TECNOLOGíA: LIBROS, TINTA Y PAPEL ELECTRóNICO
Cuando el 28 de diciembre de 1895 los hermanos Louis y Auguste Lumière
presentaron en sociedad la primera proyección cinematográfica
del mundo en el Grand Café del Boulevard des Capucines en París,
muchos vaticinaron que era el fin del teatro. La historia pareció repetirse
a principios de 1930 cuando el invento del ingeniero escocés John Logie
Baird, la televisión, se internó sin mucho disimulo en el ámbito
cultural británico y estadounidense: en ese caso quienes debían
tener ya listas sus actas de defunción eran justamente el cine y la radio
(ni hablar de cuando aparecieron en los ‘70 las primeras videocaseteras).
Con estos antecedentes, es de creer que anunciar a viva voz o profetizar recurrentemente
la muerte de medios de comunicación es un deporte con bastantes adeptos.
Casualidad o destino, la cuestión es que ni el teatro ni el cine ni la
radio desaparecieron. Es más, siguen vivitos y coleando. Pero los pregoneros
mortuorios no son fáciles de aplacar: desde que en 1995 Internet cobró
auge, el que tendría sus días contados sería ni más
ni menos que el libro. Sus enterradores son muchos y variados. En primer lugar,
el hipertexto (o sea, las páginas que abundan por ejemplo, en la web),
que a partir de saltos de links (vínculos) a links permitiría
una lectura cuasi-infinita, y no lineal, al antojo del lector. También
están los CD-ROMs, capaces de almacenar miles de páginas. Pero
el medio electrónico que se las trae es el llamado “papel electrónico”,
unas plantillas blancas con el mismo aspecto que el papel convencional, pero
con la salvedad de que su contenido puede actualizarse una y otra vez y mostrar
los contenidos completos de una biblioteca; algo así como un libro infinito.
Biblioteca a la Carta
Si bien está en auge hace cinco años, la primera versión
de papel electrónico (muy rudimentaria, claro) es de 1975, cuando Nick
Sheridon, del Centro de Investigación de Xerox en Palo Alto, California
(Estados Unidos), inventó un material al que llamó “Gyricon”
(de las palabras griegas gyro e icon que significan “imagen rota”).
Sheridon tuvo la idea de crear una lámina cubierta de diminutas esferas
de plástico, mitad blancas y mitad negras, capaces de ser giradas mediante
el impulso de un campo eléctrico; sin embargo, Xerox desechó la
idea por considerarla muy cara para llevarla a cabo.
Pasaron los años, los costos se abarataron y el Gyricon, como el ave
fénix, renació. Desde 1990, Xerox produce estas laminillas compuestas
de millones de bolitas de 0,1 mm que se vuelven blancas o negras al aplicarle
cierta cantidad de corriente eléctrica. Una combinación de corrientes
forma imágenes, letras, palabras y párrafos.
IBM, Microsoft, Philips y Lucent son otras de las megaempresas que están
invirtiendo millones de dólares para que su e-paper sea hoy el soporte
de los diarios, libros y revistas del mañana. Dick Brass, director de
tecnología y desarrollo de Microsoft, ya se alineó entre quienes
defienden a capa y espada el papel electrónico. Y predijo: “La
última edición en papel de The New York Times aparecerá
en 2018”. A los editores del diario neoyorquino no les gustó demasiado.
Tinta “casi” invisible
Pero si en realidad los gurúes tecnológicos pretenden que el papel
electrónico pelee codo a codo con el de celulosa (y eventualmente gane
la contienda), éste tiene que cumplir cuatro condiciones: ser legible,
relativamente barato, ligero y resistente. Algunos lo hacen, otros no.
En los Laboratorios de Medios del Instituto Técnico de Massachusetts
(MIT), en Estados Unidos, desarrollan unas láminas ultradelgadas de papel
electrónico de distintos tamaños. De un grosor de 0,3 mm (tres
pelos humanos), se las puede doblar, retorcer y enrollar sin afectar el texto
que muestra.
Pero con el papel solo no basta. También es necesario contar con un elemento
que posibilite que los contenidos de los textos se actualicen. Así nació
la “tinta electrónica” (e-ink), creada por Joseph Jacobson
y sus colaboradores del MIT en 1997. El concepto de este “pigmento”
es parecido al del Gyricon: está hecho en base a un líquido acuoso
con alta concentración de microcápsulas de plástico transparente
de unos 50 a 100 micrómetros de diámetro. Pero en vez de dar vuelta
para mostrar sus diferentes caras (blanca o negra), las cápsulas son
fijas, aunque rellenas con un pigmento blanco de dióxido de titanio en
un líquido teñido de negro, que forman las imágenes de
acuerdo a la corriente eléctrica aplicada.
Que bien se te ve
Lo interesante del asunto es que los contenidos, con estos sistemas de microcápsulas
incrustadas en el papel electrónico, no tienen por qué permanecer
estáticos. De hecho, ya está en marcha una nueva generación
de papeles electrónicos capaz de transportar videos e imágenes
animadas. Un equipo de investigadores del Philips Research Lab en Eindhoven
(Holanda) encontró la forma de mostrar imágenes de alta definición
en movimiento. A partir de un proceso conocido como “electrohumectación”,
los científicos pudieron manipular aceites de colores en los pixeles
de una página con una velocidad y precisión tal que logran generar
presentaciones de vídeo claras y definidas. En diez milisegundos los
pixeles cambian de estado, lo suficiente como para generar cien nuevas imágenes
por segundo.
Aunque todavía no lo percibamos, podemos estar atravesando los primeros
momentos de un cambio cultural sin precedentes en los últimos 500 años.
O tal vez más, como se dio cuando se abandonaron los papiros egipcios,
las losas de piedra y arcilla mesopotámicas y los manuscritos en los
que los scriptoria medievales escribían y reescribían sus palimpsestos
y apareció en 1448 Gutenberg con su imprenta de tipos móviles.
El investigador francés Roger Chartier señala que la situación
actual es comparable con lo que ocurrió entre los siglos I y IV cuando
se pasó de los textos manuscritos en rollos a los códices, antecedentes
de los libros. Leer uno de estos cilindros implicaba una postura diferente,
no se podía leer y escribir al mismo tiempo y menos hojearlo.
El “fin del libro” (si tal cosa alguna vez ocurre) no va a ser de
un día para el otro. En definitiva, es todo un símbolo de la Modernidad
y de la cultura (por lo que quemar un libro siempre fue considerado un atentado
contra el pensamiento). Y sobre todo el libro, tal como lo conocemos, cuenta
con una ventaja quizás imbatible: la de la simplicidad. Los libros pueden
transportarse a cualquier parte, en cualquier momento y sin necesidad de electricidad
o pilas. Con eso, y las ganas de leer, basta y sobra.
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