LA FUTUROLOGíA YA HIZO SUS APUESTAS
Profetas tecnológicos
por Federico Kukso
Cada época tiene su peculiar forma de ver la historia, de plantarse ante el transcurrir. Los griegos y los antiguos chinos consideraban el trajín histórico como un proceso cíclico. También estaban aquellos para los cuales “todo tiempo pasado fue mejor” y pintaban el mundo de nostalgia. Frente al futuro, no eran nada optimistas y aguardaban taciturnos más de lo mismo o algo peor. Así fue hasta que irrumpió la idea de progreso (hacia el siglo XVIII, aunque se consolidó a fines del XIX) y aplastó cualquier otra forma de ver y sentir el mundo: la historia era sí o sí un proceso en continuo avance y de felicidad asegurada. La creencia tropezó a principios del siglo XX con los horrores que trajo consigo la Primera Guerra Mundial, la Gran Depresión y luego el advenimiento de los totalitarismos. De modo tal que al ciego optimismo progresista no le quedó otra que emprender la retirada o, por lo menos, dudar de sí mismo.
Sin embargo los ánimos y euforias tecnológicas no se disiparon del todo. A medida que el milenio pasado llegaba a su fin, cobraron más impulso, con algunos recaudos: se perdió la ingenuidad tan corriente en las invenciones de Julio Verne y H. G. Wells a la hora de describir escenarios siempre lo más lejos posible, y no hay ya tecnología que se imponga sin cultivar detractores. Ahora los “ánimos de futuro” tienen cada vez más y mejores promotores: los “futurólogos”, personajes que no son ni “psíquicos” ni tarotistas. Por el contrario, son científicos que pronostican lo que va a ocurrir en cinco, diez o cien años en base al actual estado de la sociedad y de la ciencia.
Y no son pocos. Al menos treinta mil futurólogos forman parte de la Sociedad Mundial del Futuro (World Future Society), creada en 1966 y cuya sede se encuentra en el estado de Maryland, Estados Unidos. Su lema es: “Cuando la gente puede visualizar un futuro mejor, se puede comenzar a construirlo positivamente”.
Uno de sus métodos consiste en extrapolar tendencias y delinear futuros posibles trabajando siempre en el marco de la inter y multidisciplinariedad. Son cautos y distinguen entre lo posible, lo probable y lo preferible.
Futuro imperfecto
Los futurólogos se alimentan de la inquietud por saber qué va a pasar mañana. Comercian con sustancias siempre cautivantes: la ilusión y la esperanza. Son los modernos profetas, profetas tecnológicos que tienen como coartada el siglo XXI y el condicional y el futuro como tiempos de verbo favoritos.
El inglés John Brockman, editor de la revista Edge, es uno de ellos. En su libro Los próximos cincuenta años: la ciencia en la primera mitad del siglo XXI (The Next Fifty Years: Science in the First Half of the Twenty-First Century), da rienda suelta a su imaginación y se atreve a especular sobre cuáles serán las próximas maravillas científicas que cambiarán el mundo. Y no está solo: junto a otros 25 renombrados científicos y escritores discute el futuro de la ciencia desde distintos campos de estudio. Por ejemplo, Martin Rees, profesor de astronomía y cosmología de la Universidad de Cambridge, confía en el proyecto SETI y sostiene que gracias a los avances tecnológicos las posibilidades de detectar la presencia de vida fuera de la Tierra cada vez serán mayores.
Con respecto a la salud, los futurólogos ven el año 2050 con optimismo. Avizoran mejoras para muchos males que afectan al cerebro gracias aimplantes de chips electrónicos y al control de la división del ADN (con el cual se evitarían muchas enfermedades desde que se está en el vientre materno). Richard Dawkins, biólogo evolucionista (Universidad de Oxford), predice que para 2050 sólo costará unos cientos de dólares secuenciar el genoma personal y saber de antemano qué enfermedades le esperan a uno.
Robots cirujanos, “nano-docs” (pequeños como una bacteria y capaces de reconocer y eliminar gérmenes en el torrente sanguíneo), xenotrasplantes (utilización de órganos de animales como fuente de reemplazo de órganos humanos), clonación de partes del cuerpo desde el propio ADN y terapias de genes completan estas visiones en fuga y, aseguran los futurólogos, pueden ser áreas recurrentes en las próximas décadas. Su contrapunto: el aumento de la eugenesia, la búsqueda de pequeñas “mejorías” en el diseño humano.
El escritor Arthur Clarke también forma parte de este selecto grupo y augura que para 2023 se podrá clonar dinosaurios a partir de ADN creado por computadoras. También considera que para 2057, año del centenario del Sputnik 1, el nacimiento de la era espacial se celebrará no sólo en la Tierra, sino también en la Luna, Marte, Europa, Ganímedes y Titán, así como en estaciones espaciales situadas en la órbita de Venus, Neptuno y Plutón.
El pez por la boca muere
La dimensión oracular de estas afirmaciones llama la atención. Buscan refugio en mundos distantes, aún sin existir, que suscitan el asombro momentáneo y escapista. Si quieren luego no ser condenados o calumniados, los futurólogos saben que no deben pecar de arrogantes al momento de sacar brillo a su particular bola de cristal. No sea que queden escrachados como los siguientes nombres que se atrevieron a pensar el futuro: “Creo que hay un mercado mundial de quizás unas cinco computadoras” (Thomas Watson, director de IBM, 1943); “no existe una sola razón por la cual alguien querría tener un computadora en su casa” (Ken Olson, presidente y fundador de Digital Equipment Corp., 1977); “es imposible crear aparatos que vuelen y que sean mas pesados que el aire” (Lord Kelvin, presidente de la Royal Society, 1895); “la clonación de mamíferos es biológicamente imposible” (James McGrath y Davor Solter, en la revista Science, diciembre 14, 1984); “todo lo que se podía inventar, ha sido ya inventado” (Charles H. Duell, Oficina estadounidense de patentes, 1899).