Sábado, 13 de septiembre de 2003 | Hoy
ROPA INTELIGENTE
El término inteligente en los últimos tiempos se ha vuelto uno de los adjetivos más bastardeados del diccionario. Sin mucho decoro y corrección, se lo abrocha a cuanto nuevo engendro de la técnica aparezca: casas inteligentes, automóviles inteligentes y computadoras inteligentes. Hasta tal punto se llegó en el frenesí tecnológico que ya hay diseñadores textiles que piensan que sus productos también merecen tal pomposa denominación. Así es: en el mundillo de la moda ya se pronostica que la próxima revolución viene por el lado de la ropa inteligente que de la mano de nanotecnología y la miniaturización de la electrónica estrecha cada vez más las relaciones entre informática y vestimentas.
El ultimo grito de la
moda
De una vez y para siempre, los diseñadores pretenden romper con la asentada
concepción de cómo ha de usarse una computadora. Para ellos, las
computadoras no tienen por qué estar encadenadas a un escritorio; tendrían,
en cambio, que poder ser usadas todo el día, en cualquier lugar. Así,
nacieron las wearable computers (algo así como computadoras
para llevar puestas).
Uno de los centros que va a la cabeza en estas investigaciones es el Instituto
de Tecnología de Massachusetts o MIT (Estados Unidos). En su Media Lab
ya tienen casi cocinado un notable prototipo: el MIThril, un chaleco
que, según aseguran, innovará en las interacciones hombre-máquina.
Integrado por cables y sensores urdidos en su diseño, el MIThril cuenta
con un software hecho en base del sistema operativo Linux. Para bautizar la
nueva pieza, los científicos del MIT recurrieron a las páginas
de El señor de los anillos donde los elfos le obsequian al protagonista,
Frodo, una malla metálica liviana y a la vez bastante resistente llamada
mithril. Justamente, en ese aspecto se inspiraron los investigadores
del MIT: su objetivo, afirman, es crear una pieza de bajo peso, que no moleste
y que ayude a mejorar la vida de quien la porta.
De momento, al chaleco se lo puede adornar con toda clase de diminutos dispositivos
electrónicos (tan pequeños como poderosos) como cámaras,
micrófonos y otros sensores que proporcionan información en tiempo
real basada en el contexto físico y virtual del individuo. De manera
que por sólo llevarlo puesto, el MIThril enriquece su memoria, conoce
lo que lo rodea y reacciona de forma adecuada para adaptarse a sus necesidades.
El traje también puede conectarse a Internet y enviar y recibir e-mails.
¿Y dónde está la inteligencia de esta ropa? Los investigadores
aseguran que radica en la capacidad de sus sensores de registrar lo que pasa
alrededor, que le permiten decidir la activación o no de cada función.
El Instituto Alemán de Electrónica Fraunhofer IZM de Berlín
es otro de los ámbitos en los que se trabaja en estos diseños.
Una de sus últimas creaciones es una campera para ciclista, aparentemente
común y corriente, que proporciona calefacción portátil
y sistemas de comunicación y de identificación. El secreto está
en su dispositivo electrónico integrado a las franjas que adornan la
campera, fibras sumamente finas tejidas directamente en la tela. Hay quienes
auguran que dispositivos como éstos, también desarrollados por
los laboratorios de Philips en Inglaterra, pueden llegar a venderse como pan
caliente entre esquiadores y alpinistas. Ocurre que ya hay una línea
de camperas de ski salvavidas equipadas con su propio sistema electrónico.
Cuando el termómetro que tiene incorporado detecta una caída drástica
de la temperatura del cuerpo del esquiador, la prenda genera calor suficiente
como para mantenerlo con vida hasta que los paramédicos lo localicen.
Prendas como éstas, que muchos llaman del futuro aunque tienen
mucho de presente, están confeccionadas en base a redes de cables con
forma de hilos. Además de calentar automáticamente cuando hace
frío y vigilar el ritmocardíaco, ya hay camperas luminosas (ver
foto) como la que desarrolló Lucy Dunne de la Universidad Cornell (Estados
Unidos). En su entramado de fibras y otros filamentos se esconden sensores,
hilos electroluminiscentes que hacen brillar la chaqueta de noche, y un detector
fisiológico, instalado en la muñeca izquierda, que controla el
pulso y el ritmo cardíaco. Cada uno de estos abrigos, que consumen tan
baja energía como para que resulte imposible recibir descargas eléctricas
aun cuando uno se moje, tienen 1,2 metro de cableado y pesa 145 gramos.
Un traje de película
En Volver al futuro II (1989), el personaje interpretado por Michael J. Fox,
Marty McFly, tras una persecución de patinetas caía al agua y,
como si nada, se secaba luego gracias a una campera que contaba con un sistema
de ventilación de aire caliente. Del mismo modo, la ropa, al igual que
sus zapatillas sin cordones, se ajustaba automáticamente al cuerpo del
usuario. No por nada muchas de estas invenciones parecen sacadas de una película.
De hecho, muchos equipos sacan de ahí sus ideas. Al parecer, así
lo hicieron en la empresa japonesa Wacoal que ya ha creado un sistema mediante
el cual la ropa se adapta perfectamente al cuerpo, tras estudiarlo con un sistema
de scanners 3D.
Olor a limpio
Durante los últimos años, algunas empresas textiles han experimentado
con fragancias y aromas para impregnar la ropa. El problema, al parecer, no
está en encontrar el aroma que atrape a más consumidores, sino
en lograr simplemente que duren; no muchas prendas aromatizadas conservan su
peculiar distinción, luego de varios lavados. Los científicos
de Quest International, un equipo de investigación química holandés,
y los de la Compañía Woolmark creen que finalmente han dado con
la solución: la llamada Sensory Perception Technology (Tecnología
de Perecepción Sensoria o SPT) que hace uso de bolitas microscópicas
hechas de compuestos similares a la melanina (esto es, la sustancia que le da
a la piel su distintivo color, y resistente al agua y al calor) diseñadas
para retener ciertos químicos e insertarlos como solución líquida
a las fibras de la ropa en el proceso final de producción textil.
Por el momento, resulta casi imposible toparse con alguien que vista estas ropas
por la calle. Es que ni siquiera están a la venta. La mayoría
son apenas bosquejos y prototipos que, como muchos más inventos de los
que se cree, tal vez nunca vean la luz (del mercado) ni de la pasarela.
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