VUELVE MINOTAURO, UNA COLECCIóN QUE HIZO HISTORIA
Siempre es hoy
CRONICAS MARCIANAS
Ray Bradbury
Minotauro, Ed. Planeta
263 págs.
Por Federico Kukso
La colección Minotauro, como su nombre lo indica, fue una colección épica en la Argentina, que impulsó la ciencia ficción y, como dice Pablo Capanna, a la ciencia misma. Fue y es, pues, como aquellas buenas cosas que se van pero no para siempre, acaba de volver a las librerías con nuevas versiones de sus clásicos (Solaris, de Stanislav Lem, Noches de cocaína, de J.G. Ballard, La naranja mecánica, de Anthony Burgess) en formato de bolsillo. Epica es Minotauro y épica es también una de las obras fuertes “relanzadas”, Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, acompañado por un también delicioso prólogo de Jorge Luis Borges.
UNO, DOS, TRES, MARTE
Decir Bradbury es decir Marte. No porque este renombrado escritor norteamericano –nacido en Illinois el 22 de agosto de 1920– se haya dedicado sólo a fantasear sobre el planeta rojo (para muestra de ello, basta mencionar aquellas joyitas no espaciales como Fahrenheit 451, Zen en el arte de escribir y El vino del estío) sino porque su nombre es un clásico en ese Olimpo (o Parnaso) marciano que habitan H.G. Wells, Edgar Rice Burroughs y Robert Heinlein.
De alguna manera, Bradbury es uno de los escritores “oficiales” de Marte, del mainstream, por así decirlo. Crónicas marcianas fue escrita al calor de la Guerra Fría y de la histeria anticomunista estadounidense: son, como todo el mundo sabe, 25 historias cortas situadas entre enero de 1999 y octubre de 2026, cuando el apocalipsis (bélico y nuclear) parecía inminente y puede, quizás retrospectivamente, leerse como una crítica del hombre en su actitud frente a lo extraño y su irracional fascinación por la conquista.
De forma paulatina la colonización del planeta rojo comienza en un futuro (para el escritor; pasado para el lector) 1999. En cohetes plateados, la humanidad abandona la Tierra en sucesivas oleadas con el único fin de reproducir su consumista estilo de vida (léase: el american way of life). Como en toda conquista, el conquistador (ciudadano estadounidense) sojuzga al conquistado (ciudadano marciano) y lo relega no sólo territorialmente sino que también lo empuja al olvido.
¿NO FUTURE?
Lo que queda claro en este clásico de la ciencia ficción, camino obligatorio en la literatura universal, es que las crónicas marcianas (sí, en minúscula) hablan de mucho más que de Marte. Son una profunda crítica social –con sus acertados golpes al imperialismo, el racismo, la contaminación ambiental, la carrera armamentista y la censura– en la que, en un giro sin precedentes (para la época de la publicación de esta obra, 1950), los invasores son los seres humanos.
Como suele suceder con las obras de ciencia ficción que ahondan en un más allá temporal, que con el tiempo se vuelve presente (y hasta pasado,como ocurre con el 1999 de Crónicas marcianas o el 2001 de Odisea espacial), el efecto de sentido puede terminar caduco o hasta ingenuo y naïf. Lo que no quiere decir que deje de ser una genialidad, claro está.
El Marte de Bradbury –cargado de un tinte de melancolía y nostalgia por la humanidad perdida– no es ni por asomo aquel planeta rocoso y desolado que muestran las sondas espaciales y ahora aquella dupla robótica fuerte de espíritu y de oportunidad, pero aún así sigue siendo un Marte creíble: Bradbury pulsa el botón de pausa y pone en suspenso todo lo que ahora sabemos del planeta vecino, para que sus conquistadores puedan correr sin cascos y navegar los canales llenos de agua, con los cabellos al viento. Verosimilitud bien cuidada que hace que no suenen del todo descabelladas la proliferación de los incendiarios de libros en la Tierra y el tesón de la “Sociedad de Represión de la Fantasía”. Un paisaje muy parecido al esculpido por un tal G.B.