LIBROS Y PUBLICACIONES
La falsa medida del hombre
Stephen Jay Gould
Ed. Crítica, 396 págs.
Por Federico Kukso
Hay números que son un peligro. Como la tan espinosa cifra que sale del coeficiente intelectual (CI o IQ, según sus siglas en inglés), endiosado por los sabihondos de los clubes Mensa quienes claman por el mundo lo bueno que es (para ellos, claro) superar la línea media de inteligencia (como si hubiese una y sólo una manera de hacer las cosas “inteligentemente”). En realidad, el CI no es otra cosa más que una etiqueta ideológica que, como una camiseta sudorosa en verano, se pega (o más bien: las pegan) a la piel y que por nada del mundo se desprende de ella. Es la lógica de la discriminación intelectual: aquellos con CI alto son admirados en secreto, reciben palmaditas en la espalda y alfombras rojas se despliegan ante ellos; los de CI bajo, en cambio, deben conformarse con mirarlos desde afuera, por los tiempos de los tiempos. La validez del CI sigue siendo aceptada como dogma entre muchos psicólogos y educadores, desparramando por todos lados algo tan peligroso como una idea: la de la existencia de una inteligencia medible, genéticamente fijada y unitaria.
Así pues, cualquier voz que se levante para desbancar este postulado opta por una de dos opciones: o apuesta a la genialidad o lisa y llanamente se arriesga con enfilar hacia la ridiculez. En el caso del paleontólogo Stephen Jay Gould –quien fue, en vida, uno de los principales paladines de la teoría de la evolución– y su famoso libro publicado en 1981, La falsa medida del hombre (ahora reeditado por Crítica), el resultado orilla la originalidad plena más que nada por el enfoque elegido para analizar el tema (revisionismo) y la decantación, una por una, de las falacias incurridas por los vetustos sectores políticos que desde la invención del CI a principios del siglo XX se cuelgan del cinturón de la ciencia para avalar su dominio y legitimizar el orden social. En trescientas y pico de páginas, Gould se ocupa con paciencia de desmentir los argumentos biológicos aplicados a la escena social de los abogados del biodeterminismo (la noción de que los factores biológicos determinan la compleja conducta individual, y los fenómenos sociales y culturales), mientras que denuncia cómo los test de CI sirvieron de criterio de selección inmigratoria, promoción social y prácticas eugenésicas. Como se ve, un libro que, pese a los años, no pierde su actualidad.