LOS DESAFIOS DEL RUBIK, EL "CUBO MAGICO"
Más cubistas que el cubo
› Por Federico Kukso
Hace treinta años, un pequeño cubo multicolor conquistó el mundo. Los cubistas y los descendientes de Picasso tuvieron que salir corriendo a disipar dudas y rumores, y confesar que no tenían nada que ver con todo eso. En realidad, el culpable (si así se lo puede llamar) fue un tal Ernö Rubik, para entonces un treintañero escultor, arquitecto, diseñador y profesor de la Escuela de Artes Comerciales de Budapest (Hungría), a quien, para estimular a sus anémicos estudiantes no le quedó otra que crear este rompecabezas tridimensional –un cubo cuyas seis caras están divididas en nueve partes, lo que conforma un total de 27 piezas que se deben articular para lograr que cada cara tenga un color en particular–, al que le endilgó el nombre de büvös kocka (cubo mágico, en húngaro). (Pocos años después confesó que en realidad el juego nació de la necesidad de dar con algún tipo de estímulo que ayudara a su hijo discapacitado a pensar y coordinar colores y combinaciones matemáticas con las que ejercitar su mente.)
Simpleza, belleza y gracia se mezclan en este juguetito, pronto conocido por el nombre de su inventor; hoy, uno de esos objetos de culto que despiertan, en un rush de nostalgia suscitado por un ataque ochentoso, expresiones del tipo “¿te acordás de...?” o “sí, yo lo tenía”.
200 MILLONES DE AMIGOS
La creencia existe; está ahí, como si fuese algo natural y mundialmente consensuada. Muchos la aceptan, transan con ella, bajan la cabeza y se resignan; otros, en cambio, la discuten y, como férreos cruzados, le hacen frente. Para los más, las matemáticas (una actividad vieja como la música y la poesía) son aburridas, complicadas, algo ajeno, sólo circunscriptas a la escuela o aquellos enigmáticos casones embrujados llamados Institutos de Cálculo. Precisamente contra estas ideas fue que Rubik apuntó sus cañones cargados de cubos mágicos. Y, aunque no ganó la guerra, logró convertir a muchos (más de los pensados) en fervientes creyentes de la santidad matemática: desde su lanzamiento al mercado en 1977, se vendieron en todo el mundo alrededor de 200 millones de cubos; se abrieron miles de clubes de fanáticos; se organizaron competencias internacionales de velocidad (el primer campeonato mundial se libró el 5 de junio de 1982 en Budapest y tuvo como ganador al estadounidense Minh Thai con un record de 22,95 segundos); y hasta ganó una parcela en el prestigioso y centenario Diccionario de Inglés Oxford. Es más, el juguete llegó a tener su propio dibujito animado (The Pac-Man/Rubik, Amazing Cube Hour) que se estrenó en la cadena ABC de Estados Unidos el 10 de septiembre de 1983 y duró en el aire apenas 12 episodios. Y, verdaderamente, fue mucho: la historia (si es que se puede decir que había una) era protagonizada por Carlos, un chico que, junto a su hermano Renaldo y su hermana Lisa, descubre el cubo que al alinear sus colores cobra vida y emprende con él una “aventura mágica”.
AL QUE QUIERE CELESTE, QUE LE CUESTE
Ahora bien: nadie dice que el cubo mágico sea fácil; al mismo Rubik le costó un mes resolver por primera vez el rompecabezas. Las posiciones no son infinitas, pero sí muchas: en total, hay ni más ni menos que unas 43.252.003.274.489.856.000 configuraciones posibles diferentes (si uno se tomase un segundo para realizar cada uno de estos movimientos tardaría 1400 millones de millones de años; el universo sólo tiene unos 13.700 millones). Y sólo una de estas posibilidades es la correcta. Ahí, entre los miles de olvidables “prueba y error” está escondida la matemática. De hecho, el cubo de Rubik encarna un problema de la teoría de grupos (estructuras matemáticas cerradas). No es para nada imposible (aunque unos así lo crean) resolverlo. De hecho, si uno no tiene mucha paciencia (o quizá resolver este rompecabezas se convirtió en esas “tareas para hacer” que sacan el sueño), hay cientos de páginas en Internet, en todos los idiomas imaginables, que enseñan a, digámoslo bien, hacer trampa y desmarañar lo indesmarañable. Y si eso no funciona, uno o bien puede ir solicitando turno en un hospital para que le traten alguna de las dos noveles condiciones (pulgar del cubista y muñeca Rubik), ingeniárselas para asistir a una reunión de los “Cubahólicos Anónimos” (organización voluntaria fundada en 1980 por un tal Augustus Judd, un cubomaníaco confeso) o bien llamar a un abogado. Y ya hay quien lo hizo: en 1981 Frau Schmidt, de Dusseldorf, Alemania, le solicitó a su esposo el divorcio arguyendo que “Gundar no me habla más y cuando viene a la cama está tan cansado que ni me abraza”.
Una cosa es cierta. Cada vez que se gira una hilera o se tuerce una columna, estallan las preguntas de siempre: ¿Dónde termina el juego y dónde comienza la matemática?; ¿hay matemática en las cosas o las estructuras matemáticas solamente están en la mente humana?; ¿cuál es la manera más sencilla de conocer el mundo? Cuando se trata del Rubik, no hay tiempo perdido: es la manera ideal de adentrarse en un mundo de constantes desafíos (con penas y gratificaciones), de plantearse no las preguntas que uno quiere sino las que su realidad propone. Y, a la manera de los pitagóricos, Euclides, Arquímedes, Apolonio, Fibonacci, Pascal, Fermat, Descartes, Gauss, Hilbert, Russell, Whitehead, Wittgenstein, y Gödel (y la lista sigue), degustar el sabor lúdico del pensar y el conocer.