Obsesión fatal
Por Alicia Marconi
Hace no más de una década, un grupo de investigadores médicos aburridos de objetos de estudio convencionales, como el efecto de tal o cual droga sobre determinada afección o la utilidad de cierta intervención quirúrgica, decidió poner la lupa sobre elementos bastante más cotidianos y más alejados de la mirada científica. Dejaron a un lado los pruritos académicos y se pusieron a estudiar juguetes.
Pero no cualquier juguete. Reunieron una buena cantidad de muñecos de He-Man, G.I.Joe, entre otros personajes de moda entre los niños de entonces, y luego de mirarlos un poco más de cerca y de compararlos con personas de carne y hueso (como ellos) llegaron a la conclusión de que sus dimensiones corporales distaban bastante de las que uno podría considerar como normales.
Tras medir cuidadosamente la anatomía de estas pequeñas figuras de plástico, los investigadores confirmaron sus suposiciones: la masa muscular de los juguetes con los que habitualmente juegan los chicos es un par de veces mayor a la de una persona adulta normal, y hasta resultaría difícil de obtener para una persona adicta al fisicoculturismo.
Los investigadores no dudaron entonces en comunicar en el trabajo científico que reflejó sus estudios con juguetes su temor por la imagen corporal ideal que éstos transmiten a los chicos. Y si bien el fisicoculturismo no figura entre las actividades preferidas de los infantes y los adolescentes, lo cierto es que los últimos años han sido testigos del nacimiento de un abanico de afecciones psíquicas relacionadas con una falsa percepción de la imagen corporal.
Del grupo de las llamadas dismorfofobias (también conocidas como trastornos dismórficos corporales), la que menos ha sido estudiada pero que a la vez atrae buena parte de la atención de los especialistas en salud mental es la vigorexia o dismorfia muscular o, también, “complejo de Adonis”: quienes la padecen se entrenan hasta desfallecer sin por eso dejar que la musculatura obtenida les impida seguir viéndose débiles, enclenques y carentes de cualquier atractivo físico.
En los Estados Unidos, país en donde se ha puesto mayor énfasis en el estudio de este problema, se estima que alrededor del 1 por ciento de la población padece este trastorno dismórfico corporal. No es de extrañar entonces que en ese país se gasten dos billones de dólares al año en matrículas de gimnasios, y una cantidad equivalente en aparatos para realizar gimnasia puertas adentro de casa. ¿Otro dato? Men’s Health, revista cuyo caballito de batalla es el cuidado del cuerpo masculino, aumentó su tirada de 250.000 a 1.500.000 ejemplares entre 1990 y 1997.
Espejito, espejito, dime quien
es el mas bonito
El primero en referirse a estos trastornos en los que las personas poseen una visión distorsionada de su cuerpo fue el psiquiatra italiano Enrico Morselli, que en 1891 publicó en el boletín de la Academia de Génova un artículo titulado “Dismorfofobia”. Sin embargo, es a fines del siglo pasado cuando el estudio de este grupo de afecciones –que en algúnmomento recibió el apodo de “fealdad imaginaria”– cobró mayor relevancia, por el aumento de su presencia en el mundo occidental.
“El trastorno dismórfico corporal es una condición que implica una preocupación intensa por un aspecto particular o por la apariencia física en una persona de apariencia normal. Algunos individuos pueden desarrollar una obsesión en torno a un aspecto de su apariencia, por ejemplo, pueden considerar que su nariz es muy larga”, puede leerse en una artículo del Bio-Behavioral Institute de Nueva York, dirigido por el psiquiatra argentino José Yaryura Tobías, un experto en la materia.
Más precisamente, el manual de diagnóstico psiquiátrico DSM-IV (Diagnostic and Statistical Manual), de la Asociación Psiquiátrica Norteamericana, establece los siguientes criterios diagnósticos para estos trastornos: preocupación por un defecto imaginario de la apariencia o preocupación excesiva ante un defecto leve; preocupación que causa un estrés clínicamente significativo que imposibilita la vida social del individuo; preocupación que no es resultado de otro desorden mental, como la anorexia nerviosa.
¿Un ejemplo? Un artículo de la Asociación Psiquiátrica Norteamericana describe un caso típico: “Paul, 30 años, está preocupado por unas manchas en su cuello. Sin embargo, las únicas lesiones visibles son úlceras causadas por él mismo al rascarse. El evita los espejos debido a que se siente atraído a observarse el cuello durante largos períodos de tiempo. Evita las situaciones sociales, pues cree que todos miran permanentemente su cuello. Paul siempre lleva polera, sin importarle la temperatura”.
Estudios recientes sugieren que el padecimiento de estas personas se encuadra dentro del espectro de los desórdenes obsesivo-compulsivos: “en estos casos, los pensamientos intrusivos son aquellos relacionados con defectos imaginarios en la apariencia, y que son aquellos que los llevan a repetir comportamientos para poder lidiar con ello, como mirarse en el espejo”, señala un artículo del Bio-Behavioral institute.
Llamando al consultorio
equivocado
En las últimas décadas del siglo XX, la dismorfofobia recibió varios apodos médicos más: “hipocondriasis dermatológica”, “preocupación hipocondríaca por lesiones triviales” o “dermatological nondisease” (algo así como “no-enfermedad dermatológica”). Todos estos nombres surgen del área de la dermatología, ya que sus cultores suelen recibir con más frecuencia de la deseable a estos pacientes, que acuden quejándose por “una manchita horrible que les arruina el rostro” o “un pelo demasiado enrulado que no hace juego con la cara”.
Otra especialidad médica que suele lidiar con (cuando no aprovecharse de) estos pacientes es la cirugía plástica. Recientemente, un estudio realizado por investigadores del Centro Médico Universitario de Utrech (Holanda) llegó a la conclusión de que buena parte de las mujeres que se someten a un implante mamario debería visitar en primer lugar no al cirujano plástico ... sino al psicólogo o al psiquiatra.
Según los autores del estudio publicado en la prestigiosa revista British Medical Journal, las mujeres que reciben un implante mamario presentan un riesgo tres veces mayor de suicidio. “Dado el hecho de que ya ha sido documentado el vínculo entre ciertos desórdenes psiquiátricos y el deseo de someterse a una cirugía estética, este riesgo aumentado de suicidio quizás refleje una mayor prevalencia de psicopatologías en estos pacientes y no una asociación causal entre implantes mamarios y suicidio”, sugirieron los investigadores.
En síntesis, la Asociación Psiquiátrica Norteamericana estima que entre el 6 y el 15% de los pacientes que acuden al dermatólogo y al cirujano plástico padecen alguna forma de trastorno dismórfico corporal. “Estos pacientes consultan repetidamente a profesionales médicos, como cirujanosplásticos o dermatólogos en busca de formas de mejorar su apariencia. Cirugías plásticas a repetición, como las rinoplastias, son tremendamente comunes”, afirman especialistas del Bio-Behavioral Institute.
Carne de gimnasio, dieta
y anabólicos
La paternidad de la descripción de la vigorexia o dismorfia muscular se le atribuye a Harrison G. Pope, psiquiatra de la Facultad de Medicina de Harvard en Belmonte, Massachusetts, Estados Unidos, quien tras estudiar una muestra de nueve millones de estadounidenses que solían concurrir a gimnasios llegó a la conclusión de que algunos de ellos padecían algún desorden de tipo emocional que les impedía sentirse satisfechos con los resultados de su entrenamiento.
Así, en 1993 Pope describió las características básicas de esta “anorexia reversa” (en vez de verse obesos se ven enclenques, en vez de consumir laxantes y diuréticos consumen anabólicos, afecta más a los varones que a las mujeres):
u Preocupación por la figura.
u Imagen propia distorsionada.
u Baja autoestima.
u Comportamiento introvertido y poco integrado socialmente.
u Tendencia a la automedicación.
u Alteraciones en la dieta.
Como prolijas víctimas de un trastorno de tipo obsesivo-compulsivo, estos varones quedan atrapados en rituales: pesarse, mirarse en el espejo, entrenar durante horas, adoptar dietas estrictas a base de proteínas para ganar masa muscular ... y vuelta a empezar. El resultado a la larga no es otro que alteraciones nutricionales, metabólicas, androgenización causada por los anabólicos, deformaciones óseas y problemas articulares ocasionados por la hipertrofia y el sobreesfuerzo muscular.
Además, quienes la padecen, generalmente hombres de entre 18 y 35 años de edad, no conformes con su apariencia, comienzan a aislarse de su entorno (amigos, familia, personas del sexo opuesto). Tal es así que un síntoma que refleja la cada vez mayor prevalencia de esta afección es la multiplicación de gimnasios que abren sus puertas de noche, lo que no sólo les permite entrenar en horas de sueño, sino también evitar la mirada reprobatoria del otro ... ¡no vaya a ser que le diga alfeñique!