NEUTRINOS GEOLOGICOS

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El Discovery, la Deep Impact, Titán o la posible vida en Marte: todos se ocupan de qué ocurre allí afuera aunque hay quienes persisten en conocer lo que se extiende por debajo del suelo que pisamos, incluso en el mismísimo centro de la Tierra. Por ejemplo, los 87 investigadores de 14 instituciones de todo el mundo que trabajan en el KamLAND, un detector subterráneo de neutrinos emplazado en Japón, que han descubierto que los geoneutrinos –es decir, esas partículas subatómicas neutras llamadas neutrinos, pero emanados desde el centro de la Tierra– son la mejor herramienta para medir y estudiar las fuentes de radiactividad terrestre. Para luego, aseguran, poder calcular el nivel de radiactividad en el interior de la Tierra.

Si de mirar “puertas adentro” se trata, algunas de las preguntas que se hace la comunidad científica permanecen en el misterio más absoluto. Entre ellas, por ejemplo, de dónde surge el calor terrestre, cuya respuesta no sería tan relevante si no fuera por las magnitudes que se manejan: las suposiciones más fiables calculan en 31 terawatts el total de calor emanado en cualquier momento desde el interior de la Tierra. Esto es, 31 trillones de watts, “apenas” más que el 0,3 trillón que necesitan en promedio los Estados Unidos. Se estima también que la mitad de esa energía es re-irradiada de la emanada por el Sol; la otra mitad es producto exclusivo de la propia Tierra. Definir el origen de esta mitad y calcularla con precisión es misión del KamLAND. O por lo menos, eso se espera de él.

Hay regiones en lo más profundo de la Tierra que no sólo permanecen desconocidas; tampoco se cree posible fabricar, a corto plazo, un aparato que permita acceder de modo más preciso y directo a su conocimiento. El método, por el momento, parecen ser los geoneutrinos: un verdadero manual de lo que ocurre aquí debajo, desde la fuente del campo magnético de la Tierra hasta los materiales remanentes de su origen.

CELULAS EN EL SET DE FILMACION

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Xiaowei Zhuang filma como si estuviera bajo el estricto control del manifiesto Dogma, hoy tan de moda en la cinematografía: cuando su cámara se enciende no hay lugar para efectos especiales y cada uno de sus dos actores hacen lo que hacen siempre, atacar e invadir, en un caso, y entregarse ante la fuerza del más poderoso, en el otro. Nada raro si no fuera porque Xiaowei Zhuang es una biofísica china que trabaja en su laboratorio de la Universidad de Harvard (Estados Unidos) con un par de cámaras y el microscopio, a la espera de observar cómo el virus de la gripe ataca, invade y mata a sus partenaires, indefensas células de mono.

Dos cámaras registran la escena desde distintos ángulos, un plato de vidrio ultradelgado contiene las células, que han sido genéticamente modificadas para resplandecer en amarillo al ser iluminadas por láseres ubicados debajo del plato. Con una micropipeta se depositan sobre el plato miles de muestras del virus previamente teñidas de rojo; se conoce al asesino desde antes de empezar. Aun así, la célula es invadida por todos lados. Minutos después, su núcleo ha sido poseído y dominado por el virus. Que desde ahí comienza a reproducirse de célula en célula. La superposición de las imágenes de ambas cámaras muestra la ejecución del plan paso a paso.

El cine microscópico viene a completar el vacío que quedaba hasta el momento en la investigación a esa escala. Se tenían imágenes del acercamiento del virus a la célula y del instante posterior a la infección, pero dominaban las especulaciones acerca del momento mismo en que la célula era infectada y sobre cómo el virus se mueve a través de la célula para llegar hasta el núcleo. Se cree que, de poder imitar el movimiento del virus mientras hace su trabajo, los avances en el tratamiento de ciertos virus –desde fiebres menores hasta el VIH– serán mucho más factibles. Es de esperar: si los hermanos Lumière crearon el cine más como adelanto científico que como el verdadero séptimo arte, la ciencia debería comenzar a gritar “Acción”, y aprovechar todas las bondades de una simple cámara.