GENETICA Y EVOLUCION
Especie en extinción
› Por Federico Kukso
Para algunos, en un principio bien pudo haber sido la palabra, los siete días plenos de creatividad, un jardín edénico rebosante de animales y plantas sin nombre, Adán, Eva y sus parras encargadas de cubrir el pudor, la manzana, la serpiente y el exilio errante, efecto directo de una tentación. Para otros, en cambio, la cosa quizás fue un poco menos bucólica y comenzó a rodar a partir de un crujido soberbio, portentoso y unidireccional que en su camino fue testigo de la imparable maratón reproductiva de un sola célula anónima de la que nació todo lo que camina día y noche sobre la Tierra.
Prodigiosa o no, la flecha del tiempo suelta desde el gran bang conoce lamentablemente sólo un camino. Y desde que se desprendieron de su prurito sectario, las universidades se atiborraron de literatos que gozan tanto escudriñando lo dicho y hecho como se alarman a la hora de detectar quienes prefieren nadar en lo aún no dicho y no hecho. Charlatanes, ciegos profetas, eufóricos apóstoles futuristas son algunas de las etiquetas que les endilgan los estudiosos de lo muerto. Pero cuando quien predice es un matemático, un físico o un biólogo –en fin, alguien que haya transitado por la alfombra roja de la seriedad protocolar científica–, los dedos acusadores alzados tiemblan y declinan.
Susceptible a ser zarandeada por hordas de puritanos conservadores, la genetista australiana Jenny Graves (de la Australian National University) se animó y habló: “Casi la mayor parte del cromosoma Y humano original se ha perdido”, clamó en la 15ª Conferencia Internacional de Cromosoma en la Universidad Brunel (Gran Bretaña)–. Y por si no había quedado nadie estremecido en la sala, continuó detallando el oscuro panorama: “De los 1438 genes con los que empezó el ser humano hace 300 millones de años, el cromosoma Y –que determina el sexo masculino– perdió en el curso de la evolución 1393 y a este ritmo, dentro de diez millones de años perderá los 45 genes que ahora tiene”. ¿El fin de la humanidad? De ninguna manera. ¿De los hombres, entonces? Para la científica australiana, tal vez.
Naturalmente, para decir tal cosa, Graves tuvo que presentar pruebas. Así fue como dio a conocer su última investigación en la que comparó el cromosoma Y humano con el de ratones para rastrear esta mengua. “Observamos que la mayoría del cromosoma Y original desapareció y lo que quedó se salvó de la extinción gracias a la ayuda de otros cromosomas –explicó–. Hasta el gen SRY que determina el sexo en el embrión y desprende hormonas masculinas está en peligro.”
Como era de esperar, Graves recibió un alud de e-mails y cartas rebatiendo sus datos. Una de ellas fue la del estadounidense Richard Wilson, de la Universidad de Saint Louis (Missouri), que blandiendo su artículo publicado en 2003 en Nature tranquilizó: “El cromosoma Y logró ser muy eficaz para preservar sus genes importantes pues aunque no puede reparar los genes dañados, se las arregla intercambiando y recombinando su ADN para salvar los más importantes y asegurar su supervivencia a largo plazo”.
Pero cuando Graves parecía vencida y la existencia de la masculinidad salvaguardada, la investigadora volvió a la carga con una pequeña sorpresa. Aparentemente, antes de la desaparición absoluta del cromosoma Y, los mecanismos (ciegos y sordomudos) de la evolución comenzarían a funcionar y luego de varias recombinaciones genéticas darían pie al nacimiento de dos nuevas diferentes subespecies humanas. Y tal vez, sólotal vez, entonces asome no el Homo sapiens sino el Homo futuris, como muchos lo llaman, sin muelas de juicio, apéndice, dedo meñique del pie, pero con un cerebro más grande y alejándose cada vez más del aspecto rústico y bárbaro de los primeros homínidos que hace tres millones de años empezaron a arañar la faz de la Tierra.