ANTROPOLOGIA Y LINGüISTICA: EL LENGUAJE Y EL PENSAMIENTO
› Por Esteban Magnani
¿Cómo abordamos
el mundo? ¿Cómo nos llega? Ojos, oídos, boca, piel nos
permiten acceder a la parte del mundo que reconocen mientras vedan otras. Si
en lugar de mirar con los ojos utilizáramos un sistema de sonar del tipo
del que tienen los murciélagos, en lugar de cines habría surgido,
seguramente, alguna forma de arte totalmente distinta. De alguna manera y
sin necesidad de caer en un relativismo asfixiante las herramientas con
las que percibimos determinan en buena medida la propia concepción del
mundo.
De manera muy similar, sostienen corrientes psicológicas y lingüísticas,
las herramientas humanas para el pensamiento están limitadas por la lengua
propia, por estructuras gramaticales internalizadas que permiten pensar determinadas
cosas.
La idea resulta bastante intuitiva para aquellos que manejan dos idiomas con
cierta fluidez y pueden percibir la distancia entre dos modos de pensar asociados
a cada uno de los lenguajes. Una teoría elaborada a fines de los años
30 por un lingüista amateur llamado Benjamin Lee Whorf aventuró
que el lenguaje determina la naturaleza y el contendido del pensamiento. Ese
fue el primer paso de una corriente de investigación que tuvo su auge
en los años 50, pero que luego decayó a causa de los estudios
del gran lingüista Noam Chomsky y por otras corrientes que cambiaban el
orden de los factores para afirmar que damos nombre a lo que podemos pensar
o, al menos, que hay entre ambos términos una relación dialéctica.
Las teorías lingüísticas opuestas se cruzan y reescriben
con pocas posibilidades de empiria frente a la caja negra del pensamiento. Por
eso la sorpresa cuando Peter Gordon, psicólogo de la Universidad de Columbia,
Estados Unidos, aseguró tener pruebas de que cuando un lenguaje
elige distinguir una cosa de otra afecta la forma en que un individuo percibe
la realidad. El aserto levantó una polvareda lingüística.
Los pirahã
En el Amazonas profundo, cerca de la frontera del Brasil con Bolivia, hay
una pequeña tribu de aborígenes cazadores recolectores a los que
se conoce como pirahã, quienes utilizan un lenguaje peculiar: es el que
menos sonidos tiene de todos los conocidos (sólo tres vocales y ocho
consonantes para los hombres y una consonante menos para las mujeres), la lengua
puede ser silbada tanto como hablada, no utilizan oraciones con subordinadas,
etc.
La particularidad que llamó la atención de Gordon y que le permitió
elaborar sus experimentos es que el pirahã es descripto como un lenguaje
de la categoría uno, dos, varios porque en su vocabulario
sólo admite esas posibilidades numéricas: lo que sea más
de dos no importa si tres, cinco o 40 se contabiliza como varios.
Aprovechando esta particularidad, Gordon hizo varios experimentos con estos
aborígenes para ver cómo podían hacer para comprender los
números más allá de las limitaciones de su lenguaje. En
uno de ellos (cuya filmación se puede ver en Internet: http://faculty.tc.columbia.edu/upload/pg328/counting.avi)
les mostraba a algunos adultos que estaban frente a él una serie de objetos
en distinta cantidad, que debían representar alzando sus dedos. Mientras
los objetos fueran tres o menos los sujetos alzaban una cantidad similar de
dedos, pero con 4, 5 o más comenzaban los problemas, que aumentaban en
la misma medida que la cantidad de objetos utilizados. Gordon concluyó
así que la idea de número no podía siquiera elaborarse
en los pirahã debido a que carecían de palabras para ellos.
No tan distintos
Dan Everett, un antropólogo lingüista de la Universidad de
Manchester (Reino Unido), que trabaja con los pirahã regularmente desde
hace más de una década y convivió largo tiempo con ellos
junto a su propia familia, no acuerda con las conclusiones de Gordon. Según
Everett, tanto el lenguaje como el pensamiento de los miembros de esta tribu
están relacionados con una forma de ver el mundo, una cultura. Es más,
para Everett los pirahã no tienen ninguna forma de numeración,
ni siquiera lo que se traduce como uno, dos, varios; en realidad,
ni siquiera diferencian masa de cantidad, y cita un ejemplo: utilizan la misma
frase para decir lo que un occidental llamaría un pescado grande
o varios pescados pequeños. El concepto de cantidad es para
ellos esquivo y distinto del nuestro; ni siquiera existe una manera de comparar
cantidades, porque la categoría más que esta ausente
en su idioma.
En realidad, Everett encontró en la comunidad amazónica muchas
particularidades que trascienden lo lingüístico: carecen de mitos
originarios, términos para los colores, no dibujan, no duermen más
de dos horas seguidas, que falsan á la Popper unas cuantas ideas antropológicas
sobre ciertos rasgos universales de las culturas.
Frente a la evidencia que él y otros recolectaron, Everett elaboró
una conclusión distinta según la cual los pirahã tenían
una percepción del mundo que, al menos frente a los ojos occidentales,
parece limitada a la experiencia directa. Por otra parte, según Everett,
los pirahã desprecian a los que son distintos a ellos y no quieren contaminarse
(tras 200 años de intercambio con brasileros siguen siendo básicamente
monolingües), lo que les permitió mantener su cultura casi inmodificada.
Fracaso escolar
A pesar de todo, los pirahã parecen comprender el problema que significa
no manejar el elusivo concepto de cantidad con más precisión.
Desde hace siglos comerciantes brasileros trocan con ellos las nueces que recolectan
a cambio de distintos productos, sobre todo bebidas alcohólicas (por
las que los hombres a veces alquilan a sus mujeres). Los pirahã
comprendieron que necesitaban aprender a manejar los números que usaban
sus interlocutores para poder negociar mejor e incluso recordar intercambios
anteriores. Por eso pidieron a Everett que les enseñara el secreto que
se les escapaba. Después de 8 meses de esfuerzo voluntario intenso los
alumnos llegaron a la conclusión de que no tenía sentido seguir
haciendo el esfuerzo: ni un adulto había logrado contar hasta diez ni
a sumar uno más uno.
La discusión sigue abierta y, como puede verse en los muy interesantes
papers de Everett, excede largamente lo lingüístico. Tampoco es
de descartar que los pirahã, embelesados con su propio mundo, estén
tan desconcertados como los occidentales por las limitaciones ajenas, las de
quienes están siempre hablando de lo ausente (lo abstracto, lo pasado,
lo indirecto) y no parecen percibir la riqueza infinita del presente.
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