Sáb 08.11.2003
futuro

ÚLTIMOS AVANCES EN LEVITA

Por los aires

Por Federico Kukso

Se sabe: el hombre tiene límites y limitaciones. No puede comer vorazmente sin enfermarse, es incapaz de vivir para siempre, se asfixia si no respira oxígeno, y menos que menos puede superar la velocidad de la luz (300 mil km/seg). Y ni qué hablar de la imposibilidad de volar sin máquinas, un onírico lugar común en las fantasías humanas.
Es curioso el tema de la levitación. Más que nada porque se lo relaciona con frecuencia a ilusionistas (David Copperfield, por ejemplo), monjes budistas, yoguis hindús y otros representantes de eso que se hace llamar meditación trascendental. También hay religiones que ostentan levitadores y otros personajes que desafían las universales leyes de la física. De hecho, por siglos la levitación era considerada un Signum Dei, es decir, signo de divinidad, un salvoconducto a la beatificación o canonización de santos en los tribunales teológicos católicos.
Son muchos los santos católicos a los que se atribuye la capacidad de levitar. El filósofo e historiador alemán Joseph von Görres (1776-1848), en su ostentosa obra Christliche Mystik (Mística Cristiana), menciona cerca de setenta y dos casos de (dudosos) levitadores (entre ellos: Santo Tomás de Aquino, San Ignacio de Loyola y Francisco de Asís). Pero el que se lleva todos los laureles es San José de Cupertino, un franciscano del siglo XVII que, según Göres, volaba en público (viajes de 25 metros de distancia), manteniéndose hasta dos horas suspendido en el aire.
Ahora bien, estos casos no bastan para exiliar la levitación de un serio y concienzudo análisis. De hecho, dejando de lado a parapsicólogos, manosantas y otros charlatanes, el hacer flotar objetos está de moda en varios institutos de investigación del mundo.

Vias magneticas
Donde se han logrado los mayores éxitos es en el transporte. Por lo pronto, los trenes de levitación magnética gozan de una creciente popularidad. Sin ir más lejos, estos bólidos de acero son considerados el transporte de masas del futuro y una dura competencia para los aviones (al menos para distancias inferiores a 800 kilómetros). El corazón de los trenes magnéticos está constituido por varios electroimanes superconductores que permiten sostener en el aire a los vehículos (entre 1 y 10 centímetros del suelo). La propulsión de estos trenes se basa en el principio de atracción y repulsión entre campos magnéticos: la levitación se logra cuando se enfrentan dos campos magnéticos de polaridades iguales con una tercera fuerza que es la gravitacional. También cuenta con unas bobinas situadas delante del tren que se polarizan para atraer al tren hacia ellas, mientras que las que están detrás del tren se polarizan inversamente para que lo empujen. Así y con rápidos cambios de polarización de las bobinas, se logra que el tren avance.
Japón y Alemania son los dos países que llevan la delantera en esta tecnología, imaginada en 1920 por el ingeniero alemán Hermann Kemper. Los japoneses cuentan con el Maglev, mientras que los alemanes tienen el Transrapid. Ambos “vuelan” a velocidades comerciales de 500 km/h, aunque pueden llegar a los 550 km/h.
Ya para 1994 otros países habían logrado desarrollar sus propios ferrocarriles Maglev, entre ellos Estados Unidos, China, Francia, Italia, España y Corea del Sur.

Ranas, monedas y levitadores
Pese a que muy pocos físicos aceptan la llamada “antigravedad” como una fuerza real (porque va en contra de lo que se conoce en el universo físico, lo cual es imposible), ciertos científicos no cesan de hacer flotar cuanto objetos caigan en sus manos. Andrew Geim y sus colegas de la Universidad de Nijmegen (Holanda) son un ejemplo: hacen levitar desde pizzas a ranas (ubicando los objetos entre dos campos magnéticos) a través de un sistema conocido como “microgravedad diamagnética”.
También hacen de las suyas Laurence Eaves y sus colegas de la Escuela de Física y Astronomía de la Universidad de Nottingham (Gran Bretaña), quienes consiguieron que objetos sólidos como unas monedas pudieran flotar en el aire. Cuando el campo magnético es lo suficientemente fuerte como para doblegar la gravedad y mover el peso de un cuerpo sólido, los objetos introducidos en un tubo lleno de oxígeno frío simplemente flotan. Los ingleses ya consiguieron con éxito llevar a cabo la experiencia con una moneda de una libra esterlina, dos tipos de cristal y un trozo de plomo.
Evidentemente, el asunto está en lograr que los objetos no toquen el suelo y desafiar ese famoso adagio (hecho ley) que dice que todo lo que sube inevitablemente baja. No con sólidos sino con líquidos, varios grupos de la NASA pretenden lo mismo. Para eso construyeron el Levitador Electrostático (Electrostatic Levitator o ESL en inglés) en el Centro Marshall de Vuelo Espacial, en Huntsville, Alabama. El ESL utiliza electricidad estática y un campo de fuerza para hacer flotar metales líquidos (como una gota de níquel-zirconio de 3 mm) en una cámara de vacío. Hasta ahora la energía del levitador electrostático es limitada, de tal manera que las muestras no pueden tener más de 3 mm de diámetro y pesar más de 30 a 40 Mg.
Hay también empresas que ya lanzaron ostentosos programas de investigación en antigravedad. Ese es el caso del grupo inglés BAe Systems, los constructores de los aviones Boeing, con su Proyecto Greenglow. Al parecer, están fascinados con los trabajos del físico ruso Yevgeny Podkletnov, quien en 1996 anunció haber logrado la forma de liberar a los objetos de parte de su peso, esto es, de la gravedad. Su experimento, desarrollado en la Universidad de Tampere (Finlandia) y publicado en la revista especializada Physica C, consistió en disponer objetos sobre un disco superconductor que giraba sobre potentes electroimanes. Sorprendentemente, los objetos perdían entre el 0,5 y 2% de su peso. Una lluvia de críticas no tardó en caer sobre Podkletnov y su trabajo, que nadie logró reproducir con éxito. No obstante, los de Boeing ya se contactaron con el científico ruso para poner a punto su línea de naves “antigravedad”. Mal no hacen: después de todo, siguen el ejemplo de los hermanos Wright, quienes hicieron oídos sordos al sentencioso dictamen de que “jamás se puede elevar algo más pesado que el aire”.

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