BIOLOGIA: ¿SE PODRA VIVIR PARA SIEMPRE?
Por Federico Kukso
Que el hombre suele desear
todo aquello que no tiene, ya es casi una figurita repetida en la historia humana.
Conquistas, anexiones de territorios y usurpaciones de recursos naturales y
bienes culturales, bien lo prueban. Pero también hay anhelos un poco
menos truculentos, que (en ciertos casos) no llevan aparejados muchos baños
de sangre y que, desde tiempos inmemoriales, revolotean en el pensamiento de
varios hombres (y mujeres): vivir para siempre. Los casos, en la vida real y
plasmados en libros, son muy elocuentes: el explorador español Juan Ponce
de León (1460-1521) buscó sin mucho éxito la Fuente de
la Eterna Juventud en algún lugar de Florida (hoy Estados Unidos); Oscar
Wilde rondó el tema en El retrato de Dorian Gray y Mary Shelley dijo
lo suyo en su célebre Frankenstein. Lo mismo ocurre con las religiones,
que para asegurar el cumplimiento de ciertas normas y deberes, prometen la inmortalidad
(del alma), aunque en sus textos de cabecera recurran a personajes que parecen
no morirse nunca. En la Biblia, para no ir muy lejos, el patriarca más
joven, Enoch, murió a la módica edad de 365 años; y el
más viejo, Matusalén, a los 969 años.
En el fondo, hay una persistente intención de dilatar lo más posible
la estadía del hombre en la Tierra y, sobre todo, traspasar esa barrera
por ahora infranqueable llamada muerte. Pero por el momento los límites
están ahí, aunque biólogos, genetistas y otros científicos
los tantean constantemente y a veces los extiendan. El rango máximo que
puede alcanzar la vida de un ser humano concuerdan es de 120 años
y nadie (pero nadie) puede vivir más. Así es desde hace miles
de años. Lo que sí cambió es la expectativa de vida, que
va en continuo aumento. Por ejemplo, una persona cualquiera en Grecia o en Roma
podía esperar vivir algo así como 20 años. De ahí
al siglo XX, la esperanza de vida en el mundo industrializado aumentó
drásticamente: de vivir hasta casi los 50 años se pasó
a vivir alrededor de 80 (promedio). Todo gracias a las mejoras en la alimentación,
la higiene y la medicina. Actualmente, el título de máxima longevidad
lo ostentan las mujeres japonesas, con una esperanza de vida de 83 años
(aunque el ser humano que más tiempo vivió y quedó
documentado fue la francesa Jeanne Louise Calment, que murió a
los 122 años).
James Vaupel, del Instituto Max Planck de Investigación Demográfica
en Alemania, sostiene que el crecimiento de la esperanza de vida se ha sostenido
desde 1840 y que para 2150 el promedio será de 122,5 años, por
lo que los cientocincuentagenarios serán de lo más
comunes.
Gusanos de larga vida
Pero si hay que buscar en algún lado, el secreto de la inmortalidad podría
estar en los genes. De hecho, un grupo de investigadores de la Universidad de
California (Estados Unidos) consiguió la mayor extensión de expectativa
de vida en un organismo al aumentar seis veces el tiempo habitual de vida del
gusano Caenorhabditis elegans. Gracias al tratamiento (que consistió
en inhibir una hormona metabólica y remover sus órganos reproductores),
algunos de los nematodos de muestra llegaron a vivir 144 días, cuando
viven usualmente sólo 20 días. En los seres humanos,equivaldría
a 500 años. Pero a no alegrarse: pese a que el nematodo del experimento
comparte muchas características genéticas con el ser humano, sigue
siendo un organismo bastante simple y nada complejo como el hombre.
Además, el hecho de traspasar la supuesta fecha de expiración
de los 120 años, no significa que valga la pena vivir tanto: muchos científicos
son escépticos sobre la posibilidad de superar tal edad simplemente porque
el cuerpo humano no estaría diseñado para superar
las 12 décadas. Es que con el paso del tiempo prácticamente todos
los sistemas pierden lenta y progresivamente sus funciones: piel, huesos, músculos,
riñones, corazón, vasos sanguíneos, hígado. Lo que
también se descubrió últimamente es que a medida que nos
vamos poniendo viejos, los extremos de los cromosomas de las células
(telómeros) se achican. Algún día, tal vez, se pueda revertir
este proceso y detener el reloj.
Elíxires tecnológicos
Los más optimistas auguran que es muy posible que la generación
de niños que hoy nacen sea la última que conozca la muerte. Es
mucho decir; se trata de una afirmación quizás un poquito ostentosa,
pero con cierta base. Al fin y al cabo, la medicina regenerativa, la investigación
genética, la biotecnología y la nanotecnología avanzan
a pasos gigantescos cada día, y lo que hasta ahora era mera fantasía,
hoy es carne de debate.
El Proyecto Genoma Humano está recogiendo sus frutos. Y a la par se desarrolla
el Proyecto Fausto, dirigido por el Premio Nobel Renato Dulbecco,
con un claro objetivo: duplicar el tiempo humano de vida.
Del lado de la nanotecnología, Robert Freitas, científico del
Institute for Molecular Manufacturing (California, Estados Unidos), considera
que no se está tan lejos de insertar en el torrente sanguíneo
respirocitos, esto es, glóbulos rojos artificiales (nanomáquinas)
con la misión de reparar in situ cuanta avería se presente en
el cuerpo. Si no funciona, queda el dudoso e ineficaz recurso de la criogenia
(congelamiento del cuerpo en nitrógeno líquido después
de la muerte para una posible reanimación).
Como es de imaginar (en esto la imaginación es una herramienta casi obligatoria),
si se consigue por uno u otro camino ganar más años de vida, habrá
que repensar lo que se conoce hoy como sociedad. Igualmente, en comparación
con los tiempos de los que rigen en el cosmos, la vida humana es mucho menos
que el aleteo de una mosca (el universo tiene unos 13.700 millones de años,
el sol, 4500 millones; la Tierra, 4,5 millones; y la Vía Láctea
da una vuelta completa cada 200 millones). Tal vez con eso, vivir años
más o años menos, no haga mucha diferencia. Siempre y cuando sean
buenos.
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