Mire por donde se mire, la ciencia muestra diversas caras: la ciencia como cuerpo de conocimientos y métodos tendientes a disipar interrogantes y generar respuestas, la ciencia como luz en la oscuridad (hermosa metáfora bien del siglo XVIII y retomada por Carl Sagan en El mundo y sus demonios) y también –y quizá más oculta y sinuosa, pero presente al fin– la ciencia como industria, complejo burocrático y máquina generadora de poder y de dinero, al servicio de la economía de mercado. Como las caras de un cubo, todas estas facetas no chocan ni se excluyen, simplemente están, a veces generando roces, y hacen que la ciencia, para bien o para mal, sea.

En cada época se advierte cómo una de estas caras pesa más que las otras. Como por ejemplo, la ciencia-empresa que desde hace tres décadas se posicionó como el rostro principal, el más visible, pese a los intentos espurios de cubrirlo o enmascararlo. La ciencia no es lo que era en la época de Newton, Darwin o Einstein. Ahora su siempre reluciente cara pública, su cercanía casi fraterna con el sector público se alejó para recluirse en institutos privados (Celera Genomics de Venter puede citarse como uno de los más conocidos). Así lo ve al menos el físico e historiador francés Dominique Pestre, quien en Ciencia, dinero y política dirige, como (buen) primer paso, todos sus misiles contra esa idea light de la ciencia como una actividad pura, carente de rencillas, celos, ataques de avaricia, en fin, desprovista de intereses particulares.

Sin caer en falsos extremos, el autor hace un recorrido por la lenta transformación de la ciencia, desde su conformación en el siglo XVII a las últimas tres décadas del siglo XX durante las que se produjo un acercamiento casi carnal entre el mundo económico-político y la producción de conocimientos (la tecnociencia).

Patentes y cambios en la legislación de la propiedad intelectual, doctrinas neoliberales, relación norte-sur, globalización, privatización de lo hasta entonces pensado como público y regulación estatal son algunos de los temas tratados por el autor en su búsqueda por identificar las preguntas que –a su entender– no podemos dejar de plantearnos al comienzo del siglo XXI.

Pestre, en definitiva, perfila su ensayo en forma de denuncia y expone a los laboratorios científicos que supeditan la investigación a los intereses comerciales y que olvidan el fin último de su trabajo: el beneficio de toda la humanidad.