Sáb 04.10.2003
futuro

PROTO-ZOOLOGIA

El mundo imaginario de la Edad Media

Por Esteban Magnani

Aves fénix, sirenas, hombres sin cabeza y todo tipo de animales fantásticos poblaron la zoología corriente de la Edad Media europea. Miles de copias de distintos bestiarios dieron testimonio de estos bichos y de otros más extravagantes que se mezclaron con el de leones y avestruces, sin ninguna distinción.
Fueron prácticamente mil años marcados por el fin del Imperio Romano de Occidente, las invasiones bárbaras, los saqueos, el miedo y la reclusión; tiempos ideales para que semejantes bichos se reprodujeran sin límites. En tiempos de paranoia, no es extraño que elaboraciones insensatas del estilo "New Age" intenten ignorar el mundo real. Durante la Edad Media esta evasión provino del cristianismo, que dio una explicación parabólica a cada problema en su intento de reconfortar a los creyentes.
Así fue como la ciencia adoleció de un forzado matrimonio con la religión que produjo híbridos por demás llamativos. Algunos de ellos eran verdaderas expresiones del sentir de un mundo plagado de seres extraños, amenazas e historias fantásticas. La zoología más que una ciencia era un ejercicio de la imaginación.

El "Physiologus"
Los bestiarios eran anárquicas compilaciones que combinaban observaciones de la naturaleza, comentarios zoológicos, ilustraciones muy creativas y una buena dosis de lecciones morales y religiosas.
Los libros antiguos se reproducían y cada copista se sentía libre de agregar algo de la propia cosecha, que luego seguía su camino, rumbo a otro copista que repetía la operación. Los estudiosos no salían a mirar el mundo que describían en sus libros y, a lo sumo, incluían la versión de algún soldado llegado de tierras lejanas que traía descripciones de algún grifo (águila con patas y cola de león).
Los antecedentes de estas compilaciones son muchos, como el famoso herbario de Dioscórides (c.40-c.90), luego llamado De Materia Medica. Otro hermoso libro es Naturalis Historiae de Plinio, en el que se habla de hombres con cabeza de perro que se comunicaban por medio de ladridos, otros sin ninguna cabeza pero con ojos en los hombros, víboras que se lanzan hacia el cielo para atrapar aves, la "serpiente basilisco" de Africa que mata a los arbustos con solo tocarlos, rocas que respiran...
Pero el más exitoso de todos y que sufrió un largo proceso de transformación fue sin duda el Physiologus. Originalmente, este libro (que data probablemente del siglo II) era una modesta compilación de metáforas edificantes para la moral. Constaba de 48 secciones, cada una de ellas dedicada a una planta, animal o piedra (como las del Apocalipsis), que a su vez remitía a un texto bíblico. El primero de estos capítulos, como era de esperar, trataba sobre el león, el rey de los animales, y, menos previsiblemente, finalizaba con el avestruz.
El Physiologus, escrito en griego, fue rápidamente traducido al etíope, siríaco, árabe, copto (antigua lengua egipcia), georgiano...; pero su traducción al latín –aproximadamente del siglo V– fue la más exitosa, hasta el punto de que se encontraron copias del mismo sólo inferiores en número a las de la Biblia. Gracias a esta traducción hoy se conoce la obra con el nombre de Physiologus ("naturalista" en esa lengua), ya que alguno de los copistas reemplazó las antiguas citas bíblicas del comienzo de cada capítulo por la frase "El naturalista dice...".

Hacia las fábulas
Las historias de este protobestiario son muy ilustrativas acerca de cómo se veía a la naturaleza por esos años: el león que paría crías inertes a las que insuflaba vida respirando sobre ellas, el unicornio que sólo podía ser capturado sobre la falda de una virgen o el pelícano que derramaba su sangre para resucitar a los muertos. Todas estas historias eran en realidad metáforas fabulescas de enseñanzas religiosas acerca de la resurrección, el sacrificio, etc. Uno de los animales más destacados de estos bestiarios y que se utilizaba para ilustrar la resurrección cristiana era el ave fénix. Este era un animal mitológico de origen egipcio, del tamaño de un águila, con un plumaje escarlata y dorado, de un llorar melodioso, que podríamos atribuir a su soledad: sólo un fénix podía existir al mismo tiempo en el mundo y cada uno vivía al menos 500 años. Cuando sentía llegar su fin, esta ave construía un nido con plantas aromáticas y especias, lo encendía (vaya uno a saber cómo) y se consumía en él. A los tres días resurgía de estas cenizas un nuevo fénix que colocaba las cenizas de su antecesor en un huevo de mirra, lo llevaba volando a Heliópolis, la Ciudad del Sol, y lo depositaba en el templo de Ra.
Las sucesivas copias del Physiologus fueron transformándolo muy lentamente hasta derivar en todo un género de bestiarios, como el del francés Philippe de Thaon, de 1211, que utilizaba imágenes para describir el objeto de sus estudios y atraer a los analfabetos. El género creció y comenzó a incluir rimas y hasta historias de amor de moda en la época, que derivaron en las fábulas, más modernas, que poco tenían ya que ver con los bestiarios originales. El matrimonio de ciencia y religión había demorado algunos siglos en generar un inesperado género literario –las fábulas–, primo lejano la zoología. Mucho más tarde aún, nació en la Argentina un nuevo vástago de esta tradición, un libro llamado Bestiario. Este nacimiento seguramente alegró mucho a cronopios y famas, primos latinoamericanos de aquellos unicornios, grifos y sirenas medievales.

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