Sábado, 13 de agosto de 2005 | Hoy
LIBROS Y PUBLICACIONES
Por Federico Kukso
La noción de “ley” es, probablemente, una de las ideas que con más fuerza y presencia atraviesa el amplio arco de la ciencia. Podría decirse que sobre esta pieza clave se levanta todo el edificio epistemológico que guía el hacer y el decir en la ciencia. Se quiera o no, estos enunciados necesarios y universales que deben cumplirse sí o sí, y a los que cualquier excepción destruiría, son intrínsecos a la naturaleza: en definitiva hacen que el mundo sea tal cual es y no de otra manera. De brillar por su ausencia, el mundo, pues, sería algo menos imaginable que una sopa amorfa donde valdría todo. Pero, por suerte, la cosa no es así. Como advierte el físico español Jorge Wagensberg, profesor de Teoría de los Procesos Irreversibles en la Facultad de Física de la Universidad de Barcelona y autor de La rebelión de las formas, no hay soles cúbicos, objetos que superen la velocidad de la luz, temperaturas menores a los 0º Kelvin o planetas que inviertan espontáneamente el sentido de su rotación. Y no existen debido a una prohibición: la prohibición impuesta por las leyes físicas que conforman lo que el español vino a bautizar como la “constitución de la realidad”.
En este libro, Wagensberg desgrana desde la obviedad, con anécdotas y un análisis sorpresivamente interesante, la manera de ser de la naturaleza, dividiendo su exposición en la descripción de las peculiaridades de la materia inerte –que arrancó en el Big Bang–, la materia viva –que surgió hace 3800 millones de años con la emergencia del primer ser vivo– y la materia culta, que apareció hace 100 mil años con el desarrollo de la inteligencia abstracta. Apoyado en sólidos argumentos biológicos y con una profunda mirada estética, el científico español reflexiona sobre la emergencia y función de las formas en la naturaleza. Para este ejercicio ambicioso (por la variedad y diversidad morfológica de lo natural), Wagensberg parte del axioma de que no existen entes vivos sin estructura: todo objeto del gran catálogo del mundo goza al menos de un número finito de características, límites superiores e inferiores que marcan su manera de ser: tienen tamaño (no existen estrellas del tamaño de un huevo de gallina o huevos del tamaño de una estrella); estructura; temperatura; entorno y sobre todo forma: esférica (huevos, burbujas, frutas); hexagonal (nidos de abejas y avispas, los ojos de los insectos, caparazones y en pelotas de fútbol); cónica (dientes, picos, espinas, puntas, embudos); espiralada (cuernos, flores, piñas); helicoidal (fibras, cabellos, cuerdas, tornillos); o fractal (ramas, raíces, venas, arterias, nervios). Así, desde una postura netamente interdisciplinaria, Wagensberg salta las problemáticas discusiones estéticas en torno a forma y función, y tiende una línea reflexiva para pensar la naturaleza no sólo como el escenario de una lucha ciega y descarnada por la supervivencia sino como una apuesta vivaz y espléndida por lo bello.
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