Nature y Science de enero. En la primera, un artículo de Peter Doran de la Universidad de Illinois, afirmaba que, pese al calentamiento global, la Antártida era el único continente que seguía enfriándose. En tanto que en Science, se publicó un estudio de investigadores británicos que decía que los lagos cercanos al mar de Weddell no están tan helados como deberían estarlo y que muchos se descongelan en un lapso mucho menor que en temporadas anteriores.
Aunque el calentamiento global es innegable y algunos glaciares puedan estar perdiendo algo de su hielo, esto no quiere decir que el desprendimiento de icebergs gigantescos responda a estas razones. MacAyeal no cree que la tanda actual de icebergs se relacione con el calentamiento global. “Sí podría relacionarse si se empieza a producir la fusión del hielo en las barreras de Ross y Ronne. El agua, incluso sólo durante los meses de verano, tiende a producir un `fracturamiento hidráulico’: corre dentro de las grietas y se recongela produciendo un efecto de cuña, tal como un martillo y una cuña de acero podrían fracturar un trozo de madera.” Con él coincide el glaciólogo Hans Oerter, también del Instituto Polar Alfred-Wegener de Alemania: “No creo que el calentamiento global como es postulado en estos días esté afectando el comportamiento de las grandes barreras de hielo de la Antártida, como las de Filchner-Ronne o la de Ross. Los grandes desprendimientos de icebergs observados en estas dos barreras de hielo desde 1986 fueron causados por la dinámica de la barrera de hielo, no por los efectos climáticos”.
“Respecto de Filchner-Ronne podríamos mostrar que el volumen de los icebergs desprendidos viene a equilibrar en forma aproximada la masa de nieve y hielo acumulada en 40 años en la barrera”, comentó a Futuro el alemán. Luego aclaró: “Una situación diferente se da en el norte de la península antártica donde el extremo norte de la barrera Larsen se está desintegrando. Al hablar de calentamiento global se debería tener presente que el efecto invernadero hasta ahora sólo fue cuantificado en el norte de la Península. Ninguna tendencia puede apreciarse en la estación Neumayer donde hemos realizado durante 20 años mediciones de temperatura ni en la meseta de hielo, tierra adentro, de Dronning Maud”.
Aunque se derritieran todos los icebergs que están flotando en los mares del mundo, no aumentaría ni unos centímetros el nivel de los océanos. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que todo ese volumen de agua congelada ya está en el agua. Diferente –y devastador– sería si se derritiera a gran escala el hielo que cubre el continente antártico y drenara hacia el océano.
Aunque en algunos casos resultan riesgosos para la navegación, los icebergs cumplen una función importante en el medio ambiente polar: en las cuevas que se forman en sus laterales crecen unas plantas diminutas, el fitoplancton, que resulta ser el principio de la cadena alimentaria en esos mares. Sin contar con que su superficie es albergue de pingüinos, focas y toda clase de aves.
Pero la mayor esperanza puesta en los icebergs es que pueden resultar, en un futuro cercano, una apreciada reserva del agua más pura para toda la humanidad. Según MacAyeal, “el costo del agua en California es de unos 200 dólares por 1300 metros cúbicos. Si todo el B15 original fuera vendido allí a ese precio, valdría 324 mil millones de dólares”. Y agrega: “Si Argentina pudiera ayudar a desarrollar un proyecto sobre cómo transportar los icebergs tendría a su alcance una forma muy práctica de resolver sus problemas económicos y hasta podría transformarse en lo que hoy es Kuwait para la OPEP, reemplazando, claro está, el agua por el petróleo”. MacAyeal confiesa que “una de las motivaciones raramente declarada (para evitar comentarios sobre los aspectos de ciencia ficción que tiene) de estudiar la deriva del B15 es averiguar cómo la naturaleza se las arregla paramover icebergs a lo largo de kilómetros y kilómetros”. Por su parte, Oerter coincide con el estadounidense: “Las barreras de hielo y los futuros icebergs pueden convertirse en una potencial reserva de agua, pero todavía tenemos que desarrollar una técnica para transportarlos a las ciudades en los que nos gustaría usarlos”. En Newfoundland (Canadá), el hielo de iceberg ya se “cosecha” para hacer agua embotellada y producción de vodka. Y todavía se esperan otros productos, inimaginables por ahora, a medida que las empresas se empiecen a interesar por el hielo de iceberg. Un negocio controlado por unos pocos que nos podría dejar a todos helados.